—Descendientes de dioses —la cara de Hunter expresa sorpresa y está claro que intenta asimilar toda la información, por lo que le damos tiempo.
Keith se enteró de todo poco después de la muerte de mi madre. Estábamos en su cuarto de revelado, yo tirado en el suelo y llorando por los rincones intentando asimilar que mi madre se había ido para siempre. Es difícil aceptar cuando ves a todos tus ancestros en la tumba familiar, que aquellos que no tienen tu misma sangre desaparezcan. Y aunque había tenido varios años para hacerme a la idea, al mismo tiempo el que mamá hubiera aguantado tanto hacía que una parte de mi pensara que ella estaría mucho más tiempo con nosotros.
Eso, añadido a aquellas voces en mi cabeza que me instaban a pintar continuamente, no ayudaba a mejorar mi humor. Por supuesto, Keith supo cómo hacerlo. Sacó una caja de zapatos llena de carretes de foto y cuando le miré confuso me contó que eran fotos de mi madre.
—Empecé a hacerlas cuando se puso enferma. Una vez que las personas se van solo nos queda su recuerdo, pero al final su imagen se va desdibujando en nuestra memoria. Por eso quería que tuvieras muchas imágenes de ella para que nunca desapareciera de tu cabeza. A ella pareció gustarle la idea cuando se la planteé hace un par de años.
Lloré y mucho, la cara de mi madre sonriente flotando en mi cabeza, en mis ojos, en mi corazón. Y de nuevo, como aquella noche que nos abandonó para siempre, mis manos se movieron como si fueran independientes. Agarraron el lápiz que había en la mesa y empezaron a dibujar trazos en la caja blanca, trazos que poco a poco fueron adquiriendo forma humana hasta formar la cara de mi madre tal y como yo siempre la recordaría: sonriente, los ojos brillantes y el pelo rubio largo recogido en una trenza. Nada más terminar y ante la mirada pasmada de Keith que sabía que yo apenas sabía dibujar una O con un canuto, se lo revelé:
—Creo que soy un dios.
Será porque teníamos trece años, pero Keith se lo tomó bastante bien. Aunque tuve que negarme a esa sesión fotográfica que quiso hacer conmigo como tema principal siendo un genio y con toga. Ni siquiera sé si mis antepasados vestían con toga. Quizás iban desnudos. Dioses, espero que no.
Hunter sigue sin hablar, observando el final del vídeo con muñecos de plastilina que ha hecho Amy para contar la historia de cómo nuestros antepasados se convirtieron en seres humanos abandonando su inmortalidad y su ciudad para bajar a la Tierra y vivir escondidos. Había ocho grandes familias, aunque solo siete de ellas guardaban las llaves que permiten el acceso a esa ciudad escondida. Hemos visto como los muñecos morían y sus poderes (una nube de purpurina) esperaban en el aire hasta que el siguiente niño nacía para meterse en él. Hasta que un día eso dejó de pasar y solo los primogénitos conseguían sus poderes mientras el resto éramos totalmente normales.
—¿Es decir que vosotros no tenéis poderes? —nos mira Hunter primero a Alana y después a mí.
Bueno... ella y yo nos miramos, dudosos sobre qué responder, pero Amy pasa a la siguiente pantalla y no nos deja decidirlo. Todos nos giramos para ver una foto de mi hermana y bajo ella una ficha técnica.
—Alana, descendiente del dios del mar. Puede manipular el agua y es más fuerte en el océano que en la tierra. Sus poderes son secretos para el resto de la familia. Oliver —soy el siguiente y frunzo el ceño al ver que mi foto de presentación es horrible—, descendiente del dios de las artes con una especial predilección por la música. Sus poderes también son un secreto para el resto de la familia.
—¿Por qué?
—Porque lo son —le respondo tajante—. Al igual que para el resto del mundo. Amy, Nick y mi amigo Keith los conocen porque son unos cotillas inaguantables. Y te lo hemos contado porque Amy es una bocazas.
ESTÁS LEYENDO
Herederos de los dioses
FantasyAlgunos les llaman los Caídos. Hace años, para evitar la gran guerra y con el fin de instaurar la paz, un grupo de dioses cuya procedencia es incierta, robó la estatua Dea, que había creado aquella confusión y pelea entre los seres celestiales...