Capítulo 37. Matar o morir

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El tercer examen se hallaba tras el enorme portón metálico que aguardaba frente al grupo

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El tercer examen se hallaba tras el enorme portón metálico que aguardaba frente al grupo. Para cuando Blanca y Miriam alcanzaron el punto de encuentro, Sergio y Bea ya estaban allí. ¿Habían quedado para ir juntos? ¿Fue casualidad? La joven de gafas redondas no había visto a ninguno de los dos en todo el día y, sumado a lo que ocurrió la noche anterior...

Miriam se lo contó todo. Solo a ella, claro: hubiese sido una cagada hacerlo delante de Víctor. Y Blanca tampoco cometería ese error. Desde entonces, Bea no es que fuese la persona con la que más tenía ganas de hablar. Últimamente se había comportado de una forma extraña: egoísta y cabezona. "Menudo panorama se nos avecina", pensó de camino a las instalaciones de la próxima prueba.

—Buenas tardes, chicas —saludó el joven matemático—. ¿Listas para el fabuloso examen de hoy?

Miriam lo juzgó con la mirada, de arriba a abajo. Blanca prefirió ahorrarse las malas caras.

—Buenas. Sí, listas. ¿Alguna idea de qué nos harán hacer?

—No, a día de hoy no soy adivino. Pero pronto lo descubriremos —Sergio se volteó a la entrada aún cerrada del recinto.— Eso sí, probablemente de ahí no salgamos los seis.

Acto seguido, una sonrisilla repelente se mostró en su rostro. No hacía gracia, ninguna, sobretodo porque él tampoco podía garantizar su propia superviencia. Bea giró la cabeza de una forma algo descarada para evitar contacto visual con sus amigas. Mientras eso sucedía, llegaron Fer y Victor. Todos notaron en Sergio un a expresión que parecía esconder intenciones.

Blanca podía verse venir varias cosas por parte de su compañero, así que, solo por si las moscas, no le dejó tiempo para actuar y habló antes que nadie.

—¡Hola! —dijo mientras caminaba hacia ellos y les daba un abrazo a cada uno—. Qué bien, ya estamos todos.

Víctor arqueó una ceja, extrañado por su repentino comportamiento alegre.

—¿Nos perdemos algo?

—No, no aún —contestó su amiga—. Pero no quedará demasiado para comenzar.

Como si su superior la hubiese escuchado, las puertas al recinto se deslizaron hacia arriba y una ráfaga de aire fresco y un suave aroma a campo azotaron al confundido grupo: al otro lado se encontraba un amplio terreno con un suelo de césped salpicado con arbustos, árboles, flores y caminos de piedra. Era un parque, uno que —casi— parecía real.

No era la libertad, no había cielo. Las paredes, un techo de color azul y brillantes focos de luz blanca lo demostraban. Delta no estaba presente aún, pero un sistema de altavoces los guió mientras tanto.

"Haced dos grupos de tres"

¿Dos grupos de tres? ¿Se trataría de un examen por equipos?

—¿No hay más instrucciones o qué? —preguntó enfurruñada Bea, mirando al altavoz más cercano.

Hijos de Dios [ERI #1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora