Lakewood, 8 años antes.
La observó de lejos sabiendo que debía actuar con mucha cautela.
Había vigilado innumerables veces el edificio del orfanato donde ella vivía y la había rastreado por todo el país, sin ningún éxito; pero hoy, por fin, había detectado su presencia.
Candy estaba aquí y, de alguna manera, cumpliría con su objetivo.Lauren, heredero materno de la condesa del clan Ardlay, se colocó los lentes oscuros y bajó el gorro, que le ayudó a cubrir el cabello y parte del rostro; se acomodó la chaqueta, y salió tras ella. Camuflado, evitaría que la joven captara el reflejo de sus ojos, solo visibles para los miembros del clan.
Miró la hora: ocho y cuarto de la mañana. Según los agentes que se habían comunicado con su patrón, desde que la chica había sido reconocida hacía unos pocos días, luego de una temporaria confusión con aquella otra rubia que había sido adoptada por los Britter, esa era la hora en que ella partía hacia una de las ramas del padre árbol ubicado en la Colina anexa al orfanato conocido como el hogar de Pony.
Escrutó en derredor, tratando de detectar la presencia de los hombres, sus acérrimos enemigos quienes, seguramente, ya estarían al tanto de la aparición de la chica buscada por ambos bandos.
Sin proponérselo, absorbió el suave aroma a lilas emanado del cuerpo pequeño que caminaba delante de él. La falda corta que acariciaba los muslos torneados y firmes, y las botas altas que adornaban las piernas firmes, comenzaban a trastornarlo, al igual que la blusa blanca y ajustada que resaltaba la curva de los montículos pálidos, grabados a fuego en su memoria. No eran grandes ni pequeños, sino perfectos para la figura estilizada que la joven había desarrollado gracias al ejercicio físico del campo. La cabellera gloriosa, de rubios rizos y lustrosa, parecía salpicada de estrellas, y el contraste abrupto entre el cabello y los ojos verdes casi transparentes, dejaría sin aliento a cualquiera.
No era alta, su porte era el de una Ninfa.Indudablemente, la belleza de sus rasgos y el cuerpo escultural la convertían en una chica que todo hombre lucharía hasta el último aliento por poseer.
Contempló a la joven nuevamente, y las imágenes regresaron a él. La primera orden había sido llevarla a como dé lugar... Había intentado durante demasiado tiempo olvidar lo sucedido aquella maldita noche, sin éxito.Jamás habría podido entrar en una habitación con tanto niño.
Con un gruñido bajo, levantó el cuello de su chaqueta, procurando mantener el paso, pero dejando una distancia prudencial entre ellos. Si ella o las damas del orfanato eran buenas para captar la vibración de su cuerpo, la persecución sigilosa acabaría y debería entrar en acción de otra manera. Como último recurso.
Cuando llegaron a la esquina, la chica alzó la mano para hacer señas a otro, que se detuvo de inmediato.
Cuando el chofer partió con ella en su interior, Lauren se apresuró a subir al de él.
—Sigue al coche de adelante —dijo mientras ingresaba al vehículo —. Hazlo con eficiencia.
—Sí, señor —contestó el hombre, arrancando a toda velocidad.Lauren se apoltronó en el asiento trasero del coche, tratando de serenarse. No podía creer que finalmente hubiera dado con Candy.
El último rastro de la joven lo había perdido hacía casi cuatro meses, luego de una frenética persecución en el pueblo, cuyo resultado había significado no solo la desaparición de ella, sino también una gran humillación para él.
En todo este tiempo se había preguntado una y mil veces si la muchacha, en realidad, habría logrado abandonar el país; pero su instinto, en cada ocasión, le había contestado que ella seguía en Michigan. Y no había fallado.Se concentró en las maniobras del conductor, que intentaba mantener el otro vehículo a la vista. Permaneció así durante un buen rato hasta que, cansado de tener los músculos del cuerpo agarrotados por la tensión, exhaló una fuerte bocanada de aire y echó la cabeza hacia atrás, contra el respaldo del asiento. No sabía aún cómo haría para hacer caer a la joven sin provocarle ningún daño, pero de algo estaba seguro: apelaría a todos los recursos para hacerlo y, esta vez, él ganaría; Candy era demasiado importante para el futuro del clan.
Y para el suyo propio.
La disminución de la velocidad del vehículo interrumpió sus pensamientos.
—El chofer se ha detenido, señor —avisó el chofer mirándolo por el espejo retrovisor.
—Estacione aquí, por favor —solicitó Lauren amablemente, calculando que había una buena distancia entre los vehículos. Apenas Candy descendió, se dirigió hacia una enorme mansión de varios pisos; Lauren hizo lo mismo, a prudente distancia, levantando aún más el cuello de la chaqueta y ocultando el tatuaje que llevaba impreso en su rostro.
Sin perderla de vista ni un instante, Lauren contempló los movimientos de la joven. No solo parecía una Ninfa, sino también una amazona, producto de una mezcla de refinamiento y salvajismo que le otorgaba una naturaleza dual que inspiraba diferentes anhelos en cualquier hombre, casi irrefrenables.
Preso en esta dualidad, no pudo dejar de imaginar sus manos sumergidas en yeso suave dando forma lentamente al cuerpo esbelto que lo dejaba sin aliento. Él era el escultor y ella la obra maestra que cobraba vida entre sus manos con el calor de una pasión arrolladora. Una pasión que él sentía, pero ella no.
Porque Candy, como él, sería en muy poco tiempo, miembro de la Familia Ardlay. Pero ella no lo sabía y escapaba de todos ellos.
Sobre todo, de él.Ahora había llegado a la casa de los Legrand.
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Sujeción de Escocés
FanfictionCentral a la narrativa de tanto la serie y manga, como la novela; es la estrecha relación de confianza entre George Villers y el patriarca William Albert Ardlay, una persona acaudalada que destaca en innumerables ámbitos, arrogante por naturaleza, d...