34. Alana: Hércules

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Ya en casa, Hunter y Oliver se ofrecen a hacernos algo de comer. Yo, amable y servicial, les cedo tal honor y me siento a la mesa con Tyler y Colin, que trazan planes en un folio.

Como me han excluido, me dedico a hacer que no miro a Hunter. Qué puedo hacer cuando se queda en una camiseta bien ceñida a la que le añade un delantal rosa. Se mueve por la cocina en absoluta armonía con Oliver y casi babeo cuando veo que se agacha para recoger algo. Dan ganas de empezar a lanzar cosas al suelo.

Curiosa inclino la cabeza para verlo desde otra perspectiva y efectivamente, sigue siendo fantástico. Y no es que quiera mirar, es simplemente que está delante.

—Le estás mirando —me dice Tyler con una sonrisa de suficiencia y sin necesidad de aclarar a quién.

—No le estoy mirando —intento ignorarle y giro la cabeza para mirar a la puerta, obligando a mi cabeza a no girarse de nuevo.

—Le estás mirando —insiste.

—He dicho que no le estoy mirando.

—Eres malísima disimulando. No, peor que mala. Te conozco y no has parado de seguirle con la mirada cuando crees que nadie está mirando.

—¿Quieres morir ahogado? —le espeto levantándome para alejarme de él.

—¿Es una metáfora de adolescentes hormonadas que no entiendo? —se ríe de mi patético intento de intimidación.

—Eres idiota. ¡Y solo tienes un año más que yo!

—En realidad dos —interviene Colin con voz calmada—. Y no le miraba, Tyler.

—Graci... —empiezo a decirle, pero Colin no ha terminado de hablar.

—Se lo comía con los ojos. ¡Chicos! ¡Rápido con la comida antes de que tengamos un disgusto!

—¡Idiotas! —les grito mientras salgo de la cocina dejando sus risas a mi espalda.

Voy al salón donde encuentro a Amy metiendo mano a un ordenador. Al parecer no va lo suficientemente rápido para su gusto, por lo que está haciendo su magia, moviendo cables y gruñendo.

—Estoy enfadada —le digo con la intención de que me pregunte y pueda desfogarme, pero por supuesto, es Amy y no pregunta, así que continuo hablando—. No me dejan ir con ellos esta noche.

—Parece mentira, Alana Irwin. La solución es muy sencilla.

Espero a que siga y le lanzo un cojín cuando no lo hace. Ella suelta una carcajada y me pide que me acerque para no tener que gritar y arriesgarnos a que se escuche desde la cocina.

Obediente y más que curiosa me levanto de nuevo para sentarme a su lado en el suelo, expectante.

—Solo tienes que... —hace una pausa dramática para darle emoción— seguirlos. No es como si no supieras adonde van.

Y tiene... razón. Pero no pienso decírselo porque conozco su respuesta. "Por supuesto que la tengo".

—Tú tranquila, me quedaré aquí borrando grabaciones de seguridad. Será divertido —y se ríe malignamente.

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—Nadie os ha dicho que podíais seguirme —repito de nuevo como si sirviera de algo.

—Chívate —me reta Oliver en voz baja y me empuja con demasiada fuerza hacia la oscuridad para no ser descubiertos por Colin y Tyler que caminan tranquilamente delante de nosotros como si las calles londinenses les pertenecieran.

Al igual que durante el día, estamos conectados con Amy aunque por canales diferentes, así ella nos puede decir por dónde van los chicos sin necesidad de que nos acerquemos a ellos demasiado.

Hemos tenido que coger un taxi muy caro hasta nuestro destino, dinero que para Oliver ha valido la pena porque por fin ha podido decir eso de "¡Siga a ese coche!". El taxista nos ha mirado raro, pero no ha hecho preguntas mientras seguía a su compañero por las calles londinenses.

Y ahora esperamos a que decidan la mejor manera de entrar en el metro sin tener por ello que terminar en la cárcel, por lo que hemos estado dando vueltas de un lado para otro. Finalmente caminan hacia una puerta que se abre dos segundos después de que Tyler coloque su mano en la cerradura.

—Más rápido que tú —me burlo de Oliver.

Cierran la puerta tras ellos y esperamos unos minutos para seguirles. Una vez dentro, los tres sacamos los móviles para iluminar el camino, ya que a nadie se le ha ocurrido traer una linterna. Seguro que Amy tiene una de último modelo en su casa del futuro. Pero gracias a los avances tecnológicos, los móviles son suficientes.

La puerta da a unas escaleras que nos llevan directamente a las vías del metro. Gracias al localizador de Tyler y a uno que me ha dado para la ocasión, Amy es capaz de vernos como dos puntitos en su pantalla y con poco margen de error, por lo que les seguimos sin problemas a través de los túneles.

Pasamos una intersección y finalmente, vemos una luz. Nos acercamos con cuidado y nos paramos al escuchar voces. La más marcada, la de un hombre. Sorprende escuchar después la de una mujer, una voz suave y agradable.

—Tenemos que acercarnos más —susurra Oliver.

Llegamos a la entrada de una estación abandonada y rodeada de tantas velas que el lugar está completamente iluminado. En uno de los andenes y sentado tranquilamente en un sofá de color rojo, un hombre con los músculos más increíbles que haya visto jamás bebe de una copa dorada. Supongo que es el famoso Hércules. A su lado, una joven bastante guapa sostiene una jarra de cristal que contiene un líquido dorado.

—¿Qué crees que bebe? ¿Cerveza? —comenta Oliver como si eso fuera importante.

—Será néctar de los dioses, idiota —le recuerdo la bebida predilecta de los dioses griegos.

—¿Si bebemos un poco nos volveremos inmortales? —sigue emocionado, sus ojos clavados en la jarra.

—¿Y para que quieres tú ser inmortal? —le pregunto.

Se encoge de hombros y su posible respuesta se pierde cuando la voz de Colin llega a nuestros oídos y tenemos que volver a prestar atención.

Hermano y primo se encuentran en el andén contrario y miran con cuidado al frente.

—Solo queremos la llave —está diciendo Tyler—. Me pertenece.

—Y a mi Grecia —dice el hombre—. Pero, ¿me ves reclamándola?

Hunter suelta una pequeña risa. Así que no se ríe con nosotros, pero si con Hércules. Debería de ver eso como un acto de traición.

—Pelearemos para conseguirla si es necesario —reta Colin a quien no parece molestar excesivamente esa posibilidad.

—No es necesario. Sabemos que no somos rivales —Hércules se levanta del sofá y le tiende la copa a la chica—. Permitidme pues, que os invite a tomar algo antes de cederos vuestra preciada posesión.

Los chicos fruncen el ceño y saltan a las vías con cuidado para llegar al otro lado.

—Hebe —llama Hércules a la chica—. Las copas, por favor.

La tal Hebe se agacha y saca dos copas doradas de un pequeño cofre. Cuando los chicos sube finalmente al oro andén, siento que algo malo va a suceder.

Herederos de los diosesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora