Volví 2

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Hoy celebramos la Navidad con una multitudinaria cena de empresa y terminaremos la noche en una discoteca de moda. Aunque nunca me han gustado las cenas de trabajo, reconozco que me apetece un poco de juerga. La tía Elroy odia las discotecas, pero como hoy duerme lejos de casa, tengo vía libre para desmelenarme. Me vendrá bien distraerme, porque el desasosiego en el que vivo está acabando conmigo.
La semana ha sido anárquica ya que estamos más centrados en las vacaciones que en las tendencias para la próxima temporada. Todos tienen planes fabulosos, todos salvo yo, porque ella se ha ofrecido voluntaria para en Nochebuena y Navidad, con la condición de tener libre la noche de fin de año y así poder asistir a la fiesta que organiza Albert en la mansión. Admito que su decisión me ha dolido. Mucho.

Antes de que empezara a soñar lo que no debía, las cosas como son...
A la tía Elroy, le importa un bledo que yo tenga que celebrar las fiestas en casa de mis madres como una viuda, lo único importante para es no fallarle a Albert. Puede que esté sacando las cosas de quicio, pero a menudo pienso que ese malnacido acabará saliéndose con la suya, voy a la peluquería y de ahí a casa a darme una ducha y elegir mi ropa. Tras probarme medio vestidor, acabo poniéndome unos chemisse ajustados, un top gris de lentejuelas que deja a la vista mi espalda, mis adorados Manolos y una chaqueta de cuero negro. Después de maquillarme a conciencia, me miro en el espejo con satisfacción y me lanzo a la calle dispuesta a pasármelo bien.
La cena trascurre entre risas y alboroto. A mi lado se sienta un chico de marketing al que no conocía. Es bastante mono, se llama Andrés y debe ser más o menos de mi edad. No para de contar chistes verdes y no tiene la
menor intención de ocultar su interés por mi escote.
Tras la cena nos vamos al Copacabana, donde no había estado nunca, pero parece una discoteca en la que se respira un buen ambiente. Varias pistas, buena música y mucha gente guapa, pija y bien vestida, como nosotros. Annie ha tenido que salir al rescate porque Archie, tras unas cuantas copas de más, no se ha conformado con mirar y ha querido pasar a la acción.
Después de pegarnos un cigarrillo delante de Andres, el pobre huye con el rabo entre las piernas, mientras nosotros nos vamos a la pista muertos de la risa y nos ponemos a bailar como posesos. Se nos unen unos cuantos chicos más. Hacía tiempo que no me divertía tanto, pero al cabo de un rato me muero de sed, así que decido acercarme a la barra para beber algo.
Me abro paso entre la gente y me pido un Brugal con limón. Me atiende una chica monísima, le pago y le doy un largo sorbo a mi bebida. Es limón natural y está delicioso. En eso noto cómo me abrazan por la espalda, meten una mano por debajo de mi top y me saluda cerca de mi cuello. Algún tipo, al verme sola, ha decidido venir a dañarme la noche. Estas situaciones despiertan a la bestia que hay en mí; cuando permito que la ira tome las riendas, no sé de lo que soy capaz. Aparto su mano de mi con violencia, me doy la vuelta y, sin pensármelo dos veces, le tiro la copa a la cara.
Una vez frente a frente, me quedo de piedra. —¡Santo cielo! —exclamo azorada.
No, Nunca le había visto tan bien vestido y arreglado. Y ojalá no lo hubiera visto jamás porque está impresionante. Va totalmente de negro, se ha afeitado y lleva el pelo recogido en una coleta. Si no se empeñara en ir siempre como en uniforme podría ser modelo, ¡Madre mía!
—¿Sabe La tía Elroy que su pajarito se ha escapado de la jaula? —me pregunta con ironía.
—Este pajarito no tiene dueño y, si quisiera volar, no habría jaula para retenerme. En cualquier caso, Ella sabe que le adoro, así que tú tranquilo.
—Enternecedor —me dice mientras sacude su camisa empapada. Como es tan alto, le he estampado la copa en medio el pecho y no en la cara como había pensado—. ¡Diablos, me has puesto perdido!
—Perdona, no sé lo que me ha pasado —me disculpo avergonzada. No hay un solo día en que no acabe montando un numerito, la última vez que nos vimos estuve a punto de darle una bofetada.
—Mal genio y buenos reflejos, una pésima combinación, ¿qué me has tirado? Huele que apesta.
—Ron con limón, lo siento, pensé que era otro pesado que me estaba acosando. ¿Cómo iba a saber que eras tú?
—¿Quieres decir que de haberlo sabido no te habría importado? Porque si es así, me presento y continuamos donde lo habíamos dejado —me dice para volver a abalanzarse sobre mí. Esta vez me agarra por la espalda y me besa profundamente. Estoy a punto de desplomarme de la impresión, por eso no soy capaz de reaccionar tan rápido como debería. Me tambaleo desconcertada porque es un beso diferente a los muchos que nos hemos dado en sueños, por primera vez su aliento no sabe a tabaco. Una parte de mí desea que continúe y me lleve lejos, pero el sentido común sale al rescate y le aparto sin ganas.
—Estate quieto, me parece que estás borracho.
—Por supuesto que lo estoy, pequeña, y pensaba estarlo aún más a lo largo de la noche, si no fuera porque ahora me voy a tener que marchar, me has dejado hecho un Cristo.
Y mientras intento quitármelo de encima, aparece una rubia despampanante que empieza a vapulearle y a insultarle por estar ligando con una fulana en su presencia. Yo la miro perpleja porque supongo que la fulana a la que se refiere soy yo. Lleva un vestido negro corto y escotado por el que asoman unas carísimas perlas negras.
Parece fuera de sí, gritándole y exigiendo una disculpa de inmediato, pero Albert ni siquiera se molesta en contestarle. La mira de arriba abajo, le da la espalda y comienza a besuquear mi cuello. La rubia le lanza un último bufido y se marcha airada hacia la salida.
—Creo que me vas a tener que llevar a casa —me informa, como si la historia no fuese con él.
—¿Cómo dices? —le pregunto, apartándole con mis dos manos.
—Mi conductora me acaba de mandar a la mierda, así que tendrás que conducir tú.
—Oh no, ni lo sueñes —le advierto.
—¿No pretenderás que conduzca en este estado? —me pregunta como si fuera evidente.
—No es mi problema.
—Claro que lo es, me has jodido la noche, me lo debes. —Yo no he hecho nada —me defiendo muy molesta.

Sujeción de EscocésDonde viven las historias. Descúbrelo ahora