29. Oliver: De vuelta

65 4 1
                                    

La vuelta a la base es complicada porque tal y como esperábamos, el lugar se ha llenado de poseídos. Yo voy armado con una pala (gracias, señor enterrador) y golpeo a todo lo que se mueve antes de preguntar si es dios o no. Porque la parte mala de que los dioses puedan ocupar el cuerpo de gente que conoces es que o los golpeas sin pensar, o probablemente no lo hagas.

Mientras tanto, mi cabeza no para de dar vueltas al tema de los gemelos y las vasijas. Por desgracia, en ningún momento se me enciende una lucecita en la cabeza que me aclare algo. ¡Gracias, poderes ancestrales!

—¡Oh, por el amor de dios! —se queja Alana cuando un nuevo poseído aparece ante nosotros.

—¿Cuál de todos? —pregunto antes de que Hunter haga esta vez los honores y golpee al panadero en la cara después de que este nos haya escupido palabras en un idioma extraño.

Sabía que debíamos de habernos colado en la clase de idiomas universales. Aunque creo que esa se daba en verano en el campamento para dioses al que no estábamos invitados.

—Puede que me esté ganando el infierno por desafiar a unos dioses que no conozco —razona Hunter mientras el chico cae al suelo sin conocimiento y lo señala—. Es decir, este ¿de dónde es este tipo?

—Egipcio —responde Alana señalando el curioso tatuaje que le ha salido al chico en el cuello y que sabemos hace unos días no tenía—. Si supiera leer jeroglíficos supongo que entendería su nombre a partir de esto.

—Sekhmet —me parece que susurra Hunter, pero no podría jurarlo y enseguida añade—. Agradecería un poco de ayuda con los que vienen por ahí. Después de todo sois dioses. Trabajad.

—Descendientes de ellos. Y yo sin un poder demasiado útil —gruño a mis antepasados por unos músculos decentes que ni el pincel ni el piano me han dado—. ¡Ali! Te elijo a ti.

—No me trates como a un pokemon —esquivo con habilidad la palma de su mano que iba directa a mi cabeza—. Espabila y vamos a ayudar a Hunter.

Sí, supongo que no es del todo justo que le dejemos luchar a él solo mientras le animamos. Solo nos faltan los pompones para que esto se convierta en un espectáculo. Así que cuando mi ex profesora de matemáticas se acerca a nosotros, rápidamente la empujo al interior de la fuente y Alana hace lo que sea que haga para mantenerla dentro quietecita. Simple, pero eficaz.

Me giro para encontrarme a dos chicas corriendo hacia mí. Y aunque normalmente eso sería algo bueno, no lo es cuando dos nombres celtas escritos con letra dorada brillan en sus cuellos. Por lo que aunque debido a los principios que me inculcó mi madre y que dicen que uno no pega a una chica y menos a dos, me pongo en posición de ataque. Sin embargo, en cuanto una de ellas saca un hacha de detrás de la espalda, mis principios vuelven y me hacen correr. Después de todo, aunque algunos dicen que correr es de cobardes, en realidad, soldado que huye sirve para otra batalla.

Así que sí, muy digno eso de correr alrededor de la fuente como un idiota mientras Hunter da puñetazos y Alana ahoga gente.

En una de mis vueltas paso cerca de Alana y ella no tiene mucho problema en ponerle la zancadilla a una de las locas (por desgracia no es la del hacha), que sale volando, su cabeza golpeando uno de los bancos y dejándola inconsciente. La otra, sin embargo, me alcanza en pocos segundos. Bien, dios listo aquel que se mete dentro de una chica ganadora de una medalla en los cien metros lisos. Estoy a punto de ver mi sangre cuando un chorro de agua a propulsión empuja a Leah a un lado.

—Te debo una —levanto la mano en dirección a Alana que me hace una reverencia.

No tenemos mucho tiempo para charlar, porque en cuanto nos deshacemos de unos, aparecen otros. En un rápido conteo mental, intento pensar en cuántas personas hay en este pueblo. Y al pensar en otras personas, pienso en Keith. ¿Habrán conseguido poseer a Keith? ¿Qué hace falta realmente para poseer a una persona? ¿Pillarla desprevenida por detrás?

Jurando maldiciones por no haber escuchado esa parte de la clase, pateo el culo de Troy, un chico que no me cae bien ni siquiera en su estado normal.

—¡Ali! —la llamo—. ¿Crees que Keith estará bien?

Me mira con cara de circunstancias, lo cual no ayuda nada. Saco el móvil del pantalón y le llamo, pero el idiota no contesta. O está poseído o sacando fotos en una cueva.

—Tenemos que volver a la base. Es el único lugar seguro del pueblo —me grita.

—¿Quiero saber por qué? —es decir, ¿en qué se diferencia la casa de Amy de la nuestra?

—Probablemente no.

Bien. Sigamos dando una paliza a todo el pueblo. No es algo que puedas hacer todos los días, después de todo.

Herederos de los diosesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora