Capítulo Treinta y Seis: Malvavisco

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—... Estás seguro que eso se come..?

—. Nop, pero no nos matará, tranquilo —. Dijo el ruso agregando unas hiervas que había encontrado por ahí al pescado que se hallaba friendose.

—. Quien te enseñó a cocinar de esta forma..? Creí que moriríamos de hambre

—. Es supervivencia básica, pequeño México. —. Respondió con una sonrisa volteando la carne —. Aunque aún me duelen las manos después de la intensa chapada de pescados, Jajajajaja.

—. Tengo unas cuantas vendas

—. Termino esto y lo trataré. Debes de estar con hambre.

—. Eso no importa... si te duele mucho detente un momento...

—. Este dolor no es nada. Tranquilo.

—. Rusia...

—. No intentes distraerme. Quiero hacerte saber que no eres el único que cocina delicioso.

México dió un suspiro para después sonreir viendo a Rusia.

Ambos se hallaban en medio de la nada, en un bosque al lado de un rio.

Se hallaban muy lejos de la próxima ciudad, pero no había problemas, estaban bien de salud.

Caminarían hasta la civilización.

Les caía muy bien un respiro de aire puro.

Rusia era ahora quien se encargó de la comida con los pocos insumos que tenía al rededor, en la naturaleza.

México esperaba pacientemente mientras lo veía servir en unos pedazos de piedra que anteriormente había lavado.

—. Esto sabe muy bien!!!! —. Dijo el mexicano comiendo un pedazo de la comida improvisada. —. Mmmm... Aahh...

—. Lo ves? Puedo cocinarte todos los días.

—. Es eso, o estás aprovechando que tengo hambre.

—. Jajajajaja, si gustas hay más.

—. Nop, eso es para ti.

—. Yo ya tengo mi plato, México.

—. Repites el plato, Rusia.

—. No no, repito el plato cuando se trata de tu comida.

México seguía comiendo muy contento, al igual que Rusia que se hallaba feliz de que le haya gustado la comida.

Observó la hora, y todavía era muy temprano.

Podían caminar un poco más y luego armar la tienda de campaña.

En el almuerzo, no dijeron mucho.
Todo porque México disfrutaba de la comida y Rusia no quería interrumpirlo.

Al final, el pequeño terminó satisfecho.
El último plato que podía servirse lo compartieron ambos.

Al retomar la caminata, Rusia preguntaba casi constantemente si México se hallaba bien.

Era algo agotador responder todo el tiempo que sí, pero adoraba que se preocupara por él.

¿Y por que querían desconectarse del mundo?

Simple.

Por algo de paz.

Rusia sacó a México de sus preocupaciones, de sus pensamientos negativos y de sus temores hacia España.

Y a parte de convenirle a México, también le convenía al ruso.

Sabía perfectamente que su padre intentaría buscarlo, y en el bosque, no podría hacerlo.

Rusia tomó una rama de un árbol cercano para entregársela a México.
Así podía reducir el esfuerzo y el cansancio.

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