George 3

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Había llegado hacía dos minutos escasos cuando escuché a quien creí mi sobrino William mantener una conversación en el despacho. A esas horas el banco de Chicago estaba cerrado y había esperado encontrarlo en casa para cenar.
Justo cuando iba en su búsqueda, bajando los escalones que comunicaban el despacho con nuestra casa, reconocer la voz de su interlocutor me intrigó. Me paré en seco y me senté a escuchar.
—George , ¿sabes si va en serio con esa chica?
—Parecen unos críos, no lo creo.
—¿Cuándo cumple los veintiún?
—Dentro de cuatro meses. Conde, es una niña. ¿Está seguro?
Dejé en mi regazo el té de manzana que iba tomando para poder afinar el oído. No presté demasiada atención a sus preguntas, hasta que algo me dijo que no hablaban de una extraña.
—Totalmente. ¿Crees que es virgen?
—No lo puedo saber a ciencia cierta. Espero... estoy casi seguro de que lo es. William es un hombre muy sensato y aunque vivieron juntos tres años la señorita no ha cambiado en absoluto. Últimamente pasan solos bastante poco.
—No te preocupes, George. Así todo estaría saldado, la voy a tratar muy bien. Voy a hacer de la heredera una mujer muy feliz.
La respiración se me cortó al darme cuenta del cariz que tomaba la conversación.
—Candy no es como las demás chicas. No necesita cosas materiales para ser feliz, Conde. La conozco bien, y si no está de acuerdo, el señor William no va a acceder al trato. Ni siquiera sé cómo voy a proponérselo.
—En estos momentos no tienes otra opción. Piénsatelo bien y convéncela. Convéncela pronto.
Me tapé la cara con las manos. No podía creer lo que estaba oyendo. William debía estar en verdaderos apuros si pretendía vender a Candy a ese hombre a quien tanto temíamos.
—Tu padre y yo fuimos grandes amigos. Cuando murió tu madre todo cambió. Él cambió —escuché decir a George.
—Lo sé. Todos lo sufrimos. Se alejó de nosotros. Aquel día no solo perdí a mi madre.
Estaba tan absorta con el motivo de la conversación, que no me di cuenta de que se despedían. El conde me sorprendió en las escaleras cuando se disponía a salir por la vivienda.
—Elroy, no sabía que estabas por aquí. —Se paró a medio subir un escalón; parecía desconcertado.
—A... Acabo de llegar —intenté excusar mi presencia.
Él sonrió y frotó mi mejilla con su pulgar, como si quisiera darle color, probablemente estaba pálida.
—Seguro que sí. Ya me marcho. —Me miró fijamente a los ojos y después a las manos, provocándome un escalofrío—. Nos vemos pronto —terminó, cogiendo la taza de mi regazo y llevándosela a la boca. Subió dos escalones a la vez y sorteándome con sus largas piernas salió por la puerta de la mansión de Chicago.

Sabía que era un miembro de la Mafia, no sabía hasta qué nivel estaba implicado, pero sí que utilizaba sus restaurantes como tapadera de sus negocios, que era él quien controlaba la ciudad donde vivíamos y que la delincuencia había disminuido desde entonces, por eso la gente le respetaba aunque pagara para que eso sucediera.

Sujeción de EscocésDonde viven las historias. Descúbrelo ahora