Capítulo 8. Escapada en pareja

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Sergio estaba tumbado en su cama

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Sergio estaba tumbado en su cama. No hacía más que mirar el techo fijamente, con las manos en la nuca. Estaba pensando en su vida fuera de Apeiro. La echaba de menos, aunque tampoco sabía por qué. Siendo sinceros no había mucho que añorar ahí, más allá de la libertad de poder hacer lo que quería cuando quería. Este nuevo itinerario que Apeiro le obligaba a cumplir le hacía sentir un esclavo. Le dio vueltas a aquellos últimos días. Qué rápido había escalado la situación: de darse clases entre ellos a sortearse entrar en un laberinto del cual no sabían nada.

Realmente el joven tenía más que claro que ese laberinto era inofensivo, ¿cómo no iba a serlo? Dudaba que Apeiro permitiese que sus futuros trabajadores sufriesen cualquier daño... Trabajadores que probablemente vivirían explotados. Sergio lo valoraba muy de vez en cuando. Cobraría siete mil euros pero, ¿a qué coste? Iba a luchar a muerte por ser el elegido, el último en pie, pero eso no quitaba el hecho de que se atreviese a rechazar el puesto una vez se lo presentasen. No sabían si aceptó aquella invitación por necesidad, por aburrimiento o por diversión. Solo sabía que era lo que quería, ¿qué más necesitaba saber?

Desgraciadamente su descanso estaba acabando y debía ir a la entrada del laberinto para ver si regresaban sus dos compañeras. Los seis se habían repartido en parejas que estarían atentas a los movimientos de la zona durante una hora cada una. Lo veía estúpido. Si llegaban ya avisarían, ¿no? Pero como así lo querían Blanca y Fer, la pareja de sujetos que aparentemente se habían autoproclamado líderes del grupo, pues no le quedaba otra que joderse. Esos dos no eran demasiado de su agrado, aunque sabía que no eran ni de lejos rivales para él. ¿Quién lo sería para alguien con lo que ahora era un 201 de cociente intelectual?

Tras dar un salto para salir de la cama y colocarse los mismos zapatos que llevaba desde el miércoles, Sergio salió de la habitación y avisó a Germán y Miriam de que podían regresar mediante el walkie-talkie. Por otra parte Víctor le estaba esperando al fondo del pasadizo de entrada, mientras curioseaba con la mirada un pasillo adyacente.

—¡Hombre! —el joven ondeó su mano en la distancia al ver a Sergio— Ya era hora, ¿no?

—Me he quedado dormido, si es que uno no descansa nada por las noches. ¿Tú no tienes insomnio?

—No, pero no voy a negarte que también eché una cabezada —reveló Víctor—. En realidad me he despertado a tiempo de pura casualidad, porque no me puse ninguna alarma.

—La suerte, siempre de tu lado.

—Uy, más quisiera —el pelinegro se giró y caminó lentamente a uno de los pasillos—. Germán y Miriam han estado cotilleando y parece que llegada cierta profundidad pueden encontrarse acertijos. Ah, y las luces hacen un ruido que las pone nerviosas, como dato a tener en cuenta —añadió con una sonrisa.

Sergio arqueó una ceja.

—¿Acertijos?

—Sí, es que no sé decirte. Me lo han descrito como puertas con una imagen de la que debes sacar una clave —explicó mientras caminaba hacia la entrada del recinto—. Si introduces la correcta se abre y te deja seguir, aunque un par de las que han encontrado ya estaban resueltas, digo yo que será cosa de Bea y Silvia.

Hijos de Dios [ERI #1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora