Sin máscara

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De: Candis Ardlay
13 de Diciembre
Para: James Wilson
Asunto: No tengo disculpa posible
Querido James:
¡Me quiero morir!
De verdad que lo siento. Espero tener la oportunidad de demostrarte que no siempre soy así de desagradable.
Muchas gracias por tomarte la molestia de escribirme, es bueno saber. Un saludo,
Candy.
Tras enviar el correo, me entra una llorera espantosa. No sé si lloro por el enfado de Albert... O por haber quedado en ridículo delante de tanta gente. O por la nefasta impresión que le habré causado al tal James. Tal vez lo haga por los golpes que recibió Lauren. Por dejarle ver mi angustia. Porque no se apiadara de ella y me llevara lejos. En definitiva, por su triunfo y mi derrota pública.
Estoy sentada en el sofá del salón, en pijama, con el pelo enmarañado y rodeada de una montaña de clínex usados, cuando de repente suena la puerta. No estoy en condiciones de recibir visitas, así que me quedo quieta y hago como si no hubiera nadie en la casa. Sin embargo, quién quiera que sea, no para de insistir. ¡Maldición!
Entonces, me acerco de puntillas a mirar por la mirilla y le veo. Sospecho que
él a mí también porque dice:
—Abre, Candy, sé que estás ahí.
—Márchate, Lauren. No quiero ver a nadie.
—Si no abres, tendré que entrar con mi propia llave. Estoy llamando por pura cortesía.

Supongo que no tengo alternativa. Sé que tiene llaves de la casa y no dudará en usarlas si no le abro, así que, ¿para qué negarme, si va a entrar de todos modos? Resignada, le abro, pero no me detengo a saludarle, me voy al salón tapizado de pañuelos de papel usados y me dejo caer sobre uno de los sofás, derrotada antes de que comience la contienda.
—¿A qué has venido, a comprobar lo mal que estoy? —le pregunto con sorna.
—No, pero ya que lo comentas, no parece tu mejor día...
—Pues mira quién fue a hablar, estás hecho un asco. Ese ojo tiene muy mal aspecto —le digo al ver unos hematomas en la mejilla izquierda que le han producido un inmenso derrame en su ojo. Entre eso, la ropa ancha y el gorro de lana que lleva puesto, parece el adolescente conflictivo del que habla su psiquiatra.
—Bahh, no es nada.
—James me ha escrito. Dios, podíais haberme advertido quién era. Supongo que os habréis partido de risa a mi costa.
—Sí, fue bastante divertido. Voy a buscar una cervecita a la nevera, ¿te traigo algo?, ¿una tila, quizás? —me pregunta burlón.
—No quiero nada, gracias.

Me mira con asombro porque esperaba una respuesta airada, pero hoy tengo mi nivel energético bajo mínimos y no me quedan fuerzas ni para el sarcasmo.
Se marcha a la cocina y vuelve bebiendo una de sus botellas de cerveza. Se sienta en el sillón que hace ángulo con el mío, sube los pies sobre la mesa con descaro y se me queda mirando sin decir una palabra. Una vez más, soy yo la que rompe su juego de silencio.
—Supongo que debo darte la enhorabuena por haber sido testigo de nuestra bronca.
—¿Me crees tan ruin? —Pues sí.

—A ver, ¿por qué tendría que alegrarme? —me sonsaca con actitud paternal.
—Porque quieres que nuestra relación fracase, pero por mucho que te empeñes, eso no va a ocurrir.
—¿Eso es lo que piensas?
—Sí, eso es lo que pienso. ¿Quieres que hablemos con sinceridad? —le pregunto porque estoy cansada de esquivar sus dardos envenenados, si ya arruiné mi reputación, qué más da hacerlo un poco más.
—Por supuesto.
—Estoy harta de que me hagas sentir que estoy en un lugar que no me corresponde. ¿O acaso niegas haberte opuesto al hecho de que viniera a vivir con William?
—No lo niego. Por supuesto que intenté disuadirle, me pareció un disparate entonces y me lo sigue pareciendo ahora.
—Pero ¿qué tienes en mi contra? —le increpo.
—No tengo nada en tu contra, lo que pasa es que me molesta el derroche, de cualquier índole. Y, a mi juicio, vuestra relación es un derroche de energía inútil porque está condenada al fracaso.
—¿Y eso por qué?
—Sois agua y aceite, es puro sentido común. —Tú no nos conoces —me defiendo.
—Escucha, ya sé que tenéis una relación sexual explosiva, pero a estas alturas ya te has tenido que dar cuenta de que fuera de la cama no tenéis nada en común.
—Eso no es cierto —le digo con indignación, pese a que una parte de mí le esté dando la razón.
—Candy, ¿te has parado a pensar que has dejado toda tu vida atrás por sexo? Santo cielo, no hay revolcón que merezca tanto sacrificio. Y ahora va la pregunta del millón: ¿ qué sacrificio ha hecho William por ti? No pienses mucho, niña, te lo digo yo: ninguno. Y no lo hará jamás por la sencilla razón de que William adora su vida y no está dispuesto a cambiarla ni por nada ni por nadie.
—Yo no le he pedido que lo haga.
—Mejor, porque te habrías llevado un buen chasco. Lo cierto es que tú has puesto tu vida patas arriba y él continúa con la suya como si tal cosa, la única diferencia es que ahora te tiene atada a su cama. Su mundo es su trabajo. Adora viajar, el dinero, el lujo y estar de hotel en hotel. ¡Mira esta casa,
por amor, es una jodida mansión mejor que todas las que conozco!
—Ya —asiento, y le doy a entender que ha vuelto a hacer diana.
—Conozco todas sus relaciones anteriores y tú no encajas en sus gustos. Él siempre se ha rodeado de mujeres atractivas, pero con poco o nada que decir. Muñequitas fáciles de engatusar y que no le avergüencen en público como lo haces tú.
—He metido la pata, ¿no? —le pregunto con una mueca.
—La prudencia no es lo tuyo, pero yo no me preocuparía demasiado, le tienes muy enconado y eso te otorga un amplio margen de maniobra. Creo que todavía te puedes permitir algunos numeritos más.

Sujeción de EscocésDonde viven las historias. Descúbrelo ahora