2. Alana: Tres años después

174 12 0
                                    

Tres años después...

Si hay algo que sabemos en mi familia es que no hay religión equivocada, sino religión predominante.

—Los mortales —el abuelo tendía a olvidar que él era uno de esos mortales— tienden a menospreciar las creencias de los otros, queriendo inculcar las suyas como válidas. No se dan cuenta de que es una batalla entre los seres celestiales la que define las creencias y no ellos. Después de todo, son simples mortales. No como nosotros.

No como nosotros. Porque nosotros somos un poco diferentes. Y es que hace siglos nuestros antepasados formaban una religión propia, una religión que tuvo que desaparecer para según palabras de mi abuelo: Proteger la libertad de todos. Sí, el hombre tenía un complejo de héroe que se fue con él a la tumba.

Como descendientes de antiguos dioses que se codeaban con normalidad con deidades tales como Zeus, Thor, Osiris o algunos dioses con nombres raros e impronunciables, tenemos un deber: Proteger las siete llaves que son entregadas al primogénito del primogénito del primogénito... y todo mientras los demás miembros de la familia se convierten en puro decorado, en secundarios sin importancia.

Los protagonistas de la historia se encuentran en la barbacoa a unos metros de distancia de donde me encuentro sentada. Mi padre, Frank Irwin, charla con Flynn Callaghan que es su primo en una complicada y retorcida manera. Son primogénitos y sus primogénitos, mi hermano Colin y mi primo Tyler, se ríen de algo mientras dan la vuelta a las hamburguesas.

Observo que Colin mueve la mano y al instante las llamas aumentan. Oliver y yo nunca hemos ido a las clases de Dioses 2.0 (al menos no oficialmente), pero ambos sabemos cuál es la primera regla: "No se pueden usar los poderes en público". Sin embargo, papá no parece preocupado por ser descubiertos y simplemente le da a Colin una palmadita en la espalda mientras hace algún tipo de broma que hace reír al grupo. Vamos, lo que ocurre en todas las barbacoas anuales.

Una vez al año, el primer día de las vacaciones de verano, los Irwin celebramos una barbacoa para todo el pueblo en la granja de mi tío Flynn. La tradición se debe a que mi abuelo renovaba todos los años los votos con su mujer el día que se casaron, que coincidía con el día anterior a San Juan. Siempre hacia una gran fiesta, la abuela se vestía de blanco y había tarta. Recuerdo que suspiraba viendo las fotos enmarcadas de cada renovación de votos que tenían colgadas por su casa.

Después del fallecimiento de ambos y cuando estaba a punto de llegar la fecha señalada, mi padre decidió (aunque estoy segura de que la idea se le ocurrió a mi madre) que en honor a sus padres organizarían una fiesta el primer día de vacaciones. Y dicha fiesta terminó convirtiéndose en la multitudinaria celebración que es hoy, en la que los jóvenes comen, bailan y coquetean mientras beben del ponche adulterado antes de irse a hacer su propia fiesta y en la que los mayores cotillean sobre el verano que viene.

Muevo el culo, incómodo por pasar tanto tiempo sentado en uno de los escalones de madera que dan acceso a la cocina, mientras sostengo mi propio vaso de ponche adulterado en una mano y el móvil en la otra. Amy, alias Mi- mejor-amiga-no-soporto-a-la-gente, no para de mandarme mensajes a los que tengo que contestar si no quiero que envíe un virus que corrompa mi móvil para siempre. Después de todo no tengo presupuesto para comprarme otro... de nuevo.

De vez en cuando se escuchan los chillidos de unos niños que se entretienen persiguiendo a las gallinas. Supongo que mañana no habrá muchos huevos que recoger para el desayuno.

A mi lado Oliver silba una melodía desconocida, la mirada clavada en el último libro que se ha comprado. Da igual lo bueno que sea, igualmente el libro y el pobre autor serán despedazados en el blog literario que escribe de forma anónima.

—Menuda basura —rumia Oliver a mi lado sobre amores previsibles y trágicos mientras se lleva a la boca un trozo de la tarta de limón de la vieja Maddie, que puede que sea una cotilla de cuidado, pero sus tartas de limón son legendarias.

Abro la boca para contestar cuando aparece Nick ante nosotros. Debido a que es el pequeño de la familia está demasiado consentido y odia cuando no es el centro de atención.

—¿Qué pasa, Nick? —le saluda Oliver revolviéndole el pelo oscuro.

—No me hacen caso —señala en dirección a la barbacoa—. Dicen que están hablando de cosas de mayores.

Y tras eso nos aparta de un empujón para poder entrar en la granja y cerrar la puerta de golpe. Para tener solo seis años el niño tiene demasiada mala leche. Oliver y yo ocultamos una risa cuando le escuchamos maldiciendo en coreano, probablemente las únicas palabras que se ha aprendido de su idioma materno. O peor, las únicas que que su hermano Tyler se ha molestado en enseñarle.

El móvil vibra en mi mano avisándome de que Amy me ha mandado un mensaje nuevo. Aún sin mirarlo ya sé que me va a preguntar por Tyler. ¿Qué ropa lleva? ¿Cómo lleva el pelo? ¿Le rodean muchas chicas? ¿Qué come? Esto de que tenga miedo a las multitudes es un auténtico engorro. Pero supongo que prefiero hacer de informante a que algún día cumpla su amenaza e instale cámaras de seguridad por todo el pueblo.

—¿Amy? —sonríe Oliver mirando por encima de mi hombro—. No es sana su obsesión con Tyler. ¿Por qué le gusta tanto?

—Bueno, es alto, rubio, guapo, de ojos azules, agradable, siempre con una sonrisa en la boca... —me molesto en enumerar.

—Yo también tengo todo eso.

—Tú eres teñido —me río de él, que enfadado sigue con su lectura.

El cielo ya empieza a volverse naranja cuando un grupo de chicos que todavía está en el instituto saca sus instrumentos y se ponen a tocar canciones para animar el ambiente. Supongo que será todo un cambio tocar aquí y no hacerlo en el garaje.

No me hace falta girarme para saber que Oliver les mira con el ceño fruncido. Desde que es un genio musical, es decir desde hace tres años, es demasiado crítico.

—Por favor, desafinan tanto que mis oídos están a punto de sangrar —se lamenta un poco exageradamente.

—Yo creo que suenan bien.

—Bien, tienes el oído de un... bueno, que eres un desastre musicalmente hablando.

—Deja de hacerte el genio —le doy un empujón.

Terminamos de comer y ayudamos a recoger los platos de comida sobrantes para que parezca que hacemos algo. La mayoría de la comida termina siendo para los animales, que seguro que esperan este día con tanta ilusión como los habitantes de Stonehollow.

Cuando la gente empieza a gritar y a hacer tonterías debido a la sangría casera de mi tía (que está el doble de adulterada que el ponche), decido que es hora de desaparecer. No tengo ganas de ver cómo alguien se empieza a desnudar otra vez. Total, alguien lo grabará de nuevo para subirlo a Youtube y podré verlo con Amy mientras comemos palomitas.

—¿Crees que nos castigarán si nos vamos? —pregunto a Oliver que se come su cuarto trozo de tarta, pues técnicamente tendríamos que quedarnos hasta el final para recoger—. Y deja de comer.

—Bueno, tendremos que fregar el suelo del Pequeño Irlandés toda la semana —habla con la boca llena—. No será un sacrificio, ya que técnicamente ya lo hacemos. Keith me ha dicho que está en el acantilado, ha ido a sacar fotos a los pájaros. Además, el mar siempre me inspira para crear grandes obras, así que iré allí a pasar el rato.

Si solo fuera el mar lo que le inspira... porque hasta una patata frita parece tener esa cualidad.

No nos cuesta mucho escabullimos juntos hasta la entrada de la granja, y ya allí nos separamos y cada uno se va por su propio camino, él hacia el acantilado, yo hacia la casa de Amy que está al otro lado del pueblo.

La música sigue sonando y las conversaciones no paran. Yo echo a correr antes de que se den cuenta de que me he marchado.

Herederos de los diosesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora