7. Oliver: Solos

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Todos parecen volverse locos. Como si el hecho de que semejante situación haya pasado de ser hipotética a real fuera imposible. Porque no tengo ninguna duda de que no les hace ninguna gracia que después de miles de años escondidos seamos nosotros los descubiertos, los que hayamos estropeado el plan perfecto de los dioses de los que descendemos.

De modo que la Ciudad Ancestral. Alguien, algún dios idiota, quiere llegar a ella. ¿Por qué no pueden dejar las cosas como están que tienen que venir a molestar? La discusión empieza entonces, todos demasiado nerviosos como para preocuparse por cosas como mantener el turno de palabra o un tono de voz que no haga estallar los tímpanos.

Yo intento recordar todo lo que sé sobre la antigua sede de nuestros antepasados, que es bastante poco. Sé que está protegida y escondida para guardar un tesoro buscado por todos los dioses que lo han perdido todo. Supongo que cuando ya no te hacen sacrificios humanos empiezas a molestarte.

Alana y yo nos mantenemos al margen. Nos hacen tal vacío que, aburrido me acerco a la nevera en busca de algo que comer. Le hago un gesto a Alana que niega con la cabeza.

—Creo que de momento lo mejor será llevar a Colin a un lugar seguro —está diciendo papá.

—Si lo que buscan es la llave, ¿Por qué no lleváis la llave a un lugar seguro? ¿Sin Colin? —hago la pregunta del millón y solo consigo miradas extrañas.

—No podemos separar a Colin de la llave.

Punto. No más explicaciones. Nada de Si los separamos, Colin explotará en mil pedazos o La llave está pegada al cuello de tu hermano y solo puede quitársela cuando muera o cuando tenga un hijo. Cualquiera de las explicaciones me hubiera parecido una pasada y algo completamente razonable.

—¿Y qué pasará con nosotros? —interviene Alana y cruzo los dedos mientras pienso en salir del pueblo para visitar la sede secreta de la familia.

—Ellos no os buscan a vosotros, estaréis bien —bien, mi gozo en un pozo, descarta papá con rapidez, sin embargo, Colin interviene mirándonos interrogante.

—¿O hay algo que debiéramos saber?

¿Algo como el hecho de que nosotros también somos especiales? No, que va. Descarto su hipótesis con la cabeza y sigo comiendo.

Alana abraza a Nick intentando no parecer culpable y debe de convencerle porque ellos vuelven a lo suyo. Hablan de lugares que no conozco y utilizan palabras en clave. Sabemos que existe un plan de acción para casos como este. En realidad a lo largo de los años han creado planes de acción para casi todo tipo de situaciones.

—Vosotros os ocupareis de aparentar normalidad —nos pide papá—. Eso quiere decir abrir el Pequeño Irlandés y no meteros en problemas. Si alguien pregunta, hemos ido a ver universidades.

—Sí, todo muy verídico —escucho murmurar a Alana que intenta esconder el sarcasmo.

Tras eso me arrastra fuera de la cocina. Ambos empezamos a caminar por el camino de tierra que sale de la granja en silencio hasta que no aguanto más y exploto.

—Estoy muy enfadado —declaro—. Por Dios, tengo una maldita sinfonía en la cabeza con muchos tambores que me está volviendo loco.

—No puedes tocar tambores en casa —me recuerda estropeando mi diversión.

—Lo que sea... Ya que estamos solos... podría organizar la fiesta del tambor.

—O tu funeral —me lanza una sonrisa poco sentida.

Simulo que me lo pienso, comentando la música que debería de sonar en dicho acto. Creo que rock del duro, de ese que tiene muchos solos de guitarra, de ese que logra que todo el mundo se despierte, de ese que lograría que todos miraran mi cuerpo pensando en si puedo levantarme en forma zombi en cualquier momento.

Y así, hablando sobre mi funeral, llegamos a la puerta del bar donde nos encontramos con dos de los habituales: Joshua y Janick, dos marineros ya retirados que se pasan el día en el bar escuchándome toca el piano al tiempo que recuerdan viejas batallas navieras e inventando unas cuantas que intentan colarme como verdaderas.

Ambos parecen discutir sobre el mejor tipo de caña cuando se dan cuenta de nuestra llegada. Nos saludan alegres mostrando sus dentaduras postizas y arrugando aun más sus rostros.

—Buenos días, muchachos —nos saluda con su pastosa voz Janick—. Hoy abrís tarde.

—Papá ha ido a llevar a Colin a mirar universidades y hemos aprovechado para descansar un poco —Alana se encoge de hombros mientras saca las llaves de uno de sus bolsillos—. Hoy somos los dueños del fuerte.

Por suerte los dos aceptan la explicación sin más y nos instan para que abramos la puerta y puedan empezar su mañana de la manera habitual.

Nada más entrar, Alana se dirige a abrir las ventanas para que entre un poco de aire y luz. A pesar de ello doy al interruptor, pues la luz solar no llega a la zona interior del bar que es por donde yo me muevo.

Tras eso voy tras la barra para preparar las primeras cervezas del día. Como siempre, los viejos se sientan en una mesa al lado de una ventana para disfrutar de los rayos del sol.

Les dejo a los marineros sus cervezas y vuelvo a la barra para servir unos aperitivos y recoger los naipes. Estoy volviendo cuando Janick me mira.

—Joven Oliver, toca algo para animar a estos viejos huesos.

—Sabe que solo tiene que pedirlo una vez —le sonrío y tras dejar las cosas en la mesa camino hacia el piano.

Estoy a punto de sentarme cuando una idea me detiene. Bueno, mejor dicho un sonido. Así que me muevo hacia el pequeño armario que hay en una esquina y que debería de servir para guardar la escoba y demás elementos de limpieza pero que es en realidad mi pequeño guarda instrumentos particular.

—¿La gaita? ¿En serio? —se queja Alana cuando las primeras notas empiezan a sonar—. Dentro de diez minutos vamos a tener aquí a todo el pueblo. Y no precisamente por tu gran interpretación.

Sin embargo, diez minutos después no es todo el pueblo el que atraviesa la puerta del Pequeño Irlandés.

Herederos de los diosesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora