Capítulo veintiséis

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Cuando arribamos a Whitehorse, todavía era de madrugada

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Cuando arribamos a Whitehorse, todavía era de madrugada. El cielo estaba oscuro salvo por las luces de colores; auroras boreales que se extendían sobre nosotros, aliviando gran parte de nuestro recorrido nocturno. Lo hicimos a pie humano, para evitar facilitarles la búsqueda a los cazadores, pero el bosque era agreste y nada sencillo de cruzar. Siendo humanos, estamos más expuestos a otros peligros, como por ejemplo: animales salvajes, o terrenos sinuosos. Los niños, que tenían menos resistencia física, debían ser cargados sobre nuestras espaldas, puesto que no estábamos en condiciones de detenernos a descansar. Así que habíamos establecido de cargarlos por turnos cada uno —algo de lo que Joe se quejó durante todo el camino—, por lo que cuando por fin logramos encontrar nuestra salida fuera del bosque, Bash llevaba a Aleu sobre su espalda, y Tony hacía lo propio con Sam.

Fue allí cuando nos topamos cara a cara con un vecindario. Casas enormes con tierras extensas ocupadas por adinerados.

Y fue Joe intercedió, dando un paso al frente y abriendo con destreza la puerta del patio trasero del agradable hogar como si no fuera la primera vez que interrumpía una propiedad. Sin embargo, había sido Bash el de la idea osada, cuando vio la casa a la distancia, apenas cruzamos el terraplén por el que pasaban las vías de un tren. Él dijo:

—¿Ven eso de ahí?

—Son periódicos —contestó Joe, porque de todos, él parecía ser el más despierto—. Muchos periódicos.

Habíamos tenido una persecución intensa con algunos hombres de La Rosa hacia un par de días atrás, que habían logrado dar con nuestro rastro luego de que Clarence Jacobsen cruzara su camino con nosotros. Pero, de ese trágico suceso, ya habían transcurrido casi tres meses. Desde entonces, no nos habíamos dado el lujo de descansar más de cuatro o cinco horas por día.

—Precisamente —señaló, mientras empujaba la cabeza de Aleu devuelta a su hombro con un movimiento brusco. Ella ni siquiera se inmutó—. Significa que quien sea que viva ahí, no está en casa desde hace varios días. Probablemente están de vacaciones. El verano está a la vuelta de la esquina. Lo que significa que a nadie le molestará si pasamos a descansar.

Ni siquiera había tenido energía como para argumentar lo arriesgado que era meterse en una casa presuntamente habitada, en un vecindario que si bien estaba bastante alejado del centro del pueblo, parecía tener unos cuantos vecinos alrededor. No tuve energías, y de todos modos, para cuando quise darme cuenta, la puerta ya estaba abierta y nosotros adentro.

Tras quitarnos nuestras capas de ropa, estirarnos sobre camas ajenas, y curar nuestras ampollas y heridas, dormimos hasta el día siguiente. Y cuando estuvimos recuperados, todos llegamos a la misma conclusión: seguir viajando a pie no era una opción. Los bosques de Canadá eran eternos. La idea de que pronto nos arribaría el verano me hacía pensar en las semanas enteras que perdimos, y ni siquiera estábamos a la mitad del camino. Era demasiado frustrante.

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