63. Alana: Por fin libre

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Se siente de maravilla apagar el fuego de las escaleras de Hefesto. Casi me sale un «Chúpate esa dios de pacotilla», pero estoy demasiado ocupada corriendo. Y los chicos tampoco me permiten regodearme. De verdad que nunca tenemos tiempo para nada importante.

Salimos por un portal para encontrarnos al pie de una pequeña montaña sobre la que se sitúan los doce palacios de los grandes dioses griegos en todo su esplendor, mientras los pobres viven en las magnificas casas de abajo. Clasistas.

—Perrito, perrito —me giro para encontrarme a Oliver divirtiéndose jugando con Cerbero y sus tres cabezas, ya sabía yo que era el niño raro de la familia.

—¿Por dónde? —miro de un lado a otro y me veo obligada a dar un puñetazo en la nariz a una chica que aparece tras una columna antes de poder preguntar si es amiga o enemiga.

¡Qué digo! Estamos en campo enemigo, todos son enemigos.

Observo sorprendida como cae al suelo sin conocimiento. Me miro el puño, ¿tengo capacidad para dejar sin sentido a un dios?

—Y bueno, la pobre Ilitía no es gran cosa —se encoge de hombros Calíope y tira de mí—. Tenemos que salir del Olimpo cuanto antes.

—Creo que no.

Una chica vestida con ropas muy hippies aparece como cabecilla de un grupo de dioses que no parecen tener mucha intención de dejarnos marchar. Y yo que pensaba que saldríamos de aquí para unirnos a una batalla, pero el destino nos trae la batalla a nosotros. Todo un detalle por su parte.

—Hay que ir a las afueras de nuevo. Corred hacia allí —Calíope me señala un punto en el horizonte y solo espero que no esté tan lejos como parece—. ¡Vamos!

Uno de los dioses se lanza sobre mí e intenta apuñalarme con una daga. Momentáneamente me convierto en líquido, algo que estoy empezando a controlar cada vez mejor. Después de todo he podido practicar mientras intentaba no ser asesinada por la loca mujer de mi ex novio.

El problema es que no controlo del todo lo de volverme corpórea de nuevo por completo y cuando lo intento, mis manos siguen siendo líquidas. De modo que cuando me vuelven a atacar no puedo hacer nada para evitar ser alcanzada en el brazo, donde una daga me hace un pequeño corte que enseguida empieza a sangrar.

Enfadada, le doy una patada en sus partes al dios, algo que parecía funcionar con mis hermanos, sin embargo, los dioses no deben de tenerlas tan sensibles. Quizás son de oro.

Sin querer averiguarlo, me doy media vuelta y corro en la dirección indicada por Calíope. Alguien me lanza una bola oscura que Colin hace explotar con una mega bola de fuego que afecta a las pequeñas casas colindantes. ¡¡¡El Olimpo se quema!!!

Calíope hace aparecer una trompeta en sus manos y sopla creando un viento que hace caer a sus atacantes.

La chica hippy está siendo atacada por Cerbero que es animado por un Oliver que está soplando por ¿unas cuerdas? Perro traidor...

Yo sigo corriendo, volviéndome agua cuando algo me asusta, lo que no me ayuda a avanzar demasiado rápido.

—¡Ali! —escucho la voz de Oliver y me giro apenas sin prestar atención, pues necesito concentrarme para solidificarme de nuevo.

Estoy a punto de disolverme en un charco por la sorpresa de ver a Oliver montando a horcajadas sobre Cerbero. Dudo que Hades esté muy contento cuando se entere...

Calíope se sube de un salto digno de un campeón olímpico sobre una de las enormes cabezas y ayuda a Colin a subirse a la cabeza de al lado. No tardan en llegar a mi altura y Oliver extiende una mano para ayudarme a subirme tras él. Me pongo espalda contra espalda y tras apretar bien las piernas alrededor del enorme cuerpo del perro, empiezo a lanzar bolas de agua. Si Colin puede lanzar bolas de fuego, obvio que yo puedo hacerlo de agua. No sé cómo no se me había ocurrido antes. Por desgracia mi puntería es un desastre y lo único que consigo es derribar a un par de ellos. Y no estoy muy segura de que haya sido a propósito.

Herederos de los diosesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora