62. Amy: La estatua

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Abro los ojos en un lugar en el que todo parece estar detenido: el tiempo, el espacio y la vida.

Miro alrededor y solo veo la nada absoluta, un mundo blanco, como si fuera un lienzo esperando que aparezca alguien inspirado para crear algo nuevo.

Doy un paso y una luz roja aparece ante mí. De ella surge una figura, una mujer joven, pero que al mismo tiempo parece tan vieja como el mundo.

—Hola, Amy —me saluda bastante amablemente—. Te estaba esperando.

Mientras habla soy vagamente consciente de que lo hace en un idioma que seguro que lleva milenios olvidado y, sin embargo, lo entiendo a la perfección. ¿Será esa primera lengua que hablaban antes de Babel? ¿O eso solo se aplica a lectores de la Biblia?

—El secreto está aquí —levanta una mano y toca mi pecho, mujer pervertida, ¿cómo va a estar el secreto en mi teta izquierda? Vale, sí, es una gran teta, pero...

—El corazón —recalca como si pudiera leerme la mente lo cual no debería de descartar del todo.

El corazón. Bien, ahora eso tiene más sentido.

—Escucha, Amy —llama mi volátil atención—. Esto es lo que debes saber...

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Poco después el rayo rojo vuelve a disiparse y vuelvo a estar como y donde antes, fantasma, medio muerta y en las mazmorras. Y sobre todo con información importante.

—¡Madre mía!—miro la estatua y reconozco a la mujer en ella—. ¡Madre mía!

Herederos de los diosesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora