Noche de bodas

70 13 3
                                    

Desde esa noche vi a Albert con ojos nuevos. Olvidé que detestaba recordar su nombre de William, sus viajes y su arrogancia, y cuando lo veía pasar o lo escuchaba hablar recordaba las canciones de aquella fiesta  y volvía a sentir el ardor en la piel y la confusión en el alma, una fiebre que no sabía poner en palabras. Lo observaba de lejos, a hurtadillas, y así fui descubriendo aquello que antes no supe percibir, sus hombros, su cuello ancho y fuerte, la curva sensual de sus labios, sus dientes perfectos, la elegancia de sus manos, largas y finas. Y entró un deseo insoportable de aproximarme a él para enterrar la cara en su pecho, escuchar la vibración del aire en sus pulmones y el ruido de su corazón, aspirar su olor, un olor que sabía seco y penetrante, como de cuero curtido o de tabaco.

Albert había mantenido su promesa y no me había vuelto a tocar, pero mi cuerpo traicionero lo deseaba en cuanto estaba cerca. Me sentía tan confundida... No entendía cómo podía suceder aquello si luego me sentía culpable por haberme dejado llevar.

La boda ya es mañana. La casa está llena... Albert, la tía Elroy y una mujer han pasado reunidos todo el día. —¿Porque discuten tanto? ¿Será que Albert se arrepintió?
Sé que es un juego sucio, pero a eso de las diez y media, aprovechando la laxitud del cuerpo y de la mente en el buen descanso, intentaré in extremis convencerle para que me diga que es lo que ha pasado.

gire el pomo de la puerta y logre abrirla, pero un ruido en la habitación me detuvo.

Era algo quebrándose, bien, alguien se ganaría un buen lio, si alguien los encuentra haciendo algo indebido, van a querer morir antes de que la misma tía Elroy lo haga, la curiosidad pudo conmigo y aun estando en este maldito camisón, camine hacia la puerta interior de donde provenía el ruido, pero mientras más me acercaba más claro se escuchaba otro objeto romperse y una maldición poco entendible se escuchaba, concentrándome bien, pude notar que el ruido venía del fondo de la habitación de Albert. Alarmada me apresure a entrar y lo que encontré me paralizo.
Su rostro compungido me recordó al paciente del cuarto cero, a aquel hombre destrozado que vivió tres años conmigo en el departamento del Magnolia, vi como un puño se estrelló con la cama y la lucidez volvió a mí de manera sorprendente. Era Albert.

— ¡Albert!— él inmediatamente se giro y me vio, estaba totalmente borracho y en su mirada había tanto odio que me asusto— Pero ¿Qué paso? ¿Por qué estas acabando con tu habitación?— había estrellado el reloj despertador aparentemente contra la pared y un porta retratos estaba tirado en el piso e igualmente quebrado, era la foto que él tenía de su padre.

— ¿Candy?— entrecerró sus ojos, imagino que por la borrachera no reconocía bien quién era, jamás había visto a Albert en este estado. Cuando me reconoció se lanzo y me abrazo — ¡Candy!—

— Albert ¿Qué pasa?—

— Mi hermana — simplemente dijo aun abrazándome; estaba dolido, se notaba en su voz...

— Albert, ven, cálmate— dije guiándolo hasta la cama de forma dificultosa, casi caigo al piso mientras lo sentaba, aunque mi fuerza llegara a mí, no era tanta, además Albert tampoco estaba en muy buen estado, me senté a su lado antes de hablar— ahora sí, explícame bien, porque no te entiendo nada.

—Candy
—Candy

— Candy, ¿no está claro?— dijo, cerrando sus ojos y frunciendo el ceño, mas por la borrachera que por la rabia, tal vez le dolía la cabeza

— Sinceramente, no— Albert se tomo el puente de la nariz y suspiro
—No, es un error... —declaró mientras me abrazaba con fuerza más a su cuerpo —Tu eres mi novia, serás mi mujer
—Aún no, la boda es mañana —el ceño de Albert se frunció con dolor y yo me arrepentí de mis palabras, suficiente tenia él con sus conjeturas para yo echarle leña al fuego— Espera— dije suavemente.

Sujeción de EscocésDonde viven las historias. Descúbrelo ahora