Huye

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Candy corría a toda velocidad por delante de él, con la larguísima melena de rizos rubios agitándose al compás de sus piernas. Por el frenesí de la persecución, el velo de la chica se había soltado de su cola, de la misma manera que el casquete de él había desaparecido, por lo que la trenza pendulaba por su espalda.
Volvió a perderla de vista, pero al llegar al borde del edificio de turno, comprobó que la musa había saltado a otra azotea a unos cuantos metros por debajo de él. Sin perderle pisada, repitió la acción de ella. Candy era agilísima y en varias oportunidades logró sacarle algo de ventaja.

Continuaron corriendo durante un buen tiempo, desplegando velocidad y saltando como dos gamos en la naturaleza.
Al caer sobre el portón de la mansión Leegan, la vio ingresar a su interior a través de una puerta que alcanzó a cerrar y trabar frente a él, deteniéndolo. Maldijo, sabiendo que esto le costaría unos segundos. Arremetió contra la puerta con todas las fuerzas de su cuerpo y, en medio del estruendo que hizo al destrozarla, se lanzó por la escalera escuchando los pasos vertiginosos de Candy sobre los peldaños de metal. Se asomó al hueco de la escalera, y la contempló saltar por encima de la baranda hacia el siguiente nivel inferior, en un intento por ganar tiempo. Lauren hizo lo mismo y, por el tamaño de su cuerpo, acortó una buena distancia entre ambos.
Cuando Candy lo miró por sobre el hombro, fue tal el miedo que reflejaron sus ojos que Lauren se sintió un animal. En realidad no estaba muy lejos de serlo, ya que se sentía territorial y dominante. Cuando la tenía a tan solo unos dedos de distancia de él, la puerta de la cocina se abrió y una anciana salió a sacar la basura. La chica aprovechó la oportunidad para ingresar al interior de la vivienda, con él por detrás. La mujer los miró absorta y luego de unos segundos empezó a gritar pidiendo auxilio. En medio del griterío, Candy llegó al balcón desde donde se lanzó al vacío. Con el corazón palpitándole a mil, Lauren suspiró aliviado cuando la vio aterrizar, como una paloma, varios metros más abajo.

«¿Cuándo se cansará, por Dios?», se preguntó sudoroso.
Indudablemente era una mujer entrenada, porque hacía ya bastante tiempo que corrían como dos salvajes y ninguno aflojaba.
De repente, la joven saltó por encima de una baranda de mayor altura que las anteriores, para columpiarse con las manos y propulsarse, mientras giraba el cuerpo a noventa grados, hacia un árbol. Lauren sonrió admirado. La pequeña diabla había cambiado abruptamente la trayectoria de la huida, queriendo engatusarlo. Indudablemente le había ganado otros segundos más, pero él era rapidísimo y sabía que solo era una cuestión de tiempo el poder atraparla.

Sin detener el ritmo de la persecución, Candy volvió a cambiar el ángulo de huida y, súbitamente, se le escabulló de la vista aunque el vestido no le ayudaba a ser más rápida por lo menos por lo sencillo que era no se había convertido en una trampa para que no pudiera huir...
Jurando por lo bajo, Lauren se dio cuenta de que la chica se había introducido, a través del bosque cercano a la mansión, en el interior de los terrenos. Al hacer él lo mismo, los gritos de unos niños asustados le perforaron los oídos. Como si fueran dos caballos de carrera en plena puja por alcanzar la meta, atravesaron la puerta y continuaron corriendo por unas escaleras, saltando de lado a lado por las barandas hasta llegar a la planta baja, desde donde se lanzaron hacia el exterior por el parque.
Siguiendo la dirección de los lagos que hacían tan popular a este lugar, se precipitaron entre los árboles a toda marcha, en medio de la tarde cerrada, única testigo de lo que sucedía entre los dos. El corazón de Lauren bombeaba a todo galope por el esfuerzo que llevaba a cabo y admiró a su señora álmica, increíblemente veloz a pesar de lo pequeña que era. Pero él no solo lo era más, sino que tenía la ventaja del espacio abierto. Imprimió una última acelerada a sus piernas y, finalmente, supo que había llegado el momento. Candy era diminuta en comparación con él, por lo que tendría que ser muy cuidadoso para evitar lastimarla.
Sudado como si hubiese pasado horas sentado en un baño sauna saltó, estirando el cuerpo como si fuera una jabalina, para enlazar a la elfa de la cintura cuando esta pegaba un salto formidable. Sin apenas poder creerlo, la atrapó como si fuera un pájaro en pleno vuelo, haciendo realidad el primer contacto físico entre ellos. La envolvió entre sus brazos, azorado de lo estrecha que era su cintura y se obligó a caer de espaldas para amortiguar la caída de su cautiva.
Observó la escena de la que era protagonista transcurrir como si fuera en cámara lenta. A medida que ella y su carcelero caían. Se escuchó expulsar el aire de los pulmones al impactar de espaldas contra el pecho de su cazador. El sonido sordo que emitió el cuerpo de este al estrellarse contra el suelo provocó que ella cerrara los ojos y escuchara con más nitidez los latidos del corazón de él y del suyo propio. Los brazos la abrazaban desde atrás, sofocándola, aunque sin hacerle daño. Envió a Dios una plegaria. Sentía que moriría. El terror volvió a invadirla, tanto que apenas se atrevía a respirar. Un segundo aire de adrenalina, junto al sonoro golpe de su captor; le sirvió a Candy para zafarse de su agarre y volver a impulsar su cuerpo de una rama, logrando a fin poner distancia de su ya bastante golpeado "esposo".
No había dejado de correr hasta que se dio cuenta del silencio que le indicó que al fin nadie más la estaba siguiendo.

Había llegado hasta la cabaña donde sólo se podía escuchar el sonido de la cascada.

Si volvía a la mansión seguramente la obligarían a quedarse con Lauren, después de todo era su esposo; se había casado tontamente y Albert, mejor dicho William no estaba.
No podía tampoco irse al hogar de Pony, porque era el primer lugar donde seguramente la buscarían, tampoco la clínica feliz y mucho menos a la casa Magnolia, ni dónde Annie.
Si... la cabaña era el único lugar donde estaría a salvo, por lo menos hasta que pueda decidir qué hacer con su vida, su vida, ese sueño que se le había convertido en una espantosas pesadilla gracias a aquel, que una vez más, la había vuelto a abandonar.

—Albert...

El cansancio y la realidad la golpearon de frente: Si el novio se había cambiado por otro era porque el novio así mismo lo decidió; Cayó de rodillas con sus brazos extendidos en el filo de la cascada, ahí mismo donde él la había salvado, pero ahora, con su vestido de novia roto, el agua mezclándose con su larga cabellera rubia y su rostro manchado, lleno de lágrimas.

La misma cantidad de lágrimas que eran derramadas por el rostro de otra persona...

Albert; que la miraba desde lejos, también, con el mismo dolor que sabía ambos en ese instante compartían.
No podía dejar de mirarla, tan hermosa y bella, con el vestido de novia, rasgado, que el mismo había mandado a elaborar... no obstante por más que quisiera, por más que su cuerpo y su corazón quisieran acercarse, abrazarla y consolarla, sabía que era lo peor que podía hacer, debía protegerla de él mismo... ya no había alcohol de por medio, ya no había otra solución a esa desgracia; que su padre con sus malas decisiones los había arrastrado a ambos a la miseria del mismísimo infierno.
Lo único que podría hacer es buscar a su única aliada, la tía Elroy.

—Candy, quisiera cortar mis venas y sacar de mi esta sangre que no me permite estar contigo — pensaba— pero debo vivir porque una vez más necesitas ayuda, y yo, otra vez de lejos,  otra vez lo haré desde la sombra,  y es que mi corazón no quiere aceptar esta situación, huye, aunque quizás...

Sujeción de EscocésDonde viven las historias. Descúbrelo ahora