Capítulo 35. Escape de prisión

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No era una pistola exactamente

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No era una pistola exactamente. Era más grande, más pesada y mínimamente más llamativa. Sobretodo porque se notaba que había sido hecha a mano. En efecto, Víctor no la había conseguido sin más, sino que la había construido pieza por pieza.

Blanca estaba a su lado, callada pero con una mirada más optimista que de costumbre. Faltaría menos, teniendo a su lado un guardaespaldas personal armado.

—¿Eso es...? —murmuró Fer ojiplático, no sin antes retroceder un paso al reconocer el peligro del objeto.

—Je je, supongo que necesitáis una explicación.

—¡¿Y lo dices tan tranquilo?! —replicó Bea con una notable cara de miedo y asco— No te acerques a mí con eso en las manos, por Dios.

—Vamos a ver, que no voy a usarla en vuestra contra —explicó, algo preocupado por poder generar confusiones—. Es un cañón de Gauss que llevo montando desde la primera semana. Tenía una mala sensación de este lugar, pero no quería ser paranoico. Bueno, lo acabé siendo y por eso decidí llevar a cabo el proyecto. ¡Pero ahora nos va a ser útil!

Todos escucharon su discurso sin saber muy bien qué decir. Era un arma construida de cero, podía causar tantos problemas... al igual que solucionarlos, si terminaba funcionando. Tan solo que Víctor no parecía ser el más indicado para tomar los mandos de un objeto tan peligroso.

—¿Es... funcional? —preguntó con timidez Irene.

El talentoso ingeniero aún no la había probado, así que no había respuesta clara.

—Espero que sí. Tengo munición limitada, así que mejor no malgastarlo.

—¿De verdad quieres matar a alguien con eso? —cuestionó la pelirroja, aún con pavor.

—Como querer no quiero, pero si tengo que hacerlo por nosotros, pues...

En mitad de la conversación, Sergio dio dos palmadas que llamaron la atención de todos.

—Vamos a aligerarnos, ¿no? Querría estar fuera antes del amanecer —ordenó, irritado por el espectáculo que habían formado por un simple arma que ni siquiera usarían para el mal—. Uy, una pistola, qué fuerte. Por favor, parecéis críos. Ya me diréis qué íbamos a hacer si nos rodeaban.

Acto seguido, caminó hacia la puerta al final del pasillo y la abrió para revelar un interminable corredor. Se giró para mirar al grupo e hizo un gesto con la mano en señal de que le siguiesen. La charla se cortó de raíz y, aunque con pereza —y enfado por parte de algunos—, el resto de sujetos cruzó la puerta a paso ligero.

Los pasillos por los que caminaban eran exactamente iguales que los que recorrían cada día de prácticas para llegar al metro: blancos, limpios y monótonos. Cada uno de los rincones del sector Delta era igual que el resto. Menos el complejo Theos, claro. ¿Habría más recintos como el suyo o serían únicos en la organización? No habían podido medir palabra con otros sujetos, aunque no vieron a demasiados de su mismo edificio merodear por ahí. Debían de ser pocos, aunque tenían la certeza de que existían gracias a Silvia.

Hijos de Dios [ERI #1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora