Parada frente al hogar de Pony, la reina Victoria Eugenia de Battenberg intentaba tomar coraje para llamar a la puerta que la separaba del mundo de su supuesta hija. Lauren y ella habían viajado con el firme propósito de ubicar a Candy.
«Candis Ardlay».
Victoria no pudo evitar estremecerse al recordar cómo se había desmayado en los brazos de Lauren, cuando este había pronunciado aquel nombre. Y desde el mismo instante en que se había despertado, no pudo dejar de pensar en las vueltas del destino. Anthony, Stear, William y Archie habían sido los mejores amigos de su hija Candy. Se conocían desde pequeños y entre todos se habían ayudado a encausarse en la vida. Stear y Archie habían nacido en circunstancias muy duras, más William... cada uno a su manera y Candy... Cielos, Candy. Suspiró profundamente y los ojos se le llenaron de lágrimas.
Victoria había ayudado durante años en diferentes orfanatos del mundo y su hijita Isabel, desde pequeña, había expresado su deseo de acompañarla para ayudarla con los niños. Y así lo habían hecho. Y en uno de esos orfanatos habían encontrado a Candy cuando recién había sido recogida por la familia Leegan, sola, sin nombre, sin padres y con tan solo doce añitos de edad. La gente del orfanato la había bautizado con un nombre que la misma niña había llevado y con un apellido otorgado por una de las monjitas.
Sacudió la cabeza y con los dedos se limpió las lágrimas que le caían por las mejillas.
Necesitaba verla y, sobre todo, sentirla. Pero ahora que estaba tan cerca de ella, perdía el coraje. ¿Y si Lauren se había equivocado? Se le hizo un nudo en la garganta, recordando la mezcla de emociones que la habían asaltado durante el viaje. Por un lado, se sentía aterrada de que todo fuera un tremendo error pero, por otro, una pequeña llama de esperanza en su corazón iba iluminando, poco a poco, la densa oscuridad en la que había caído desde la noticia de la muerte de su hija Isabel y de su esposo el príncipe Albert.
Recordó el color del cabello de Candy, y no pudo dejar de pensar en el príncipe Albert. El brillo que emitían sus cabelleras se parecía tanto... y los ojos... Por primera vez se daba cuenta de que el color de ojos de Candy y de ella misma era casi idéntico. Es más, dos noches atrás, en medio de uno de los tantos desvelos en los que había caído desde que Lauren le había confesado quién podía ser Candy, recordó las pocas veces que había creído captar un extraño y suave brillo, apenas plateado, en los ojos de la niña cuando la había visto al presentarse como una Ardlay más y bajo estados emocionales fuertes, como la muerte de Anthony... lo mismo que en sus lágrimas.
Pero Candy era una niña que apenas lloraba, así que pocas veces se había detenido a observarlas. Se le erizaba la piel al recordar cómo el corazón había comenzado a palpitarle. ¿Podría ser que Candy llevara la carga genética de la Estirpe evidenciada por ese particular brillo plateado que los Ardlay emitían de los ojos y del cuerpo, cuando tenían sus emociones a flor de piel? ¿Había tenido a su hija al alcance de su mano con los Ardlay todo el tiempo y jamás se había dado cuenta de ello?
Las lágrimas comenzaron a caerle por las mejillas una vez más. ¿Acaso William la había detectado en sus videncias, pero jamás se lo había dicho, por las razones que Lauren había explicado?
Aspiró profundamente otra vez. Solo había una manera de hallar las respuestas.
Dio un paso hacia adelante y tocó el timbre de la puerta. Al instante, unos pasos sigilosos que bajaban por una escalera, acompañados por el ruido del roce de una falda contra unas medias gruesas de nylon, se acercaron a la puerta. El ruido de la puerta abriéndose suavemente anunció la aparición del rostro de una monja a través de la hendija.
—Bienvenida, señora Victoria—dijo alegremente la mujer, a la vez que abría las puertas de par en par—. Un placer tenerla por aquí nuevamente. Soy la hermana Maria—se presentó, extendiendo la mano hacia ella, y Victoria pensó que nunca había visto a esta religiosa, que parecía saber quién era ella.
—Gracias, hermana. He estado en otras oportunidades en la fundación, pero no había tenido el placer de conocerla —dijo, contestando el saludo con un apretón de manos.
—Soy la administradora de la institución. Debido a que tengo mi despacho al fondo, no es frecuente que esté visible ante los demás. —La miró y sonrió—. Candy me ha hablado muchas veces de usted y también la he visto de lejos cuando usted vino a visitarla hace un tiempo. Pero perdóneme, por favor. ¿Desea pasar? —preguntó la religiosa con una sonrisa.
Victoria tragó en seco, nerviosa ante el posible encuentro con su hija. Volvió a respirar hondo, tratando de hallar algo de equilibrio en su interior.
—Me gustaría ver a Candy—logró decir muy quedamente, sin hacer intento de ingresar al recinto.
—Lamentablemente, la niña ha viajado. No sabemos adónde, y de esto hace alrededor de seis semanas. Suponemos que la habrán llamado para alguna ayuda de algún hospital. Candy es muy reservada y no es la primera vez que desaparece sin aviso.
Pero siempre regresa. —Y le regaló una sonrisa aún más resplandeciente, como si con ella tratara de tranquilizarla. Victoria contempló a la monja y tuvo la sospecha de que le ocultaba algo. Quizás sabía, en realidad, dónde estaba Candy, pero no quería revelárselo. ¿Qué podía hacer?
—Necesito hablar con Candy de inmediato, hermana; le ruego que, apenas se comunique con usted, le diga que me llame. Le dejaré el número de mi teléfono.
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Sujeción de Escocés
FanfictionCentral a la narrativa de tanto la serie y manga, como la novela; es la estrecha relación de confianza entre George Villers y el patriarca William Albert Ardlay, una persona acaudalada que destaca en innumerables ámbitos, arrogante por naturaleza, d...