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Delilah

Una reunión con unos inversores, una fiesta elegante en la que no encajo, hasta me quedo hablando con el camarero, es que es más de mi estatus y lo entiendo mejor.

—Y así te ahorras dinero en el bus —aconsejo.

—Vaya, lo tendré en cuenta —dice el hombre, que a un principio le pareció raro que supiera tanto y me le quedara hablando tan campante—. Muchas gracias, iré a revisar esa mesa —avisa.

—Oh, te ayudo.

—No hace falta.

—No, pero yo...

—Cariño. —Se acerca Hans—. ¿Qué estás haciendo?

—Ayudo a Chel —digo el nombre del camarero.

El marido de mi hermana me observa extrañado.

—Como sea, conseguí que nuestros invitados inviertan —me avisa, aunque yo no entiendo mucho de eso—. Así que solo nos queda la noche para nosotros —se insinúa, moviendo las cejas—. Deja de jugar con la servidumbre y atiéndeme a mí.

—No, gracias —expreso incómoda.

Se carcajea.

—Day, no seas así y no me pongas esa cara.

—No digas servidumbre, suena mal —lo reprendo—. Además, no me gusta el sitio, todos se creen superiores a los demás y yo solo quiero irme.

Se queda en silencio, mirándome fijo.

—No es así, es su trabajo, para eso se les paga, ¿y qué tiene de malo el lugar? Yo lo veo bien.

—Es aburrido y deprimente. —Me miro—. Y este vestido no me gusta.

Enarca una ceja.

—Pero si tú lo elegiste.

Alzo la vista.

—Es lo que había, pero no me gusta la elegancia, ¿ya nos podemos ir?

—No —dice cortante—. Es un buen momento para pasar tiempo juntos.

Mierda.

            Mierda

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Delilah y DahliaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora