Capítulo XXXIII: Muerto.

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SCARLETT.

En cuanto entraron en la sala de juntas por la mañana intervine en la habitación de Wyatt y Brays, algo no muy legal que digamos. Continúo sentada en la moqueta del suelo esperando una respuesta por parte de Francia, la cual está tardando bastante en llegar.

He traído todo mi equipo, para confiscar su portátil, busco y busco dentro de la habitación, hasta que lo encuentro debajo de la cama. Obviamente tiene contraseña, pero eso no es un problema para mí, saco un disco duro, y me muerdo un carrillo al darme cuenta de que me va a llevar más tiempo de lo normal.

Tecleo y tecleo en mi portátil, porque mi intención es duplicar todo el contenido del suyo para así poder investigarlo sin riesgo a que me pillen.

Abro cientos y cientos de pestañas, y tras una hora veo un candado desbloqueado en la pantalla. Salto y grito en silencio de alegría. Conecto mi disco duro a su portátil y procedo a descargarlo todo, el tiempo estimado es de una hora y media.

—Joder— musito mientras navego por su pantalla principal, el tiempo que va a tardar en descargarse todo va subiendo a dos horas y media, hay demasiadas carpetas y demasiados documentos.

Una de esas carpetas se llama "de La Cruz", frunzo las cejas e intento hacer memoria: son los socios de Duque. Pincho en ella, y aparecen algunas fotos, la mayoría de ellas son mujeres, entre ellas distingo a la madre de la teniente.

—¿Son las mujeres de hoy?— me llevo una mano a los labios.

Sigo buscando entre carpetas, pero la mayoría de ellas son de casos referentes a este grupo, una de ellas está codificada, pone Bella. ¿Bella?

Mientras la información se descarga, intento abrirlo, pero este es el archivo con más seguridad que me he encontrado en la vida.

Abe me ha dicho que cuando estuviese terminando la reunión me mandaría un mensaje.

Pasan los minutos, y me frustro cuando veo que los intentos de abrir el archivo no dan sus frutos, al disco duro le quedan diez minutos, pero todavía Abe no me ha mandado nada. El corazón se me sale del pecho al escuchar un mensaje en mi móvil.

Abe: Ha salido, creo que se huele algo.

La sangre me hierve, pero mientras el disco duro se termina de llenar, la pantalla se abre con el contenido del archivo: está vacío, a excepción de unos números y una foto de un hombre que es demasiado parecido a Samuel. Cierro el ordenador una vez he memorizado todos los datos y me aseguro de dejar las cosas conforme estaban.

Salgo de la habitación con un nudo en el pecho: ¿quién es ese hombre? ¿Por qué estaban ahí esos números? El corazón me late con fuerza al ver que justo cuando salgo de ella, él sale del ascensor, ¿me habrá visto? Hago caso omiso a mi mente y me desplazo lo más rápido que puedo a mi habitación.

Le mando un mensaje a Abe diciéndole que he descubierto algo, intento aprovechar lo máximo posible el tiempo, porque corre en nuestra contra.

Obviamente, si tuviese algo que ocultar no lo haría en su portátil, pero no tengo nada que perder si busco en este.

Paso todo lo obtenido a mi ordenador y entro carpeta tras carpeta, buscando algo que no sean datos e información sobre otros casos, hasta que llego a la misma carpeta en la que he encontrado los números y la foto.

Ha pasado ya algo de tiempo desde que le mandé el mensaje a Abe, de hecho más de un par de horas. Escucho que alguien aporrea la puerta, de una forma no muy sutil, lo cual hace que las alarmas de mi cabeza salten. Cojo una Glock y me la guardo en la cinturilla. Pero al abrir la puerta me encuentro de frente con el rubio.

Misión Fénix (+18)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora