Volví

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Estaba parada en la puerta principal de la mansión, a su mente vinieron tantas preguntas, recuerdos y sentimientos que le decían que se alejara de ahí, que le decían que nuevamente su corazón podría latir por aquel que lo destrozó, que la había humillado y sobre todo que la había dejado sola, cuando el mismo había jurado no hacerlo.

Habían pasado cerca de tres  años desde que ella salió de esa mansión, ella ahora tenia 24 años, era una dama de sociedad en toda la extensión de la palabra, con el fideicomiso que la tía Elroy le asignó se había convertido en lo que una vez había jurado no ser. Ella era otra, ya no ejercía más la enfermería, ya no trabajaba, iba a bailes, cabalgatas, tomaba el té, tenia los modales muy refinados, tocaba el piano, hablada francés e italiano, era la soltera más codiciada de la sociedad norteamericana, era coqueta, insolente, algunas veces atrevida, demasiado sociable... y ahora volvía a ser Candis Ardlay.

El motivo de su regreso: la muerte de su esposo, aquel que la había sacado de la casa Ardlay, aquel a quien la había vendido Albert, aquel que la había obligado a aislarse de todo aquello que más amaba, por fin seria libre, por fin podría irse y perderse, por fin podría buscar la felicidad perdida.

Y Mientras miraba la escalera que conducía a las habitaciones, fue sacada de sus pensamientos por George

—¡Señorita Candy!

—George, dime Candis, por favor, no me llamo Candy— Dijo con voz molesta

—disculpe, señorita Candis— George dijo no solo con extrañeza sino con curiosidad, qué había pasado ¿por que venia tan cambiada?.

—solo Candis, George, que no use Candy, no significa que no te puedas hablarme de tu- dijo volteando.

—Si, Candis.

George abrió la puerta, dejo entrar primero a Candy, ella se quedo allí, estaba ahí, quería dar media vuelta e irse al que ahora llamaba hogar, se sintió sin aire, se sintió como si una guerra hubiera sido perdida después de mucho esfuerzo, soltó un suspiro, dio gracias al cielo de que nadie de la familia estuviera ahí, mejor dicho dio gracias que no estuviera él, cuando vio salir a su antigua ayudante de una puerta.

—¡Señorita Candy, Bienvenida!, que bueno que ya llego ¡todo el mundo estaba preocupado por usted!— dijo la mucama

Cuando llegaron a su habitación, Candis se sorprendió al verlo, no lo recordaba así, era hermoso. Sus pensamientos fueron interrumpidos por la voz de la mucama.

—A poco no quedo hermoso señorita, el Sr. Lo mando arreglar hace unos meses, dijo que usted volvería algún día y que el cuarto necesitaba modernizarse- Decía Doroty, emocionada esperando ver la reacción de Candy, después de todo esa era su misión.

—Esta muy bonito, por favor Doroty, saca el vestido que esta en la maleta, dile a alguien que lo planche, lo necesito para el funeral, saca la pijama que se encuentra en la maleta mas pequeña, déjala en la cama— dijo viéndose al espejo y empezando a quitarse los broches que detenían su cabello, veía como Doroty sacaba las prendas que había indicado, cuando esta terminaba de sacar la pijama, prosiguió— me voy a bañar y a descansar, me despiertas cuando falte una hora para el servicio, ve a realizar tus demás obligaciones, mas tarde acomodas mis cosas, gracias, puedes retirarte.

Doroty salía del cuarto sorprendida, era cierto el cambio del cual había oído, nunca se imagino que hubiera sido de esa magnitud, que le diría al Sr William cuando le preguntara la reacción de Candy, ante la sorpresa que según el le tenia.

En el despacho , la tía abuela, y Albert vestido con un traje negro, platicaban del regreso de esta.

—Por fin regresa, ahora será para siempre- decía Albert animado, Doroty, pase.

—Si señor-

—¿Cómo esta Candy?

—Bien señor...

—¿Que dijo cuando vio su habitación?-

—Dijo que estaba bonito, señor

—¿Te pregunto por mi?- dijo Albert esperando una respuesta afirmativa

—No señor, solo pregunto por la Sra. Elroy-

—Desde hoy se dedicara exclusivamente a Candy, ya no tendrá otras obligaciones, entendido-

—Si, señor-

—Antes de que se retire, Doroty, ¿Cuánto equipaje trajo?-

—Dos maletas, una no muy grande y una de mano-

—¿Qué? ¿le dijo cuanto se pensaba quedar?-

—No, señor-

—Esta bien, gracias, puedes retirarte-

Albert estaba desconcertado, no se había imaginado recibir esas respuestas, ¿Porqué había traído tan poco equipaje?, ¿En verdad había cambiado?, ¿Por qué no había preguntado por él?, acaso no lo había... ¿perdonado?

Continuara....

Sujeción de EscocésDonde viven las historias. Descúbrelo ahora