El fin de semana había pasado muy rápido. Como tuvieron más tiempo libre que durante la semana, el grupo se decantó por aprovechar las instalaciones dedicadas al ocio como podían serlo la piscina olímpica, las pistas deportivas o la sala de recreativas con bolera incluida —lugar donde Blanca, Fer, Víctor y Bea perdieron toda la tarde del sábado—. Además de pasar gran parte de aquella jornada con Germán, pudieron ver al resto merodeando por otros recintos: Silvia y Sergio fueron a nadar y... bueno, de Miriam no supieron nada más que durante el horario de la cantina.
Había sido un par de días entretenidos cuanto menos, pero aquello no fue más que la calma antes de la tormenta. El domingo llegó y las doce del mediodía se acercaban. Los ocho jóvenes adultos seleccionados para el proyecto Theos estaban reunidos en la sala de espera de un área nunca antes vista dentro del complejo.
Ya no era de extrañar para ellos que las puertas se abriesen y cerrasen conforme fuese necesario. Ferdinand había pedido los planos del recinto como uno de los tres objetos diarios a los que cada sujeto tenía derecho, y así pudo confirmar la complejidad de aquella residencia que a simple vista parecía simple. Si bien al joven alemán no le interesaba demasiado investigar sobre Apeiro, sí que le daba curiosidad conocer el terreno. No vio nada fuera de lo normal, tan solo observó un enmarañado de salas y pasillos aquí y allá que supuso que irían descubriendo poco a poco y una amplia zona aparentemente al lado del pasillo de habitaciones. Como los lugares no iban acompañados del nombre, poco podía hacer.
La puerta frente a ellos se abrió y de ella salió Delta, vestida con su característica bata de laboratorio azul océano y portando una serie de documentos agarrados a una carpeta sujetapapeles. Antes de hablar se subió las gafas, que brillaron momentáneamente ante la refracción de los paneles luminosos del techo.
—Muy bien, grupo. Como ya se habló en vuestra última lección, hoy da comienzo el primer examen. Gracias por acudir con puntualidad a la sala de estudio, lo tendremos en cuenta —la científica se echó a un lado de la entrada y les invitó a pasar con un gesto—. Podéis ir entrando de uno en uno. Colocaos ordenadamente en las sillas y seguid las instrucciones de vuestro encargado.
A pesar de la situación, Fer no sentía ninguna presión. Ni siquiera al entrar en aquella gran sala, llena de instrumentos científicos rodeando lo que parecían una serie de ocho sillones de metal colocados en círculo y acompañados de esos trabajadores que tan acostumbrado estaba a ver desde su llegada. Como todos los que había visto, eran prácticamente iguales, tan solo diferenciados por sus cansados rostros y aquel código que cada uno poseía en su pecho. El chico podía apreciar en detalles así la calidad de la organización en Apeiro, aunque de primeras le resultaba macabro.
Siguiendo las instrucciones de Delta, Fer se sentó en uno de los asientos del fondo, junto a Víctor y Miriam. Los dos amigos se miraron. El joven pelinegro parecía algo nervioso, como si estuviese preocupado. "Eh, Víctor." murmuró su compañero, esbozando una sonrisa y levantando el pulgar. Este le devolvió el gesto e inspiró profundamente. En realidad le entendía, la sala daba escalofríos. Lo más parecido que el alemán había visto a aquel lugar era una consulta del dentista. Odiaba los dentistas.
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Hijos de Dios [ERI #1]
Ciencia Ficción🎖️ Ganador de los Premios Watty 2023 🎖️ Si te llegase una propuesta de trabajo de verano en unos importantísimos laboratorios científicos, ¿aceptarías? En ese caso, te hago una pregunta más específica. Si por cada día que pasases contribuyendo al...