Capítulo X: Sabor amargo.

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ABE.

Sin quererlo una sonrisa se dibuja en mi cara, todo es raro.

Busco por los cajones las llaves que Oliver ha dejado.

—¡Abe!— me llama Anna, algo en su voz hace que me ponga alerta.

—¡Ya voy!— le grito sacando las llaves y andando rápido hacia la salida de la casa.

El panorama hace que se me hiele la sangre, tengo en la boca el sabor amargo de la traición, parece un déjà vu, de cuando perdí a Lara, su sangre manchaba mis manos.

Saco la SIG Sauer de la parte trasera de mi pantalón y disparo con certeza, aprieto el gatillo varias veces. Me acerco a Anna que tiene los ojos llenos de lágrimas.

—¡JODER!— la levanto en brazos.

—Haz... hazle justicia a la Anna de doce años Abe— musita casi inconsciente.

La tumbo en el asiento trasero y activo el GPS y la pantalla de control del coche.

—Llamar a Catalina Ayers— le ordeno a la asistente, le cojo la mano a Anna y conduzco lo más rápido que puedo por el camino de tierra, la teniente de ojos azules está más fría a cada segundo.

Dime Abe— contesta Cata.

—Catalina, tengo una emergencia y de las gordas— sé que mi voz suena con miedo, pero es que lo tengo, no quiero perder a la mejor soldado de mi tropa.

¿Qué pasa?— su voz es dulce hasta preocupada.

—Voy en el coche y en el asiento trasero tengo a la teniente Rainhood del módulo dos desangrándose— la mano de Anna está cada vez más fría, y el asiento cada vez más empapado de rojo.

¿Qué mierda ha pasado?— teclea rápido.

—Ha recibido un impacto de bala en el abdomen, por favor, sitúa mi coche y manda unidades.

La casa estaba a más de dos horas del hospital militar, pero conduciendo a la velocidad a la que estoy conduciendo está más cerca.

Llego a la carretera, la cual está vacía, paro el coche en el asfalto entre los árboles.

¿Te has parado?— pregunta la mujer al otro lado.

—Sí, porque no va a llegar al hospital, dame instrucciones.

Me bajo del asiento del piloto y me sitúo en la parte trasera. Catalina es capitana teniente, pero ella no tiene una tropa a su disposición, ya que es cirujana con conocimientos en psiquiatría y además sabe actuar como un soldado más. Me ha tratado como su hijo, y ella es para mí como una madre.

Saca el botiquín y dime dónde está el orificio, si hay de entrada y salida...— cierro los ojos con el sudor recorriendo mi frente.

—Joder, joder, joder— abro el botiquín y saco unas tijeras con las que le rompo la camiseta.

Se produce un cortocircuito en mi cabeza, el corazón deja de latirme cuando además de ver moretones, un orificio de bala y heridas leves veo cicatrices: en la clavícula izquierda la más notable y peligrosa, en el costado derecho, entre los pechos, en el vientre, en la parte más baja del vientre... por eso no lleva camiseta de tirantes, por eso estaba pendiente de su escote el día de la discoteca, por eso me ha pedido que le haga justicia. Todo encaja en mi cabeza como un puzzle, la sangre corre con más velocidad por mi cuerpo.

¿Abe?— salgo del trance.

—Sí, estoy, el orifico está muy cerca de la línea imaginaria entre los dos superiores, derecho e izquierdo, en el epigastrio— trazo imaginariamente una línea por su abdomen.

Misión Fénix (+18)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora