Capítulo XXXVIII: Mía.

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ANNA.

Miro a todos lados en busca de una salida, la cual no encuentro, sigo encadenada, y cada vez me duele más la cabeza.

Llevo una hora esperando a que aparezca de nuevo Carlos, porque después de decirme que no era el indicado para contarme la verdad, se fue. Lucca y Samuel van haciendo guardias y mi madre solloza de vez en cuando.

—¿Qué está pasando?— pregunto por cuarta vez, sin recibir respuesta.

A los minutos ya rendida dejo caer mi peso, buscando otra postura más cómoda, pero entonces entra Carlos.

—¿Habéis hablado ya?— mi madre empieza a llorar desconsoladamente.

—Carlos por favor— la cercanía de su voz me paraliza. Ni señor, ni Duque, ni mierdas, Carlos.

—Eras tú la que tenías que contárselo, pero visto que no lo has hecho, voy yo— sonríe y acerca una silla para sentarse frente a nosotras, no puedo hablar, y un presentimiento en el pecho me incita a no hacerlo y a dejar paso a las palabras de mafioso—, ¿por dónde empezamos?— se afloja los puños de la camisa y entran sus hijos, cada uno se posiciona a un lado.

—Por favor...— suplica otra vez mi madre.

—Remontémonos a cuando tu madre tenía quince años, sus padres, tus abuelos eran unos drogadictos, que dependían de mí— hace un inciso—, bueno, del negocio de mi padre, yo tenía unos veintitrés años, y estaba aprendiendo. Por aquel entonces no éramos tan grandes como ahora, pero teníamos mucho negocio. Tus abuelos embargaron la casa, porque no tenían para pagarnos, y un día se vieron tan arruinados que decidieron vendernos a su virginal y preciosa hija— mira a mi madre y se levanta para cogerla de las mejillas y enfocar su mirada en ella.

—Carlos...

—Ese día la vi, y me negué a que entrase en el negocio, la quería para mí, así que empezó a trabajar en la casa de Bogotá para mi familia, le dimos estudios, y la cuidamos como a una hija más, pero obviamente, el deseo que sentía por ella no se fue, fue mi esclava, muchos años, pero cuando cumplió los veinte la dejé en libertad, pero con la condición de que seguía siendo mía, ella fue inteligente, y se mudó a Washington, a estudiar neurocirugía, allí conoció al patético de tu padre, y el que empezase con otra persona desató mi ira. Yo no iba a visitarla, me daba igual lo que hiciese con su vida, pero seguía siendo mía en todos los aspectos de la palabra. Fui a visitarla en un par de ocasiones, tú no existías en ese momento, tu padre era policía y yo sabía todo sobre sus rutas y sobre su trabajo, así que aprovechaba los días que estaba fuera para ir y demostrarle a tu madre que seguía siendo mía. Al año del último encuentro volví, pero entonces Penelope no estaba sola, sino que tenía a una niña de unos meses, con los ojos más azules que he visto en la faz de la Tierra.

—No...— vuelve a llorar mi madre. Miro con mucha atención a Duque.

—Solo había que hacer cálculos, todo cuadraba— se acerca a mí y me levanta la cabeza, nuestros ojos impactan—, eres mi hija Annabelle.

El mundo se me para, no siento nada bajo mis pies, solo vacío, no me puedo creer lo que estoy escuchando, toda mi vida ha sido una mentira. Miro a mi madre y ella niega con la cabeza sin parar de llorar. A mí no me salen las lágrimas, no puedo llorar, no tengo más fuerzas.

—¿Por qué?— susurro.

—La noche en la que te ataqué... bueno... había tenido un mal día, y justo tú pues llegaste con ese cuchillo, y... pasó lo que pasó, además, yo te odiaba, eras mujer, y no podía perdonarme haber tenido una hembra, ¿qué iba a pasar con mi imperio?— sus palabras me dan repugnancia.

Misión Fénix (+18)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora