9. Alana: Hunter

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Hunter acaba de entrar. Y sí, acabo de sonar histérica en mi cabeza. Está tal y como le he visto esta mañana, vestido con ropa de verano: pantalones cortos, una camiseta y el gorro de lana. La única diferencia son las gafas de aviador que esconden sus ojos.

—Hombre, el playboy ha vuelto —me parece escuchar que dice Oliver.

Observo cómo Hunter se acerca a la barra tras saludar con un movimiento de cabeza a Janick y Joshua, que apenas si reparan en él. Si hubieran sido las marujas del pueblo ya habrían juntado las cabezas para cuchichear sobre el mujeriego veraneante que deja corazones rotos al otoño. A veces literalmente.

—Hola, ¿qué te sirvo? —intento sonar normal y competente.

—Un zumo de naranja y unas patatas —pide él con una voz muy agradable, porque cuando le crearon decidieron que todo en él fuera agradable.

—Tráenos unas patatas también aquí, joven Ali —me grita Janick sobre la música de Oliver.

—La última vez que te di patatas tuvo que venir la ambulancia —le recuerdo su alergia y él solo pone los ojos en blanco.

Empiezo a cortar las naranjas para hacer el zumo y al poco noto los ojos de Hunter sobre mí. Cuando me atrevo a echar un vistazo en su dirección veo que está inclinado sobre la barra, con la cara apoyada en una mano y mirándome fijamente. Él ni siquiera aparta la mirada cuando le pillo mirándome, solo entrecierra sus ojos azules y de alguna manera parece expectante.

—Es raro que no me haya fijado antes en ti —suelta entonces logrando que casi me corte un dedo.

—Creo recordar que sí que te habías fijado en mí antes —intento no parecer molesta por el hecho de que parezca haber olvidado nuestro beso.

—¿Ah, sí?

—¿No recuerdas? Hace tres años en la cala. Llevabas un estúpido gorro azul. Me besaste y te marchaste.

Pone cara pensativa, como si dicho día hubiera ido de cala en cala besando mujeres y fuera demasiado difícil acordarse de todas o de una en particular. Hummm, puede que no vaya tan desencaminada.

—Y sigues viva, que cosas — noto que me estremezco con ese comentario.

—No me parece bien que bromees con eso —gruño y decido que no puedo exprimir más la naranja por lo que lanzo la cáscara de naranja a la basura antes de seguir con la otra mitad.

—¿Tú también crees que yo tengo la culpa de la muerte de Brianna? —enarca una ceja sin dejar de mirarme—. Mientras paseaba por el pueblo esta mañana todas las chicas me miraban fascinadas, divididas entre ser el nuevo centro de mi atención y el miedo a no soportar mi rechazo.

—Ya las has besado a todas antes —al menos hay apuestas sobre a cuántas chicas del pueblo ha besado y todas las cantidades son bastante altas—. ¿Por qué iban a tener miedo al rechazo?

—Porque no es lo mismo la atracción que el amor. Si rechazo la simple atracción que sienten hacia mí se sienten heridas en su orgullo. Si se enamoran y yo no puedo corresponderlas... pierden su corazón.

La última parte la dice de una manera extraña. Casi como si hablara... literalmente. Ridículo. Golpeo la mesa cuando veo que me mira el pecho y le señalo mis ojos.

—Habla con mi cara —espeto molesta.

—¿Y no con tu corazón?

Abro la boca, pero decido responder a su pregunta con una acción. Porque a esto podemos jugar los dos. De modo que me inclino sobre la barra y me quedo mirando su entrepierna con el ceño fruncido.

—¿Ahora es cuando digo "Habla con mi cara"? —pregunta al final y noto un poco de incomodidad en su voz al tenerme mirándole con mala leche sus preciadas partes.

—¿En vez de con tu cerebro, quieres decir?

—Touché —se ríe—. Aunque quiero que sepas, que a mí realmente, lo que me interesa de ti no son tus tetas, sino lo que hay tras ellas.

Le ignoro y sigo haciendo zumo. La música de Oliver no hace nada por calmarme. Tampoco la sonrisa de Hunter cuando coloco el vaso ante él.

Se lleva el vaso a los labios y después se relame para recuperar el sabor ácido dejado por el zumo para terminar formando una sonrisa, algo que hace su agraciado rostro aun más agraciado si eso es posible. Casi puedo oír a un coro de ángeles alabando su belleza. Y a un grupo de dioses muy celosos despotricando por ella. Por último, alcanza la bolsa de patatas que le he dejado en la barra y saca un billete del pantalón que deja a escasos centímetros de mi mano.

—Pareces interesante, Alana Irwin. Hasta mañana —se despide y por alguna razón esas dos últimas palabras parecen una promesa.

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Y al parecer eran una promesa, una que Hunter se toma muy en serio. Aparece todos los días por el Pequeño Irlandés trayendo consigo su sonrisa, su gorro y una buena conversación. Al principio me muestro reacia a hablar con él, pero poco a poco las conversaciones se alargan y van variando de tema. Pronto me encuentro discutiendo con él sobre temas tan variados como la cantidad de cerveza que hace falta para emborrachar al señor Patterson que es el borracho del pueblo o sobre si los chicos más jóvenes dejarán de llevar gorros para imitarle. Una tarde lluviosa incluso nos metemos en terreno sobrenatural y místico.

—¡Por supuesto que creo en las sirenas! —asiente como si no hacerlo fuera un pecado—. Tengo la teoría de que viven en el Polo Norte, bajo los icebergs.

—¿Y qué me dices de los leprechauns? —seguimos.

—Adoro a esos duendecillos del dinero —puede que suspire emocionada en ese momento—. Cuando cumplí diecisiete me hice un tatuaje de un caldero de oro en el tobillo, para que así uno siempre esté cuidando de mi y dándome suerte.

Inmediatamente él se mueve hacia adelante para poder ver al otro lado de la barra y tengo que mover la pierna para que pueda ver mi tobillo y el caldero que lo adorna. Tras eso, Hunter me enseña sus propios tatuajes, por lo que de repente le tengo sin camiseta ante mí. Si hubiera sabido que era tan fácil... Si el resto de la población femenina lo supiera...

—Bonitas mariposas —sigo con la mirada las sombras que vuelan desde sus omóplatos hasta su cuello—. ¿Y el de la muñeca?

Él levanta la mano apoyando el codo sobre la mesa para que pueda ver escrita una frase en griego que rodea su muñeca y en la que ya me había fijado.

—¿Qué significa? —sí, bueno, el griego nunca ha sido lo mío, perdóname la vida.

—La maldición del amor —me traduce tras una pausa demasiado larga que me hace no seguir con el tema.

Charlamos con Joshua y Janick y en una ocasión, me saca a bailar una canción lenta de Oliver, que estoy prácticamente segura le ha sobornado para que la tocara, aunque el maldito no suelta prenda cuando le pregunto. Sentir el cuerpo de Hunter pegado al mío es una experiencia estremecedora y que no me importaría repetir de nuevo. Quizás tenga que pagarle yo a Oliver para que toque lentas.

Y es que cualquiera diría que este chico ha sido creado para seducir y enamorar. Mientras él me roza la mano con la suya en uno de esos toques "accidentales", me pregunto si el corazón de Brianna latía así de rápido cuando estaba con él. Me pregunto cuánto tiempo seguiré pareciéndole interesante. Me pregunto... no, mejor no me pregunto sobre el final.

Herederos de los diosesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora