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Dahlia

Termino mi conversación con Delilah y veo a Arak venir hacia la proa, entonces guardo el celular en mi escote. Me acerco al hombre de buen físico, luego procedo a disculparme por mi accionar anterior.

—Siento lo de tu pie.

—¿Podemos irnos a casa? —se queja—. Estar aquí me molesta.

—¡Acabamos de llegar! —Lo empujo, haciendo que avance—. Ven que te muestro la cabina.

Lo guio por la parte interior del barco, me dirijo a un mueble y busco algo para beber. Saco unas copas, entonces nos sirvo un poco de vino.

—Parece caro —opina Arak mientras se sienta en un sillón—. ¿Tu hermana no se enojará porque usemos sus cosas?

—No, ella es muy caritativa. —Me río, entonces bebo un sorbo, luego apoyo mi bebida en la mesita, manteniéndome parada.

—¿Me vas a decir por qué me golpeaste antes?

—Siendo sincera, me asusté —confieso.

Deja la copa y se levanta, se pone a mi altura.

—Me hablaste de amar a alguien más, ¿era acaso una indirecta? Algo que no puedes decirme. ¿Por qué lo preguntaste?

—Arak, te diré unas cuántas cosas. —Cosas que debería decirte mi hermana, pero ya qué—. Tu amor es tan dependiente que perdonas a mis amantes, eres tan ingenuo que le crees a mis acosadores, y me perdonas todo, así que ten un poco de amor propio, me retiro —informo, entonces me giro para marcharme, sin embargo, me empuja hacia la pared—. Cálmate.

Siento su respiración cerca de mí, es lenta y profunda, muy diferente de la mía, la cual se encuentra agitada.

—¿Me tienes miedo?

—No —susurro—. Pero esa no es forma de tratar a una dama.

—Hablas mucho. —Su mandíbula se tensa.

—Digo la verdad, ¿o vas a negarla?

Mira mi boca, luego vuelve a mis ojos.

—¿Y quién es el otro? —cambia de tema.

—No hay otro.

Mantiene sus manos en mis muñecas que siguen en la pared.

—Posees mucho valor para decirme eso cuando ambos sabemos que tienes amantes.

—¿Entonces por qué preguntas?

—Porque sé que no te gustan, no sientes nada por ellos, nos detestas a todos los hombres, por tus malas experiencias.

—Ah, y ahora resulta que me conoces bien. —Enarco una ceja—. ¿Y crees que a este otro le pongo interés?, ¿de dónde dedujiste eso?

—La pregunta la hiciste para ti, no por mí —aclara sobre mi cuestión de amar a alguien más—. Era para ti misma, querías entender algo, te perdiste en tus pensamientos luego de que te respondí, así que dime, ¿quién es el otro?

Es cierto, estaba pensando en Hans.

—No hay otro —repito, no soy Delilah, así que en realidad no estoy mintiendo.

—Tu mirada perdida dice otra cosa.

Me carcajeo.

—¿Ahora lees mentes? —me burlo.

—D, no digas estupideces y respóndeme.

—La única estupidez que veo aquí es que no me has besado, cobarde, le tienes miedo a que te pise otra vez.

—¡No soy un cobarde! —grita.

—¡Claro que sí! —Alzo la voz también.

—¡No lo soy!

—¡Claro que sí, eres un completo co...!

No termino de decir la frase que me estampa la boca de un beso. Me agarraría de algo, pero mis muñecas siguen contra la pared, sostenidas por sus fuertes manos. Casi que no puedo respirar, no obstante, ni siquiera me importa. Ah, mierda, hace mucho que no besaba, ya hasta me olvidé como se hacía, solo puedo pensar que es el paraíso.

La imagen de mi marido aparece en mi mente y recapacito. Bajo la cabeza cuando Arak se aleja tan solo un poco para respirar. Tengo tanto calor.

—Hay que irnos —susurro.

—¿Ahora? —expresa confundido, pero no me suelta.

—Sí.

—¿Por qué? Casi entendí la razón de traerme aquí, aunque fue muy raro cómo comenzó el asunto —refiriéndose a que pudo ser sexo.

—Me duele la cabeza, suéltame, por favor.

Se percata y se aleja.

—Lo siento —expresa avergonzado—. Me puse intenso.

—No importa, ya vámonos. 

 

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Delilah y DahliaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora