Tras una interminable jornada laboral, el día de Delta estaba comenzando a perder intensidad. La apertura del laberinto, la reunión y la observación de los sujetos la tenía muerta, tal y como le habían advertido. Administrar un proyecto de tales magnitudes era de todo menos sencillo, y ni hablar del día del primer examen. La científica solo quería terminar pronto, usar su poco tiempo de descanso en cenar y leer algo, dormir sus siete horas y media de sueño y rezar para que día siguiente no fuese tan infernal.
Pensaba en cuánto tardarían en completar la prueba los tres sujetos que quedaban a esas alturas. Mientras tanto, caminaba por los eternos pasillos del sector Alfa, rodeada de oficinas y becarios que deambulaban con las manos llenas de documentos, de un lado a otro, como si ni siquiera tuviesen un rumbo fijo. El ambiente era muy distinto al que ella acostumbraba a experimentar en su respectivo área de trabajo: los trabajadores del sector Alfa eran conocidos por su gran capacidad de llevar varias tareas a la vez, todas ellas igual de tediosas. Y justo por eso, sumado a la capacidad sobrehumana que todos aquellos poseían a la hora de gestionarse y reaccionar velozmente a imprevistos, era que se les tenía como la élite de los trabajadores de Apeiro. Todos querían ser del sector Alfa, sobretodo aquellos que sabían que optar por un puesto de líder de sector o jefe de zona era imposible para ellos.
Cuando Delta volvía a su antiguo sector, sentía que había sido desterrada de él por no ser lo suficientemente ambiciosa para ellos, por mucho que ahora fuese una de las personas más importantes de Apeiro. No podía negarlo: aún le dolía ser Delta y no Alpha. Su coeficiente intelectual era significativamente superior que el de los trabajadores de cualquier rango por debajo del suyo—por algo era líder de sector—, pero aun así, ellos brillaban mucho más que ella... o así lo sentía. Al fin y al cabo, era el sector más importante por detrás del Sigma, y su jefe no era ni más ni menos que la mano derecha de la persona que controlaba todo Apeiro. No podía ser de otra forma viniendo de Alpha, persona con la que la científica había quedado en unos minutos.
A paso ligero, la mujer alcanzó la sala común de la planta baja, una amplia habitación donde los trabajadores descansaban y convivían durante sus periodos de descanso, sobretodo cuando no les daba tiempo de volver a sus residencias. A esas horas no estaba muy concurrida, cosa que podía verse a simple vista: el número de presentes en el gran salón no llegaba apenas a diez. Entre ellos se hallaba aquel muchacho alto, algo entrado en carnes y de mirada seria. No tenía más de cuarenta, pero podían notarse los años en la cara. Igual de la vejez, igual del estrés —el mismo al que probablemente se debían esas enormes y negras ojeras que colgaban de sus ojos verdes—, pero su rostro no parecía del todo sano.
—Hombre, Delta —dijo sonriente, ondeando la mano en el aire—. Me alegra verte, hace tiempo que no me haces una visitilla.
—Ya sabes que a Sigma no le gusta que nos movamos tanto de sector.
—Era una broma, mujer. En el fondo le entiendo, ya sabemos lo perfeccionista que es.
—Nadie lo sabe mejor que tú —dijo Delta con cansancio, pero devolviendo la sonrisa—. Y bien, podemos ir yendo a tu habitación, ¿no? No sé por qué quedamos aquí.
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Hijos de Dios [ERI #1]
Science Fiction🎖️ Ganador de los Premios Watty 2023 🎖️ Si te llegase una propuesta de trabajo de verano en unos importantísimos laboratorios científicos, ¿aceptarías? En ese caso, te hago una pregunta más específica. Si por cada día que pasases contribuyendo al...