Capítulo Uno: Almas reparadoras.

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—. Estas obsesionado con tus hijos.

—. Ellos no son mis hijos.

—. Qué son?

—. Son mis perras —. Sonrió teniendo una mirada fija y escalofriante —. Son esclavos rebeldes que se creen independientes, pero necesitan de mí. Ellos siguen viviendo gracias a mí.

El joven que lo escuchaba, no comprendía a la perfección al español.

—. Ellos me pertenecen, deben volver conmigo. Deben estar a mi lado obedeciendome. Soy su rey.

Las razones del español para herir a sus hijos, eran únicamente por querer sangre.

Aquella sensación que había disfrutado al momento de ambas conquistas, había sido tan fascinante que deseaba volver a sentirla.

Simplemente quería dañarlos por sentir aquella mezcla de excitacion más lujuria.

Quería ver aquellas caras llenas de lágrimas y sufrimiento.

Necesitaba con urgencia castigarlos hasta que sus corazones dejen de latir y su sangre sea mezclada en el suelo a sus pies.

No iba a detenerse hasta conseguir aquella meta.

Ellos debían sufrir para satisfacer los repugnantes fetiches de su padre.

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El estadounidense corría a toda velocidad, evitando la horrible congestión vehicular que había en la autopista.

Este llevaba consigo unos resultados clínicos de una prueba de embarazo y aprobación para una intervención forzosa en este.

Deseaba que su amante no haya cometido una locura.

Entró al hospital pidiendo información sobre el paciente, y al ser el representante del país donde se hallaban se la dieron de inmediato.

El estadounidense tomó el ascensor subiendo al penúltimo piso del hospital.
Al abrirce las puertas de este, se dirigió a la habitación indicada entrando sin algún permiso.

Ahí dentro observó a México recostado en una camilla, junto a un doctor que recién se hallaba poniéndose unos guantes.

—. Salga ahora mismo —. Exclamó el estadounidense llamando la atención de todos los presentes.

El doctor preguntó por la seguridad, pero al tratarse de Estados Unidos, no pudo hacer nada más que obedecer.

—. Que haces aquí, USA —. Susurró México.

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