La hora de guardia de Sergio y Víctor había terminado de lejos. Los siguientes encargados de vigilar los pasillos del laberinto, Blanca y Fer, comenzaban a perder la paciencia: llevaban esperando casi un cuarto de hora a que sus compañeros volviesen.
Blanca comenzó a preocuparse. ¿Qué les había pasado? Entre que la cuerda llevaba haciendo movimientos extraños antes de dejar de moverse en ese mismo momento y que la mitad del grupo estaba dentro de aquel laberinto, la joven no podía hacer más que angustiarse cada vez más.
—¿Prefieres que entremos? —propuso Fer al notar el malestar de su amiga. Tenía que hacer algo o su puntuación bajaría por ello.
—No sé si deberíamos, pero...
—Pero estas muy preocupada y sabes que es mejor ir a buscarlos.
Blanca prefirió pensarlo mejor antes de responder. Igual entrar era lo que tenían que hacer, era parte del examen. ¿O quizás era una prueba más? Joder, ¿qué necesidad tenía Apeiro de sugestionar tanto a sus sujetos?
Pero las dudas se desvanecieron cuando el brazalete de la chica emitió un pitido. Antes de mirar se temió lo peor: su agobio había pasado el límite y había sido castigada con unos puntos de menos. Cuando observó que ahora el cien era un ochenta, se dio cuenta de que había ocurrido algo peor de lo que imaginaba. ¿Qué acababa de pasar? Se le formó un nudo en la garganta y su rostro se palideció en cuestión de segundos.
—Esto... ¿Qué es esto...?
Fer, tan sorprendido como ella, agarró con delicadeza la muñeca de su compañera para observar mejor el cambio. Tampoco lograba entender qué había producido esa repentina bajada. Vale, sí, Blanca admitía que estaba empezando a perder los papeles pero, ¿tanto? ¿Podían acaso quitarle veinte puntos de una sentada?
—Germán los perdió de uno en uno... —le mencionó Fer, que podía imaginarse la duda de Blanca—. Así que no sé si son tus emociones las que han provocado esto. Además, mira: tu gráfica está más o menos en orden.
La joven no apartó sus ojos del brazalete.
—Pues dime entonces el qué. ¡No puedo permitirme ir perdiendo los puntos de veinte en veinte, Dios mío!
El alemán abrazó a Blanca en cuanto notó sus ojos llorosos. No había otra: era culpa del laberinto. Algo había pasado para que cuatro de sus compañeros estuviesen desaparecidos y la chica a su lado hubiese sufrido aquella bajada de puntuación. Sin pensárselo dos veces, Fer invitó a esta a entrar juntos al lugar en cuanto su lagrimeo cesase.
Fue un susto que no esperaba, y a Blanca las cosas inesperadas no le gustaban, mucho menos si eran desagradables. Realmente esas situaciones no eran del agrado de nadie, pero la joven tenía un pequeño problema al controlar sus emociones negativas. Se derrumbaba si algo no terminaba de salir como ella esperaba, cosa que constituía un gran punto débil en ella. No le preocupó mostrarse así frente a Fer, uno aquel par de compañeros en los que se apoyó durante los pocos días que llevaban allí —y así quería que siguiese siendo—, pero si llegaba a suceder frente a todo el grupo... Por desgracia ahí no existía la amistad y pocos dudarían en usar las debilidades del resto como un arma.
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Hijos de Dios [ERI #1]
Science Fiction🎖️ Ganador de los Premios Watty 2023 🎖️ Si te llegase una propuesta de trabajo de verano en unos importantísimos laboratorios científicos, ¿aceptarías? En ese caso, te hago una pregunta más específica. Si por cada día que pasases contribuyendo al...