Capítulo IV: Nunca infravalore a su contrincante.

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ANNA.

El reloj de pared de la habitación de juntas marca las doce y media de la noche, y mi cabreo cada vez va a más: todos prefieren el plan de Owens con algunos matices del de Emma. Hace un rato decidí dejar de debatir y mantenerme callada, pero cuando todos se empiezan a ir me levanto de mala gana y dándole una pequeña patada a la silla me dispongo a salir.

—No recuerdo haberte dicho que te vayas— susurra Abe dándome la espalda situado en la cabeza de la mesa.

Oliver y Claire continúan en la habitación. Me vuelvo a mi sitio y mi amiga me coge la mano.

—¿En serio veis que eso esté bien?— el rubio asiente y su amigo también.

—Necesitamos más gente en el perímetro de seguridad, no nos vale con la gente que hay, por favor— digo exasperada e impotente—, ¿y la azotea? ¿Solo vais a dejar a uno?

—Es lo más sensato— me rebate el que se hace llamar el capitán mayor. Mi amiga da cabezadas sobre el hombro de Oliver mientras que Abe y yo nos peleamos.

—Yo sintiéndolo mucho voy a dejar que discutáis estas cosas solos, ¿me llevas a casa Oli?— el capitán asiente y se despide de su amigo, Claire me abraza por detrás y me dejan sola con el cavernícola que no tiene más de dos dedos de frente.

—Joder Abe, entra en razón, somos pocos para cubrir un perímetro demasiado grande— él niega con la cabeza.

—Pero somos la élite y con eso nos basta y nos sobra— creo que no voy a ser capaz de hacerlo entrar en razón.

—Como salga mal te lo voy a reprochar— intento salir de nuevo pero me vuelve a parar cogiéndome del brazo.

—¿Y quién eres tú para reprocharme nada?— lo miro fijamente y me zafo de su agarre.

—Soy una persona con más cerebro que tú, ya que parece que tienes dentro del cráneo un órgano totalmente liso e incapaz de razonar y pensar— salgo de la habitación escuchando el ruido de sus carcajadas.

Creo que soy masoquista, porque me encanta su risa a pesar de que la he provocado yo y que se está riendo de mí.

Voy a los vestuarios femeninos y me pongo la ropa de deporte, debería de irme a dormir, pero tengo demasiada rabia en el cuerpo.

Ando dando pasos acelerados y me adentro en el gimnasio, me coloco los guantes de boxeo y empiezo a darle al saco.

Pasa una media hora cuando noto una sombra detrás de mí mirándome el culo, me giro y no puede ser otra persona, no, tiene que ser Abe.

—¿Le pones mi cara al saco?— enarca una ceja.

—Sí— vuelvo a girarme ignorándolo y dándole al saco.

—No te cabrees— se pone frente a mí evitando que le dé al saco, pone un puchero y yo me saco los guantes.

—No estoy cabreada.

"Sí lo estás".

Aprovecha un momento de descuido para sutilmente inmovilizarme contra su torso.

—No me jodas, suéltame— pido empezando a ponerme nerviosa ante su cercanía.

—Admite que estás cabreada— susurra en mi oído.

—No pienso admitir nada, suéltame que vas a empezar a cogerle el gusto a tenerme contra tu pecho— mierda, mierda y más mierda, ¿cómo se me ocurre decir semejante tontería?

Suelta una risotada otra vez a mi costa.

Tiene un brazo sujetándome por la zona baja del vientre, la mano alrededor de mi cuello y haciendo presión, tengo la espalda pegada a su torso.

Misión Fénix (+18)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora