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Delilah

Camino en la mañana temprano por el jardín y soy atrapada por el delicioso aroma del café. Aunque el humor se me va cuando visualizo a Hans en una de las sillas, tomando aquella taza de mis fantasías.

—Oh, eras tú —digo molesta y él me ignora, mientras mira los papeles que tiene sobre la mesita—. ¿Trabajas al aire libre? —consulto—. No lo imaginaba.

—Estar entre la naturaleza es bueno para mantener la mente en armonía, deberías intentarlo.

—¿En armonía? —Enarco una ceja—. Me parece muy hipócrita de tu parte, ¿cómo duermes en las noches?

—Durmiendo.

—Eres un descerebrado.

—Si no tuviera cerebro no habría logrado todo lo que hice, y te recuerdo que te gusta este supuesto descerebrado.

—¿Y eso de qué me sirve? —pregunto irritada—. Al final eres como todos los hombres. Mataste la última esperanza que tenía en estos, gracias.

—De nada. —Toma de su taza y continúa sin mirarme.

—¡Estaba siendo sarcástica!

—Lo sé. —Hace una pausa—. ¿Puedes dejar de interrumpirme? Estoy ocupado y te estás convirtiendo en un problema.

—Ah, o sea, que tú puedes acosarme, pero yo no a ti, qué gracioso.

Al fin gira la vista hacia mí, aunque me provoca un escalofrío.

—Yo no soy tu presa. —Sonríe.

—¡No metas nuestros juegos de palabras! —me quejo.

—¿Por qué no? Son divertidos.

Me sonrojo.

—¡Ah, manipulador! —Me tiro de los pelos.

Se ríe.

—Normal, los juegos de palabras son la especialidad de la definición a la que te refieres sobre mí.

            —Normal, los juegos de palabras son la especialidad de la definición a la que te refieres sobre mí

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Delilah y DahliaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora