ANNA.
Me acerco una gasa a la ceja y aprieto los labios ante el escozor que me produce. Necesito limpiarme, porque me siento sucia, me siento una extraña dentro de mi cuerpo, algo que me pensaba que nunca más iba a pasar ha pasado. Me odio, me detesto a mí misma, cuando no debería, cuando debería de amarme más que nunca, pero no puedo, siento que me he vuelto a permitir a mí misma caer en este agujero profundo.
Cuando termino de limpiarme las heridas paso a la ducha, toda mi ropa está llena de manchas y de sangre. No queda nada de las cámaras y de los artefactos que pusieron en las prendas.
Al desnudarme me fijo en mi muslo, donde hay un gran cerco morado con un agujerito en el cetro.
Me han drogado.
Es lo primero que se me viene a la mente, pero no tengo los síntomas que debería de tener si lo hubiesen hecho.
Todos los militares llevamos un rastreador intramuscular, cada uno en un sitio diferente del cuerpo, en mi caso lo llevo en el gemelo, ese rastreador se puede deshabilitar con una inyección demasiado dolorosa, que seguramente me haya producido este moretón. Por lo que toda esperanza de que me encuentren queda reducida a niveles ciertamente bajos.
En la ducha me derrumbo, el pecho me pesa, y siento los músculos fallarme, acabo sentada en el suelo, mientras que el agua fría corre por mi cuerpo hasta llegar al suelo.
Hacía mucho tiempo que no tenía un ataque de ansiedad, desde el día en el que encontré las rosas en mi casa.
Pienso en mi casa y se me vuelve a caer el alma a los pies, mi casa, donde han pasado tantas cosas, buenas y malas. Me viene a la mente el día que cociné con Abe, sus manos en mis caderas al bajarme de la encimera, ese tacto que tanto extraño, sus ojos verdes y azules que tanto pretenden parecerse a los míos, su pelo rubio, el suave tacto de sus labios...
No me había dado cuenta de lo mucho que lo quiero, de lo mucho que lo necesito en mi vida, nunca había amado de una forma tan salvaje como lo hago con él.
Tras estar un rato pensando en cómo hubiese sido nuestra vida si hubiésemos tenido vidas normales tomo una decisión.
No sé lo que quiere Duque, pero lo que sí tengo claro es que se lo voy a dar, voy a ser la futura patrona de su imperio.
Me levanto, salgo, empapando todo el suelo, hasta que consigo una toalla, me enrollo en ella y me siento directamente en el tocador. Tengo la cara llena de magulladuras, de cortes y de zonas lilas, por lo que me maquillo a conciencia, a partir de ahora voy a ser Belle.
Belle, la niña a la que marcaron para siempre, y la mujer que busca venganza cueste lo que cueste.
Pinto mis labios de un rojo fuerte, y me pongo una camiseta de tirantes blanca y una falda del mismo color que mis labios. La seducción es un arma, y pienso poner una preciosa baraja de cuchillos sobre la mesa.
Una mujer del servicio me toca la puerta y me avisa de que la cena está servida.
No voy a ser la primera en bajar, es más, deben de esperarme, debo de hacerlos esperar. Termino de retocarme frente al espejo y levanto la barbilla, preparada para iniciar la actuación del siglo.
Espero diez minutos y bajo las escaleras, un mayordomo me señala la dirección del salón, y sigo sus indicaciones hasta llegar a una mesa presidida por Carlos Duque, a su derecha está mi madre, a su izquierda una mujer con una melena negra que le llega por los hombros y una piel tan blanca que parece porcelana. Al lado de esta mujer hay una chica de unos diecisiete años, y al lado de ésta está Lucca, frente a Lucca, está Samuel, y en el otro límite de la mesa hay una silla vacía esperando a que me siente.
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Misión Fénix (+18)
RomantizmInicio: 26/08/2022 Anna cree que pausar el pasado es la mejor forma de seguir en el presente, pero cuando consigue entrar en la élite militar, en la central de Nueva York esas ideas se esfuman, ya que lo que pasó la noche de mayo de años atrás la em...