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Delilah

¡Café! ¡Soy una adicta al café!

—¿Qué estás haciendo? —Me mira confundido Hans.

Me he robado su taza.

—¡Tenía treinta días sin tomar café! —Lloro por mi récord, lo he perdido.

Enarca una ceja.

—¿De qué estás hablando? A ti no te gusta el café.

—Oh, eh, cambié de opinión. —Hago una sonrisa amplia.

Me quita la taza, pero cuando voy a recuperarla, el celular suena.

¿Dónde lo metí?

Hans deja el café en la mesa y toma el teléfono.

—¿Quién es? —contesta y me lo alcanza—. Es tu hermana, ¿desde cuándo hablas con ella?

—¿Yo? ¿Ella? ¿Qué? —Agarro el móvil rápido y me voy corriendo—. ¡Adiós!

Qué bueno que no la reconoció.

Me encierro en un cuarto.

—¡Al fin llamas! —me quejo—. ¡¿Por qué no me dijiste que tu marido estaría en casa?!

—¡¿Y tú por qué no me dijiste que eres una ninfómana?! —me recrimina del otro lado de la línea—. ¡Espera! ¿Cómo que está en casa?

—¡¿Qué soy una qué?! —exclamo desconcertada, ignorando su otra pregunta, luego me percato—. ¿No me digas que fueron a ese terapeuta estafador? Nena, Arak es un ingenuo, no dejes que hable con ese tipo —la reprendo.

—¿Y los amantes qué? ¿Y qué pasa con mi marido? ¡Responde!

—Eh... —Hago una pausa—. Pequeños detalles, pero no soy eso que dice el tipo, y tranquila, no pasa nada con tu esposo, no me grites.

—Como sea, debiste haberme explicado todo este rollo.

Enarco una ceja.

—¿Disculpa? Tú tampoco me has explicado aún.

—No voy a decirte nada.

Me indigno.

—Pues yo menos. —Bufo—. Haz lo que quieras.

—Bien. —Cuelga.

Ya me dio dolor de cabeza.

La puerta del cuarto se abre y me encuentro con la mirada de Hans.

—¿Qué haces aquí? —consulta.

—Tenía hambre —me invento.

Enarca una ceja.

—¿En el cuarto de lavado?

Ay, que soy estúpida. 

 

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Delilah y DahliaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora