Capítulo Cuarenta y Dos: El propietario.

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Los gritos fuera de la habitación eran inútiles.
Lo único que Rusia escuchaba eran los distintos pitidos emitidos por las máquinas a su alrededor.

Tomó las manos de México y les dió un beso para después dar un suspiro y comenzar a recitar las palabras exactas del encantamiento.

Cerró los ojos y lo único que podía suplicar entre sus palabras era que salvaran a México.

Llevó lentamente las manos de este a su pecho, mencionando la siguiente frase:

"Mientras tengas mi corazón, tú existencia en este mundo será eterna"

Susurraba, mientras lograba escuchar a lo lejos una voz aparte de la suya.
Una voz dulce y suave, que emitía cierto dolor. Repetía las mismas palabras que él.

Aquella voz, conocía el encantamiento, y lo susurraba a la par.

"Me haré cargo de tus heridas, las sanaré con cariño y amor generando el mínimo dolor posible. Nada ni nadie en este, ni en cualquier mundo, podrá jugar con tu vida. Yo estoy aquí, yo estoy contigo."

Lo había completado.

"Siempre lo estuve....."

Se escuchó una frase extra por parte de lo desconocido.

Rusia no deseaba abrir los ojos, solo esperaba escuchar las máquinas que lo rodeaban emitir buenas noticias.

Pero se le complicaba oír.

Su cuerpo parecía debilitarse. El dolor en sus costillas se volvía insoportable.

Lentamente fue soltando las manos de México, pero no quería hacerlo.

Perdía fuerzas mientras el dolor en su cuerpo se intensificaba.

—. El encantamiento dejó de hacer efecto, Rusia... —. Mencionó Collasuyo al frente suya.

El ruso abrió los ojos, observando que se hallaba en el espacio vacío y gris en el que alguna vez también estuvo.

Intentó levantarse pero no pudo por el insoportable dolor en su pecho.

—. Tranquilo, ahora si necesitas abstenerte de movimientos bruscos. El encantamiento ya no hace efecto en ti.

—. Dime que llegué a dárselo... —. Susurró con dificultad —. Dime que él sanará pronto....

Collasuyo se sorprendió un poco por las primeras palabras del ruso.

No le importaba si se hallaba muerto, él solo quería que México se hallara bien.

Sonrió un poco tomándolo de ambos hombros.

—. Lo hiciste, él tiene el encantamiento que le correspondía. Él estará bien —. Mencionó de forma pacífica, calmando a Rusia en un instante.

—. Tú... fuiste el que recitaba el encantamiento conmigo?...

—. ¿Qué?

—. No, no pudiste ser tú. Era una voz... linda y suave...

—. De que estás hablando, Rusia.

—. Alguien recitaba las escrituras conmigo. Era la voz, frágil, de una mujer...

Collasuyo guardó silencio unos momentos.

Nadie más que Rusia se hallaba en la habitación, y nadie más que él se hallaba observándolo desde el segundo plano.

¿Quién más podía estar ahí? ¿Dónde?

Rusia respiraba profundo intentando evadir el dolor en sus huesos.
Sabía que podía hacerlo si se concentraba.

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