Capítulo 38. Cervatillo indefenso

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—¿I

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—¿I... Irene? —tartamudeó Blanca.

—No dispares, por favor... —balbuceó mientras ella también la apuntaba con su arma, aunque a cada corto periodo de tiempo iba girándose a Bea.

—Pero... ¿No lograste escapar...? ¿Por qué...?

La joven no podía recordar nada del impacto. Ni siquiera de aquellas dos chicas que la rodeaban. Su memoria estaba confusa y desordenada, y así llevaba desde que despertó en un cuartucho vacío vestida de blanco y negro. Una elegante mujer de pelo castaño y ojos azules se presentó como Delta y le explicó todo lo que necesitaba saber. En el mar perdió la consciencia y, con ella, la memoria de su semana en Apeiro, pero fue rescatada por una patrulla marina y traída de vuelta.

No la castigaron inmediatamente, sino que prolongaron su sufrimiento durante tres días. Le dijeron que aquel domingo haría de ciervo y que debería correr de seis escopetas que querían su cabeza. Por darle oportunidades le concedieron una escopeta con seis balas. Si lograba matar a todos con aquellos escasos recursos... ¡Felicidades! Sería coronada como la hija de Dios. No se dignaron a darle más privilegios a una joven que no solo rechazó la oferta de trabajo y aún así se presentó en el lugar de recogida para espiar, sino que también tuvo el valor de intentar escapar de las instalaciones. Algo justo si uno se paraba a pensarlo: nadie quería morir y el ser humano siempre ha sido curioso por naturaleza.

Por una vez no debió haberlo sido, porque eso la llevó a estar siendo apuntada por dos de sus compañeras, ambas igual de sorprendidas e impactadas.

—He perdido la memoria...

—¿No sabes quienes somos siquiera?

Irene no respondió.

—Joder, esto es una puta mierda —replicó Bea—. Tengo que matar... ¿a dos personas hoy?

—¡No vas a matar a nadie! —replicó Blanca en cuanto la escuchó.

El estrés hizo efecto en la rubia y esta empezó a llorar y estremecerse. Sin avisar, decidió apuntar su arma a la cabeza de Blanca.

—¡Lo siento!

Estas palabras fueron cortadas por su propio disparo, en dirección a la joven física. Las lágrimas y el temblor no la dejaron apuntar con claridad, pero pudo ver cómo un líquido rojo caía de su oreja. La bala había atravesado su lóbulo, arrancándoselo en consecuencia. En medio del dolor de sentir como parte de su cuerpo era volatilizado, la joven soltó un desgarrador grito que mezclaba dolor y pánico. Se llevó una de sus manos bajo la herida y esta comenzó a llenarse de sangre.

Mientras Bea miraba aterrada, Irene aprovechó para dispararla a ella y a continuación echar a correr. Ni se paró a ver dónde dio, pero estaba segura de haberla visto sacudirse tras el ataque. Corrió sin parar, mientras jadeaba y se aguantaba las ganas de gritar por ayuda hasta quedarse afónica. Pero sabía que sería inútil, que no había salida y que aunque la encontrase volvería a aquel lugar una y otra vez. No había libertad para ella.

Hijos de Dios [ERI #1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora