24. Alana: Cumpleaños

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Amy está delante de las dos puertas correderas del salón con una sonrisa radiante en el rostro. Por los cristales de la puerta no se puede ver nada, ya que al otro lado la luz está apagada. He esperado paciente a que llegara todo el mundo, que en este momento somos simplemente su mejor amiga, es decir, yo; mi hermano Oliver y el mejor amigo de este, Keith.

Todos la miramos impacientes, así que con un ¡Ta-chan! abre con dificultad las puertas correderas que tienden a atascarse y enciende las luces para que todos quedemos cegados con una explosión de color. Pero, bueno, así es Amy, amante de los dramatismos.

—Solo falta el payaso —no puede evitar comentar Oliver.

—¡Oh, mierda! —es lo que suelto.

Y es que... es el cumpleaños de Amy. Y a mí se me ha olvidado. Vale que tengo una medio excusa con todo lo que nos ha pasado, pero aun así...

Miramos alrededor a la tarta, los globos de colores y los regalos que, intuyo, Amy se ha comprado a sí misma. No sé cuándo, porque casi no sale de casa.

—Amazon, cariño —responde Amy a la pregunta no formulada.

—¿Los señores de Amazon te envían regalos por tu cumpleaños?

Abro la boca para corregir a Keith, pero Amy simplemente levanta la mano y le revuelve el pelo tal como haría con un niño de cinco años que hace preguntas estúpidas y que, de momento, no tiene la suficiente capacidad intelectual como para entender una respuesta. Aunque no sería totalmente descabellado ya que Amy gasta tanto dinero en compras online que seguro que alguno le ha enviado un regalo de cumpleaños de gratis por ser una VIP.

—Creo que nos merecemos una fiesta. Y una no cumple años todos los días —dice mirando a Oliver como si supiera que este va a poner una objeción.

—No iba a decir nada —se defiende él.

—Ya —Amy no suena convencida, pero se acerca a una botella de champán y empieza el ridículo proceso de abrirla.

Yo por mi parte me encojo de hombros. No tengo demasiadas cosas para celebrar. Pero Amy es mi mejor amiga y por ella bien puedo poner buena cara. Sobre todo porque es obvio que Amy está muy decepcionada por la falta de Tyler en su cumpleaños. Otra vez.

El corcho de la botella sale entonces volando hacia una lámpara que derriba limpiamente. Keith saca fotos con su cámara, como si estuviera en un lugar interesante, como en una exposición de bichos raros nunca antes expuestos. Oliver alarga una copa, pero Amy le señala la botella de agua de la mesa.

—Eres pequeño.

—Pero lo suficientemente listo como para crear mi propia cerveza el año pasado —insiste él agitando la copa.

¡Ah! Recuerdo eso. Me lo encontré medio borracho y medio desnudo bailando mientras pintaba algo sin sentido y añadía letras en un idioma olvidado que ni siquiera él sabía lo que significaban. Y es que aunque la música de Oliver es ahora la constante en nuestras vidas, sus virtudes han ido apareciendo por etapas de obsesión. El primer año gasté todo mi dinero comprando pintura para tapar las obras de arte que hacía en las paredes cuando se quedaba sin superficies utilizables. Algunas, demasiado hermosas para borrarlas, las escondí tras cuadros (a veces suyos, pero que dije que eran de otro). De repente el año pasado empezó a dar letras a los cuadros y la pintura fue desapareciendo para convertirse en sonetos, poemas o cuentos maravillosos que guardamos bajo llave. Y durante sus obsesiones tiene ideas como la de crear su propia cerveza, participar en la obra de teatro del instituto o diseñar mi vestido para el baile de final de curso.

Amy pone cara de estar pensando mientras da vueltas sobre sí misma a la botella, cuyas burbujas resuenan todavía en el ambiente.

—Quiero una caja para el martes —empieza a inclinar la botella, pero no aparta la mirada de los ojos de Oliver.

—Hecho —sonríe él mientras oye como cae el líquido en su copa.

—Mi hermano y mi mejor amiga —los señalo hablando con Keith—. Si se unieran probablemente dominarían el mundo.

Los cuatro terminamos sentados en el suelo del salón, rodeados de globos, dulces y patatas. Aparto la botella de champán en un despiste de Amy, que está demasiado achispada y empieza a hablar como una enciclopedia, mezclando palabras, creando nuevas y formando un sin sentido.

—Porque el equicentro de la cuadrícula del Bosón significa que los neutrones están demasiado poco llenos de la sustancia de los chips.

Keith la mira como si fuera un genio, cuando en realidad las neuronas de Amy están en mantenimiento en esos momentos. Oliver está comiendo con las manos los restos de la tarta y no se distrae de su tarea en ningún momento. Ni siquiera cuando Amy empieza a interrogarnos.

—Quiero decir, no entiendo del todo como funciona eso de los poderes —da un golpe en la mesa para mostrar su descontento.

—Al haber renunciado a su inmortalidad —le cuenta Oliver— cada dios renunció también a sus poderes eternos. Cuando morían, dicho poder abandonaba su cuerpo para que pudiera heredarlo alguno de sus descendientes. Pero perdían fuerza y por eso no podemos hacer lo que hacían los antiguos dioses, ni tenemos su enorme poder, básicamente porque no tenemos la eternidad para aprender a usarlos.

—Pero no sabemos por qué algunas personas dejaron de tener poderes y al final los únicos que los tienen son los primogénitos.

—Por eso a los primogénitos, se les considera «el futuro» y «los verdaderos protectores del mundo» —insiste Oliver con las comillas.

—En nuestra familia solo importa que hayas sido el primero en nacer —me encojo de hombros—, porque lo único que les interesa es esa maldita estatua.

Nada más terminar la frase, me llevo la mano a la boca. No puedo creer lo que acabo de decir. Incluso Oliver me mira horrorizado al darse cuenta de lo que he dicho. Nuestras miradas van hacia Keith y Amy, para ver si no estaban prestando demasiada atención. Pero no tenemos esa suerte.

—¿Qué estatua? —preguntan a la vez, aunque Amy va arrastrando las sílabas.

—Bien hecho, Ali —Oliver se pasa las manos por la cara, esparciendo los restos de tarta de sus labios por toda ella.

—Estás para comerte —Amy no puede evitar el comentario junto con un guiño de ojo, pero rápida se vuelve de nuevo hacia mí—. Nunca me habías hablado de ninguna estatua.

—Porque se supone que no puedo hablar de ella.

—Es ultra secreto, incluso nosotros no sabemos muchos sobre ella —intenta ayudar en vano Oliver.

—¡Venga ya! —se queja Amy, su sed de conocimientos en modo encendido de nuevo—. Sabemos que sois descendientes de antiguos dioses, ¿Qué puede ser peor que eso?

Mantengo la boca cerrada. Es algo tarde, pero mejor no empeorar las cosas. Keith se mantiene en silencio, aceptando mi decisión. Pero Amy es bastante más molesta e insiste en el tema hasta que saco la botella de champán de debajo de la mesa y se la tiendo. Amy se queda mirando la botella y tras un par de parpadeos levanta la mano para cogerla.

—Esto te sirve como distracción momentánea —lo acepta—. Pero no me voy a olvidar de esa estatua.

Rezo al alcohol de la botella para que destruya las neuronas de Amy que contienen esa información. Aunque sé que no voy a tener esa suerte.

Herederos de los diosesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora