El lunes por la mañana George me acerca a la estación para tomar el tren al hogar de Pony y así poder pasar las navidades en familia. William lo hará en Chicago con George y la tía Elroy. Me siento como una niña a la que han castigado sin recreo, pero él ajeno a mi frustración, se despide de mí con su seriedad excesiva de siempre.
Me duele que no le duela. Me mata que no me haya invitado a acompañarle.
De estar viviendo juntos en el Magnolia, apuesto a que habríamos compartido estos días. La convivencia se ha vuelto contra nosotros, creo que la rutina acaba por sacar lo peor de cada cual. Yo he descubierto a un William egocéntrico que ni siquiera sospechaba que existía y él debe estar flipando con la Candy actual, de precaria salud, consumida por los nervios y sin control alguno sobre su temperamento. Nada que ver con la mujer segura y seductora que llegó de Paris. No me sorprende que quiera librarse de mí por unos días. Si estuviera en mi mano, yo también lo haría, estar conmigo misma me resulta agotador.
Odio tener que darle la razón a Victoria cuando dice que William no está dispuesto a cambiar su vida por nada ni por nadie. Ni siquiera por mí. También cuando afirma que el sacrificio que he hecho de quedarme acabará convirtiéndose en resentimiento.
Tiempo al tiempo.
En fin, aunque duela, esto es lo que hay.
La semana pasa volando con celebraciones constantes. Mis madres están tan felices de tenerme enredando por casa que ni siquiera me han preguntado por William. En el fondo agradecen el hecho de que su desapego me traiga de vuelta al hogar. Como el turrón, esperan todo el año a que la hija pródiga regrese por Navidad.No he vuelto a saber nada de William desde la noche que pasamos juntos y eso
me atormenta. No sé dónde está ni con quién, solo sé que estamos citados en su casa para celebrar la fiesta de fin de año. Estoy contando los días para volver a verle. Vivo en una zozobra constante, que no me deja vivir de día ni dormir de noche. Un ansia y un deseo irrefrenables que van a acabar conmigo si no tomo cartas en el asunto. Tengo que hacer algo para detener esta locura.
De modo que, después de pasar la mañana rumiando mis problemas en el padre árbol, decido actuar por mi cuenta y riesgo, fiel a mi estilo: de manera irresponsable y sin pensar en las consecuencias.
Una tarde quedo con el Dr. Martin en su consulta para tomarnos un vino y, mientras le espero, cojo varias recetas médicas en blanco.
Sé que no estoy haciendo lo correcto.
Ya sé que debería acudir a un médico para pedirle ayuda, pero no me siento capaz de hablar de mis dilemas con un desconocido. Así que esa misma noche comienzo a tomar ajenjo tras habérmelo autorecetado, traicionando su confianza de la forma más despreciable. Debería sentirme fatal, pero como llevo meses cohabitando con el remordimiento más atroz, esta pequeña mentirijilla me resulta totalmente inocente.
Hace tiempo que no duermo tan bien, siete horas de descanso ininterrumpido, sin recuerdo alguno de ningún sueño. Es como vivir en un mundo nuevo, donde se respira aire fresco y las flores silvestres campan a sus anchas. Mi cuerpo está pletórico, sin embargo, mi mente retorcida le añora como un exiliado a su tierra.
¿Cómo hemos llegado a esto si hace tan poco le aborrecía? A mi cabeza loca le ha dado por almacenar detalles sin sentido a modo de recuerdos, por eso me resulta tan difícil comprender su frialdad.
Eric Fromm, en El arte de amar, decía que el amor y la necesidad van siempre de la mano y lo que diferencia el amor infantil del amor adulto es amar por necesidad o necesitar por amor. ¿Le quiero porque le necesito o le necesito porque le quiero? No lo sé, pero le quiero, muy a mi pesar. Y le necesito.
Y lo hago a sabiendas de que él me ignora, que probablemente sea el responsable de mis pesadillas y me marche con el rabo entre las piernas.
He sido tan estúpida...
Solo ahora me doy cuenta de que nunca he tenido cabida en su mundo. Cuando llegué me sentía como flotando en una nube, quizás por eso no fui capaz de ver lo que se me venía encima.
Han pasado apenas cuatro meses y ahora no sé ni dónde estoy. Sigo amando a Albert, pero su amor ya no me llena como antes porque en ningún momento supuse que tendría que compartirle con un hombre oscuro que ha terminado por robarme el alma. No porque la quiera ni le interese, tan solo para pisotearme y salirse con la suya.
Por eso tengo todas mis esperanzas puestas en estas benditas pastillas. Si dejo de desvelarme por William tal vez consiga sacarle de mi cabeza. Y si consigo sacarle de mi cabeza quizás pueda recuperar la confianza en mí. Solo entonces podremos pensar en volver a ser felices, de ahí que noche tras noche me tome mi somnífero con la sensación de estarme aferrando a mi última tabla de salvación.
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Sujeción de Escocés
FanfictionCentral a la narrativa de tanto la serie y manga, como la novela; es la estrecha relación de confianza entre George Villers y el patriarca William Albert Ardlay, una persona acaudalada que destaca en innumerables ámbitos, arrogante por naturaleza, d...