Prólogo

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Fue aquella maldita carta la desencadenante de su infernal situación. No, la carta no. ¿La organización que la envió? Tampoco. Fueron muchos los factores que le llevaron a estar, en aquellos instantes, en una decisiva lucha entre la vida y la muerte.

Habían pasado días desde que entró a ese lugar, donde la poca cordura que le quedaba fue desapareciendo de forma lenta y retorcida. Prueba tras prueba, pérdida tras pérdida. Llegado aquel punto le quedaba poco más que su mejor amiga —si podía llamarla así—, aquella bella chica situada frente a él, gritándole sin cesar que fuese fuerte, que no podía morir.

Pero era imposible: la hemorragia era demasiado intensa. Supo que no tendría arreglo en cuanto comenzó a recordar toda su vida. Sus sentidos perdían capacidad, su cabeza daba vuelta tras otra. Moriría desangrado minutos después, estaba seguro de ello. Su vida terminaría en las instalaciones que se posicionaron como su tumba desde el momento en que las pisó por primera vez.

Qué ingenuo fue... La culpa no era de la carta, ni de la organización. Ni siquiera de su asesino. La culpa era del ser más estúpido del planeta, aquel que no dudó ni por una milésima de segundo el aceptar ser contratado por Apeiro.

La culpa era suya.

Hijos de Dios [ERI #1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora