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Dahlia

—¡No voy a dormir en esa cama sucia! —grito indignada, mirando el cuarto de Arak y mi hermana.

—¿Qué sucia? Si justo la lavamos ayer —dice su esposo.

—He dicho que está sucia, lávala otra vez, cámbiala o tírala, no sé.

Me observa, desconcertado.

—Es la única que tenemos.

Diantres, Delilah vive peor de lo que pensé.

Y su marido me mira como si estuviera loca. Me ve de la misma forma que cuando terminé de hablar con mi gemela por teléfono. Obviamente, él no sabía que era ella. A todo esto, pude evitar a su terapeuta, incluso cuando Arak quiso echarme, por no contestarle a sus exigencias. No obstante, por lo que veo, tiene sentido, le perdona todo a mi hermana. O sea, es un pobre diablo manipulable, aunque con un humor de perros.

Visualizo como agarra el almohadón y me lo entrega.

—¿Y yo que hago con esto? —expreso confundida.

Frunce el ceño.

—Vete a dormir al sillón si no te gustan las sábanas que yo pagué.

Mi boca se abre en grande, indignada.

—¿Me mandas a mí al sillón?

Lo que digo, este hombre tiene un humor de porquería.

—A ti no te gusta la cama, yo la valoro más.

—No dormiré en ese pútrido asiento que se rompe a pedazos.

—Ese pútrido como lo llamas, lo elegiste y lo compraste tú, así que te lo quedas. —Me empuja fuera de la habitación y cierra la puerta—. Buenas noches.

Qué feos gustos tiene mi hermana para con los muebles.

—¡Abre la puerta, cornudo! —expreso, entonces la abre enseguida.

—¿Disculpa?

—Dícese del animal que tiene cuernos —explico.

Le titila el ojo y frunce el ceño, va a explotar.

—Ya ni recuerdo por qué me casé contigo.

—Ni yo sé por qué te engaño si estás tan guapo.

Todo su enojo desaparece, así que se sonroja. Intenta reincorporarse, se acomoda el cuello de su remera y carraspea antes de hablar.

—Con... con simples halagos no me convencerás.

Sonrío de lado.

—Y aún no sé por qué eres tan guapo —insisto.

Bufa.

—Está bien, puedes entrar.

Y gané.   

   

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Delilah y DahliaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora