61. Oliver: Rescate

93 6 0
                                    

Al parecer los dioses griegos viven en las nubes (no solo literalmente), por lo que allá donde mires todo es azul y blanco con algún toque de tormenta o de amanecer.

Ante nosotros se alzan cientos de casas que de acuerdo con lo que Calíope nos cuenta, pertenecen a los dioses menores. Todas forman anillos alrededor de una pequeña montaña sobre la que se alzan pequeños palacios: doce en total, uno por cada dios supremo.

No hemos dado ni dos pasos cuando alguien aparece de la nada y se coloca ante Calíope. Es un hombre con el pelo castaño largo que viste con ropas del siglo XXI de la que destaco la camiseta de un grupo de rock y lleva una lira bajo el brazo.

—Y yo que pensaba que habías dicho que no querías más niños... —su voz tiene un pequeño deje de burla cuando habla con Calíope.

—Supongo que estabas deseando echármelo en cara, ¿verdad, Orfeo?

—Hola, Espía —lo saluda Colin al pasar por su lado—. Buscamos a mi hermana.

—Y el cuerpo de Amy —recuerda Tyler.

Tras una pequeña discusión, Calíope y Orfeo deciden que nos dividamos en dos grupos para hacerlo todo más rápido. Colin y yo iremos con Calíope en busca de Alana y Tyler y Patrick buscarán a Amy guiados por Orfeo.

—Pongo mi vida en peligro y ni siquiera me voy a llevar a la chica. Qué triste —son las palabras de Patrick antes de desaparecer con su grupo, las cuales hacen que me dé cuenta de que yo tampoco me llevo a la chica en esta historia. ¡Qué injusto!

A paso ligero seguimos a Calíope a través de la ciudad hasta llegar al centro. Al parecer las celdas están construidas entre el palacio de Hefesto y el de Ares. Es algo raro que sus casas estén tan cerca la una de la otra si se tiene en cuenta lo mal que se llevan ambos, supongo que se regirán por eso de mantén a tus amigos cerca y a tus enemigos más cerca.

A medida que avanzamos me fijo en lo vacio que parece el Olimpo. Solo vislumbramos a pequeños e insignificantes dioses menores que deambulan de un lado a otro llevando armas o jarras llenas de ambrosía. Estos van todos vestidos con ropa normal, con vaqueros y camisetas de grupos de música. Quizás por eso nosotros no llamemos la atención.

—Bienvenidos a la Gran Entrada, da al Scalam, por donde podremos acceder a los palacios —Calíope señala un gran arco forjado de diferentes materiales: hierro, piedra, papel, aire... pero lo que más llama la atención no es su ecléctico gusto en arquitectura, sino el perro de tres cabezas que hay guardando la entrada. Al parecer Hades ha dejado a su chucho guardando la casa.

El cerbero parece tranquilo, tumbado a un lado y con las tres cabezas babeando. Sin embargo, parece olernos, porque de repente se pone sobre sus cuatro patas y mira en nuestra dirección.

Sin pensárselo dos veces, Colin mueve la mano que sostiene la vela y que se convierte en una pequeña espada de fuego. Si tiene que matar a la bestia, lo hará. Entonces noto que las cuerdas que llevo en la muñeca empiezan de alguna manera a vibrar, como llamando mi atención. Curioso, detengo a Colin.

—Deja que yo me ocupe de esto... —le pido no totalmente seguro de lo que voy a hacer.

Suelto las cuerdas de mi muñeca y estas se juntan haciendo tres pequeños círculos. Sin dudarlo me los llevo a la boca y empiezo a soplar por cada uno de ellos. El sonido resultante nos hace dar un salto por lo alto y cabrea al cerbero que empieza a moverse hacia nosotros, sus tres cabezas igual de molestas.

—¿A eso le llamas tú ocuparte? —Colin levanta la espada que estaba prácticamente apagada y la vuelve a encender.

—Espera, espera, es que no tengo práctica... —vuelvo a soplar logrando sacar diferentes sonidos.

—Rápido, Oliver... —Colin se pone a mover la espada de un lado a otro, distrayendo al perro, por desgracia, no todas las cabezas miran hacia otro lado o se dejan asustar por las llamas y tenemos que movernos para evitar ser mordidos.

Sigo soplando hasta que de repente todas las cabezas de perro se levantan atentas, con las orejas en punta y con las lenguas colgando. Desde el suelo, Calíope me sonríe sarcástica, su cuerpo a escasos centímetros de una de las cabezas.

—Gracias por conseguirlo antes de que me devoraran.

Colin hace desaparecer la espada y guarda la vela antes de tenderle la mano para ayudarla a levantarse. Yo continúo soplando mientras rodeamos al perro que sigue parado obnubilado por la música. Cuando traspasamos el portal, el perro del infierno gime lastimeramente. Movido por el instinto, lanzo lejos una de las antorchas apagadas que hay a uno de los lados de la puerta y la lanzo. Él parece emocionarse por el juego como todo perro que se precie y se marcha dando saltitos.

—Bueno, me daba pena —respondo con un encogimiento de hombros a las miradas de Colin y Calíope antes de hacerles gestos para que sigan andando.

Ante nosotros surge una multitud de pasillos en los que hay varias escaleras. Y cada una, por supuesto, es personalizada. Tenemos la de Zeus, con escalones de oro que chisporrotean cuando los miras, la de Poseidón con olas que suben y bajan según la necesidad. Un poco más adelante pasamos la de Artemisa que brilla como la luna y la de Apolo que deslumbra el sol. La de Atenea está formada por libros y la de Afrodita es una alfombra roja iluminada por flashes cada pocos segundos.

—Iremos por la casa de Hefesto —Calíope señala una escalera en llamas.

—¿Por qué no la de Ares?

—La de Ares lanza bombas. Tú sabrás. Para subir las escaleras de Hefesto contamos al menos con un dios del fuego —se encoge de hombros Calíope.

Asiento y empujo a Colin a la escalera llameante. Solo consigue apagar dos escalones cada vez, por lo que vamos muy lentos, pero seguros. Para cuando alcanzamos el último escalón, Colin está sudando y le falta el aire. Aun así, Calíope no le deja descansar y rápida le empuja hacia una pared en la que arde un fuego con tanta fuerza que es imposible ver lo que hay al otro lado.

—Hay que pasar. Colin, haznos un hueco.

Colin gruñe, pero hace lo mandado. Mueve las manos y tras un par de minutos, logra hacer un agujero lo suficientemente grande como para que pasemos. Al otro lado contra todo pronóstico no hay un lago de lava, sino paredes de piedra que forman un largo corredor que se pierde en la lejanía.

—No parece una cárcel muy horrible —comento.

—¡ALANA! —grita Colin sin tener en cuenta que ella puede no ser la única persona que haya aquí dentro.

Por suerte nadie aparece, todos deben de estar en la lucha por la estatua. Recorremos corriendo el pasillo lleno de calabozos vacíos.

De repente, unos gritos nos detienen. De hecho, reconozco uno de ellos. Es de Alana.

Con los gritos como guía no tardamos en llegar a nuestro destino. Nos paramos ante una celda en la que una mujer lanza bolas blancas por todos lados a una masa de agua que se escurre de un lado a otro.

—¡Psique! —la llama Calíope lo suficientemente alto como para que la mujer deje de atacar y la masa de agua se convierta en una despeinada Alana.

Antes de que Psique pueda volver a su entretenimiento que consiste en matar a mi hermana, lanzo una de las cuerdas por el aire. Observo maravillado como se envuelve en su cuello y empieza a ahogarla hasta que Psique cae al suelo sin conocimiento y la cuerda vuelve volando hacia mí.

—Creo que te había subestimado, enano —me da una palmada en la espalda Colin y ¡mierda! Puede que yo me haya subestimado a mí mismo también.

—Ya era hora de que llegarais —Alana se acerca a los barrotes con cara cansada—. Llevo un buen rato intentando que esa loca no me mate.

Calíope se encarga de abrir la puerta y antes de que pueda salir me acerco para abrazarla.

—Vamos, hay que salir de aquí. Hay una batalla en la que tenemos que ayudar.

Herederos de los diosesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora