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—¡No ha tenido ninguna gracia, Fred! ¿Qué demonios le diste a ese niño muggle?

—No le di nada —respondió Fred, con otra sonrisa maligna—. Sólo lo dejé caer... Ha sido culpa suya: lo cogió y se lo comió. Yo no le dije que lo hiciera.

—¡Lo dejaste caer a propósito! —vociferó el señor Weasley—. Sabías que se lo comería porque estaba a dieta...

—¿Cuánto le creció la lengua? —preguntó George, con mucho interés.

—Cuando sus padres me permitieron acortársela había alcanzado más de un metro de largo.

Harry y los Weasley prorrumpieron de nuevo en una sonora carcajada.

—¡No tiene gracia! —gritó el señor Weasley—. ¡Ese tipo de comportamiento enturbia muy seriamente las relaciones entre magos y muggles! Me paso la mitad de la vida luchando contra los malos tratos a los muggles, y resulta que mis propios hijos...

—¡No se lo dimos porque fuera muggle! —respondió Fred, indignado.

—No. Se lo dimos porque es un asqueroso bravucón —explicó George—. ¿No es verdad, Harry?

—Sí, lo es —contestó Harry seriamente.

—¡Ésa no es la cuestión! —repuso enfadado el señor Weasley—. Ya veréis cuando se lo diga a vuestra madre.

—¿Cuando me digas qué? —preguntó una voz tras ellos.

La señora Weasley acababa de entrar en la cocina.

—¡Ah, hola, Harry! —dijo la señora Weasley sonriéndole al advertir que el susodicho estaba allí. Luego volvió bruscamente la mirada a su marido—. ¿Qué es lo que tienes que decirme?

El señor Weasley dudó y se hizo un silencio mientras observaba nervioso a su mujer. Entonces aparecieron tres chicas en la puerta de la cocina, detrás de la señora Weasley: una, de pelo castaño y espeso e incisivos bastante grandes, Hermione Granger, la amiga de Harry y Ron; la otra, menuda y pelirroja, era Ginny, la hermana pequeña de Ron; y unos pasos detrás de ella venía otra chica con una densa y rizada melena pelirroja. Hermione y Ginny sonrieron a Harry, y él les sonrió a su vez, lo que provocó que Ginny se sonrojara, a su vez, Harry se sonrojaba con fuerza al ver a la otra pelirroja que tenía su vista enfocada en otro punto de la habitación, observando con indiferencia, hasta que Amina volteo para mirar a Harry y darle una leve sonrisa con un asentimiento de cabeza.

Este hecho provocó una serie de pensamientos negativos en Ginny. Ya suficiente tenía con tener que compartir su habitación con aquella chica, para que ahora provoque esa clase de reacciones en el chico que le gusta.

—¿Qué tienes que decirme, Arthur? —repitió la señora Weasley en un tono de voz que daba miedo.

—Nada, Molly —farfulló el señor Weasley—. Fred y George sólo... He tenido unas palabras con ellos...

—¿Qué han hecho esta vez? —preguntó la señora Weasley—. Si tiene que ver con los «Sortilegios Weasley»...

—¿Por qué no le enseñas a Harry dónde va a dormir, Ron? —propuso Hermione desde la puerta.

—Ya lo sabe —respondió Ron—. En mi habitación. Durmió allí la última...

—Podemos ir todos —dijo Hermione, con una significativa mirada.

—¡Ah! —exclamó Ron, cayendo en la cuenta—. De acuerdo.

—Sí, nosotros también vamos —dijo George.

—¡Vosotros os quedáis donde estáis! —gruñó la señora Weasley.

—Amina, tu sigue que luego iremos—dijo Fred en dirección a la Slytherin que solo asintió para ir detrás de Harry y Ron, que salieron despacio de la cocina y, acompañados por Hermione y Ginny.

Love me, Potter | Harry PotterDonde viven las historias. Descúbrelo ahora