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—Está muerto —afirmó Tony como si eso no fuera una mala noticia—. Tuvimos que parar cuando lo sugerí, una hora atrás.
John le lanzó una llave mecánica que Tony atrapó con destreza, poco impresionado por el intento de agresión.
—No era una opción —dijo John con mal humor.
—Y ahora es una realidad —contradijo con un ligero tono a sabelotodo, que enfadó al hombre todavía más.
—No quieras pasarte de listo —advirtió John, señalándolo con un dedo acusador. Luego cerró el capó con un prolongado suspiró y luego se giró hacia todos nosotros, que contemplábamos el panorama desfavorecedor desde una distancia prudente.
El camión se había roto a mitad del camino accidentado de Alaska que atravesaba el terreno silvestre que era el Yukon. Con esa nieve, la carretera estaba desierta, si no contamos la gran cantidad de pequeños pinos y árboles que la rodeaban desde los terrenos altos. Más adelante se abrían las grandes e imponentes montañas nevadas. John nos dijo que la carretera todavía estaba en proceso de construcción, que era un camino no terminado que había empezado su proceso durante la guerra por los militares. Nos llevaría, con suerte, lo suficientemente cerca del límite entre Alaska y Canadá.
—Parece que este simplemente será uno de esos viajes —La voz de Martha llamó mi atención. John estuvo de acuerdo con ella.
—Así lo parece. —Él pasó una mano a lo largo de su rostro—. Estamos jodidos.
—¿Qué hacemos ahora? —Me animé a preguntar entonces, pero mi tono fue más hostil del que pretendía. El frío calaba los huesos y parte de mi cuerpo entero permanecía resentido después de tantas horas dentro de ese incómodo camión.
John y Martha se miraron entre ellos con resignación, como si los dos estuvieran pensando en la misma cosa. Martha negó con la cabeza y comenzó a quitarse su abrigo a medida que fue rodeando el camión. Las prendas fueron cayendo sobre la nieve una por una. Ella se escondió tras él y dijo:
—Ahora lo único que nos queda es caminar. Pondremos en marcha un plan de respaldo que solemos llamar: El Ave Guía.
—Nunca lo llamamos así —resopló John antes de cruzar los brazos sobre su pecho.
—¿El Ave Guía? —dijo Joe.
John Farrell se dio la media vuelta para comenzar a mirarnos a todos con severidad. Él carraspeó.
—El plan es seguir el rastro del ave, en este caso, Martha —Y justo entonces un ave de tamaño mediano, con plumaje blanco excepto en la cabeza, donde las plumas destellaban en la ausencia de color, brotó desde donde Martha había estado y sobrevoló hasta posarse sobre uno de los espejos del camión—. Ella tomará la delantera del viaje; su sentido de orientación le permitirá continuar y nosotros tendremos que seguir su rastro, pero para eso necesitaremos a animales con un gran sentido del olfato, ¿está bien? Quienes tengan una nariz aguda den un paso al frente.
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Corona de Oro
Fantasy1947. La carta a su nombre y de dudosa procedencia arribó en su vida al mismo tiempo que lo hizo la desgracia. A sus veinte años James Reagan no deseaba nada más allá de lo que cualquier ser humano podría querer alguna vez: seguridad y est...