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Dahlia

Mi celular suena, entonces me dirijo a la proa de mi yate, dejando a Arak confundido y adolorido con su pie.

—¡Al fin contestas! —se queja mi hermana del otro lado de la línea—. ¿Cuándo pensabas decirme que estafaste a tu marido?

—¿Disculpa? —Enarco una ceja—. Creí que no íbamos a decirnos nada.

—¡Te descubrí!

—Tarde o temprano ibas a hacerlo.

—¡¿Y planeabas culparme a mí por tu delito?! —exclama indignada.

—Claro que no, eventualmente te descubrirían y te irías. —Hago una pausa—. Además, no considero que Hans hubiera puesto una denuncia.

—Pe... pero...

—Cálmate.

—Bien, te creeré, pero respóndeme. —Hace un silencio, luego consulta—. ¿Por qué?

—Por estúpida, estaba enojada. —Suspiro.

—¡¿Nada más por eso?!

—Mira, Hans, él... no sé, la relación no estaba bien, me dejé influenciar por Milton, mi socio, y todo terminó en catástrofe, me asusté y escapé, eso es todo.

—Aun así, Hans te quiere —expresa con voz nerviosa.

Frunzo el ceño.

—¿De dónde sacas eso? Hace tiempo que Hans dejó de prestarme atención —explico dolida y suspiro de nuevo—. Sé que estuvo mal lo que hice, sin embargo, ya no lo puedo revertir.

—Tienes que volver y pedirle disculpas.

—No, no haré eso. —Mi mandíbula se tensa.

—Pero Dahlia...

—Prefiero ser una cobarde y estar a varios kilómetros lejos de él —declaro con mi total terquedad.

Mi orgullo jamás me lo permitiría.

—Bueno, no soy quién para juzgarte, yo acepté este intercambio, al igual que tú, soy una gallina. Pude haber enfrentado a Arak y terminar con él, pero no, también me fui a la otra punta del universo.

—Al menos lo tuyo es más fácil. —Me río sin humor, aunque luego hago una pausa—. Bueno, no, conocí a tus acosadores. Eiko es un imbécil.

—Sí, algo, aunque en parte es mi culpa por permitírselo.

—Tú necesitas muchos consejos. —Me río, aunque esta vez con ánimo.

—Y tú también.

Dudo, aun así, cambio de tema.

—No es que vaya a pasar, pero... ¿te molestaría si ocurre algo entre tu marido y yo?

Se hace un silencio incómodo.

—¿Te gusta Arak? —consulta de repente.

Siento mis mejillas arder.

—Un poco —susurro.

—De manera sentimental, no, no me molesta —contesta a mi pregunta—. Lo que sí me incomoda es que lo hagas fingiendo ser yo.

Bufo.

—Lo sé, es raro.

—¿Y qué pasa con Hans? —consulta.

Enarco una ceja.

—¿Qué pasa con qué?

—¿Sientes algo?

—¿Tú sientes algo? —contraataco porque me siento atacada.

—¿Eh? ¿Uh? ¿Qué? —expresa confundida y nerviosa—. ¡No! Yo no quiero saber nada con hombres. Además, es tu esposo, ¿estás loca?

—¿Disculpa? Acabas de darme tu consentimiento con el tuyo, así que no me vengas con esas.

—Bueno, sí, pero tú no me has respondido, ¿lo quieres o no?

—Lo quiero lejos.

—Eso no contesta a mi pregunta.

—Bueno, no lo sé, sin embargo, ya está arruinada la relación, así que mejor rendirse y ya.

—¿Disculpa? Hablas con la mujer a la que su matrimonio se le destruyó miles de veces, pero lo intentamos todo, así que no hables de rendirse.

—Eso es porque manipulas a Arak, lo tienes comiendo de tu mano. Es más, si pudiera atarse a tu pie, seguro que se engancha.

—¡No es a propósito, es muy dependiente de mí! —Se altera—. ¡¿Qué quieres que haga?! No quiero romperlo en pedacitos.

—Con la lástima no llegas a nada.

—Mira, Dahlia, haz lo que quieras, aunque te lo advierto, si lastimas a Arak, haré que te arrepientas.

—Hermanita, ya intercambiamos, estamos jodidas, los lastimaremos de una forma u otra, así que no me vengas con tu moral.

—Tienes razón, pero no me gusta tu marido.

—Sí, claro —exclamo con sarcasmo—. Todas dicen eso.

 Todas dicen eso

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Delilah y DahliaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora