En la bella Verona esto sucede:
dos casas ambas en nobleza iguales
con odio antiguo hacen discordia nueva.
La sangre tiñe sus civiles manos.
Por mala estrella, de estos enemigos nacieron los amantes desdichados:
sólo su muerte aniquiló aquel odio
y puso término a la antigua cólera.
Nada sino la muerte de los hijos
pudo llevar los padres a la paz.Romeo y Julieta
...
Marilyn Miller fue la cuarta víctima del misterioso monstruo de Chicago.
Su cadáver fue encontrado dentro de un carruaje parado en el cruce de la calle Magnolia. Según los informes de los policemen que rodearon con rapidez al inmóvil vehículo, apenas escuchados los alaridos de horror y agonía de la víctima, el crimen tuvo lugar a las ocho y diez de la noche, exactamente.
Aquellos gritos alarmaron a un cockney ebrio que pasaba por allí, y que comenzó a gritar a su vez, atrayendo a la pareja de patrulla por la zona, situada no muy lejos del lugar del suceso, ya que la policía había extremado intensamente la vigilancia del barrio desde el tercer asesinato.
El borrachín señaló el vehículo negro y cerrado, pronunciando algunas palabras en su indescriptible jerga, y los agentes emitieron agudos sonidos de silbato llamando a sus compañeros, mientras rodeaban el carruaje, cuyos animales de tiro se agitaban inquietos, como asustados por algo que sucedía en su interior.
Varios, de paisano, entraron revólver en mano dentro del vehículo y sus lámparas alumbraron el interior, descubriendo el cadáver bañado en sangre de una joven de rizos rubios, ojos verdes y aspecto elegante, acurrucada en un asiento del carruaje. Como en casos anteriores, le habían seccionado el cuello brutalmente, ensañándose luego a cubrir su cuerpo de profundos cortes. Y, como en todos los crímenes previos, nadie parecía haber cometido el hecho.
El coche trágico estaba vacío, el cockney juraba y perjuraba que nadie lo había abandonado mientras él permanecía allí y, posteriormente, un joven transeúnte que se aproximó al lugar del suceso, confirmó esa declaración, afirmando que ella estaba en la acera al sonar los gritos y no le fue posible ver a nadie. Ambos testigos fueron atendidos, se anotó su nombre, y se les dijo que serían avisados para prestar declaración al otro día en el cuartel.
De nuevo la policía se enfrentaba a un misterio aparentemente insoluble: una cuarta mujer era víctima del sádico criminal, sin que les fuera posible dar con una sola pista del culpable, ni tan siquiera de su modo de desvanecerse en la nada.
El superintendente pronto supo que el móvil señalado por la teoría se ajustaba matemáticamente a este caso. Marilyn era la esposa del doctor Neil Miller, un prestigioso médico de Harley Street. Los motivos de su presencia en la calle Magnolia no estaban nada claros, puesto que la difunta era una dama de la mejor sociedad, cosa de una hora y media antes.
El lugar del crimen no estaba, más allá de tres minutos de paseo desde el viejo teatro de variedades. El superintendente resolvió llamar a James Wilson a su presencia para cambiar impresiones. Empezaba a sentir cierto respeto por la teoría de el.
Cuando Wilson se enteró por el policía de los
detalles del trágico suceso, hizo un rápido cálculo y asintió, sombrío.
—Todo coincide, superintendente —afirmó rotundo.
—¿Qué es lo que coincide?
Las horas y las distancias, los cortes. El coche fue tomado antes de la hora de comenzar la segunda parte del espectáculo. Es decir, en el entreacto, a sólo una manzana del teatro. Y una vez terminada la representación de tarde, a las ocho, vuelve a salir, recoge el coche y va en busca de su víctima. Sabe dónde va a estar a esa hora, la hace subir al carruaje con cualquier pretexto, y allí la asesina fríamente.
—¿Desapareciendo luego por arte de magia? —sugirió el policía, sarcástico.
—No, eso no —negó Wilson —. Eso es lo que parece. Creo que la realidad es muy otra, superintendente. Y también tengo una teoría sobre eso.
—¿Cuál?
—Es lástima que me hayan llamado pasado tanto tiempo de ocurrir todo. Si llegan a hacerlo cuando hallaron el cuerpo, sin abandonar un momento la vigilancia del coche del crimen ni descuidar el más mínimo detalle... es posible que el asesino estuviese ahora entre rejas, señor.
—¿Cómo puede decir eso? —se irritó el superintendente —. Mis hombres no son tontos. Y revisaron todo a fondo. Un carruaje no tiene escondites. Lo examinaron con atención. No había nadie debajo del mismo, ni en su techo o su pescante.
—No, no. Estoy seguro de que el asesino estaba dentro cuando ustedes revisaron el vehículo.
—¡Imposible! —rechazó el policía airadamente—. No tiene escondrijos un carruaje vulgar, usted lo sabe.
—No tiene escondrijo para usted o para mí, o para cualquier otro ser normal. Pero estamos ante un asesino que no es normal, compréndalo. Mi teoría es que en todos los asesinatos, el criminal estaba presente cuando fue hallado el cadáver.
—Eso es un disparate. El padre de la más joven halló a su hija asesinada en el dormitorio. Lo revisó todo como enloquecido. No había nadie. La prostituta murió dentro del cerrado cuarto del hotel, en compañía del conserje que, al parecer, fue atacado por alguien antes de cometerse el crimen. El conserje derribó la puerta, miró armario y todo escondrijo posible, incluso debajo de la cama. No había persona alguna. Usted mismo encontró muerta a La Monina. ¿Y halló a alguien en el camerino cerrado, por cuya única salida había podido escapar, según el conserje de la puerta que daba a la platea?
—No, a nadie —admitió Wilson con un suspiro, moviendo negativamente la cabeza—. Y nunca me lo perdonaré. Pero es que entonces desconocía la vecindad del «Old Circus» y su extraña gente. De otro mudo, hubiese hallado al criminal.
—¿Insiste en que también esa vez estaba allí, delante de sus propias narices?—Sí, creo que si —afirmó el joven. En el único lugar que no registré.
—¿Cuál?
Debajo del tocador, cubierto por una cretona hasta el suelo.
El asombro se pintó en el rostro del superintendente, que miró con incredulidad al joven escritor. Rechazó con tono desabrido:
—¡Pero eso no tiene sentido! Ese tocador es muy pequeñín el hueco insignificante...
—Lo sé. También tendría un hueco insignificante la otomana del Hotel Royal, pongamos por caso, debajo de su tapa o asiento. Un lugar donde a nadie se le ocurriría buscar otra cosa que ropa sucia o algún objeto escondido, pero nunca a una persona.
—Una otomana... un tocador estrecho... Pero ¿qué clase de persona se podría ocultar en semejantes lugares?
—La misma que se ocultaría debajo del asiento de un carruaje de caballos como el de anoche. Ya sabemos lo estrecho de ese hueco, donde no cabe una persona normal, ni apenas una mujer delgada. Pero donde si cabía el asesino, que permaneció allí hasta que la vigilancia en torno al carruaje se hizo menos intensa y pudo escabullirse en la niebla, sin ser advenido.
—¿Se refiere a... a un?
—O a un mono —asintió Wilson fríamente, cruzándose de piernas—. Pero además de eso, nuestro asesino, tiene que ser algo más pequeño y ágil. Posiblemente un experto y ágil contorsionista, capaz de ocupar un mínimo sitio retorciendo su cuerpo a placer, ¿comprende, superintendente?
—Dios mío... Era eso — perplejo, se puso en pie, paseando como una fiera enjaulada—. ¡En todos los casos teníamos ante nosotros al asesino, sin darnos cuenta, y se nos escapaba de entre las manos apenas se había descuidado la vigilancia de una habitación cerrada que se suponía vacía!
—Exacto, superintendente. Imagino que la joven tenía ya oculto a su asesino dentro del dormitorio, cuando lo cerró con llave. Había allí un pequeño sofá hueco, con el asiento sobre el mismo, según creo recordar por la descripción del escenario del crimen. Pues bien, ahí debió hallarse el extraño criminal que nos ocupa, señor.
—En todas las ocasiones se burló de nosotros, pudo escapar luego... Pero sea una anoréxica, tenía que elegir previamente a sus víctimas y estudiar en el terreno cuidadosamente.
—Sin duda lo hacía. Los crímenes estaban bien medidos. Es posible que el doctor hubiese ido otras veces al hotel con alguna mujer pública, o que hubiese abandonado la representación del «Old Circus» para echar una cana al aire. Él asesino le seguía y, una vez sabido adónde se dirigían, se anticipaba a sus movimientos. No olvide que el cerebro de estos crímenes es el de alguien muy familiarizado con el teatro y se mueve por él como pez en el agua.
ESTÁS LEYENDO
Sujeción de Escocés
FanfictionCentral a la narrativa de tanto la serie y manga, como la novela; es la estrecha relación de confianza entre George Villers y el patriarca William Albert Ardlay, una persona acaudalada que destaca en innumerables ámbitos, arrogante por naturaleza, d...