Capítulo treinta y seis

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Aquél día de otoño amaneció frío y soleado, de la misma manera que lo hizo el día anterior, y el día anterior a ese

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Aquél día de otoño amaneció frío y soleado, de la misma manera que lo hizo el día anterior, y el día anterior a ese.

Hallé una monotonía de lo más extraña una vez instalado en el complejo de Arabella. Una comodidad a la que no podía acostumbrarme. Me sentía como un fantasma, condenado a ver el mundo girar y girar. A veces, eso era lo único que hacía. Me sentaba en un sofá en la sala común de nuestro piso, y veía al resto ir y venir. Había deseado ser capaz de escurrirme y mezclarme en esa vida que todos llevaban, ser parte de algo que me resultaba tan extraño...

Miraba aquella vida frente a mí como si no fuera nada más que una sustancia pegajosa en mi piel. Algo de lo que debía deshacerme. Algo que debía limpiar. Algo que, en realidad, no pertenecía a lo que yo era y lo que formaba parte de mí.

No podía evitar preguntarme si acaso no era muy tarde para mí. Puede que, al final, no estuviera hecho para una vida tranquila.

Llevaba tiempo tratando de convencerme y decirme que pronto me adaptaría, pero en el fondo sabía que eso no era posible. No podía. Una parte de mí siempre estaría corriendo lejos, perdido en aquellos bosques eternos. Una parte de mí siempre sería incapaz de pegar un ojo durante las noches, porque si las pesadillas no me asaltaban, entonces era aquella voz, una pulsación persistente, que susurraba que me mantuviera alerta.

La monotonía me terminaría matando antes que cualquiera. La idea me daba risa a veces. Otras, me daba ganas de vomitar. Deseaba poder disfrutar de aquello por la que habíamos luchado, y deseaba ser como el resto. Pero no podía. No era yo. Ya no. Y creo que nunca lo fui.

Estaría para siempre esperando a la tragedia que, durante toda mi vida, tendía a hallarme justo a la vuelta de la esquina.

A veces me sentaba y pasaba horas en aquél catre donde llevaba semanas durmiendo, imaginando que Elijah nos encontraba. Que entraba armado, y nos mataba a todos. A veces, luchaba con él. A veces, moría. Otras, huía. En mi imaginación, si no moría en el intento, solo tomaba a Aleu de la mano y la obligaba a seguirme por las escaleras de incendio.

No podía evitarlo.

—¿Vas a quedarte toda la mañana ahí, sintiendo pena por ti mismo, o vas a ayudar con los quehaceres? —Bash me examinaba desde el otro lado de la habitación, con ambas manos colmadas con un botón de su camisa que intentaba cerrar en torno a su cuello—. Arabella se queja de ti. ¿Ya te lo mencioné?

—Todo el tiempo.

—No piensa mantener a un vago por más tiempo del necesario. Mejor...

—... Ponte a trabajar —finalicé por él sin humor—. Sí, ya lo sé. Tal vez no quiero quedarme aquí más tiempo del necesario. ¿Lo habías pensado ya?

Él pasó sus dedos entre su cabello para atusarlo con movimientos sutiles. Después tomó una camisa de una silla y me la lanzó a la cara con brusquedad.

—Vístete —ordenó, con el ceño fruncido.

Luego dejó el cuarto con un portazo.

Mi consuelo —o mi desgracia— era que, para variar, Bash había cambiado su actitud en las últimas semanas. Parcialmente. Su actitud relajada se había ensombrecido, y tenía una manera mucho más responsable de actuar cuando se trataba de hacer los quehaceres asignados en el complejo. Se lo tomaba en serio, lo cual era sorprendente.

Yo no podía decir lo mismo.

Cuando Arabella se presentó con Martha frente a nosotros la mañana siguiente de nuestra llegada, ambas nos explicaron que aquí, la estadía no era gratis. Como con todo, había un precio a pagar. El mantenimiento del edificio era, en su mayoría, gracias a la cooperación de los metamorfos que la habitaban.

«Todos tienen algo para ofrecer aquí. Incluso los conocimientos más particulares son apreciados», había dicho Arabella.

Luego, nos hablaron del trabajo y la reinserción en la sociedad. Con los años, Arabella había ido ganando ciertos contactos en la ciudad, y con ellos, ayudaba a los metamorfos a adquirir papeles importantes, pero sobretodo, documentación y pasaportes. Eso ayudaba a que conseguir un trabajo fuera del complejo fuera más fácil.

Si querías vivir en el complejo de manera indefinida, cierta porción del salario ganado debía ir para Arabella.

«Es la única manera que tenemos de abastecernos para mantener este lugar a flote» dijo.

Lo consideré un trato justo, pero no hallé manera de que me importara lo suficiente. 
























NOTA DE AUTORA

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NOTA DE AUTORA

Tanto tiempo, ¿cómo están?

Quería disculparme por tardar tanto con las actualizaciones, estamos cerca del final y la verdad es que ese hecho me intimidó bastante a la hora de escribir. Estuve con un bloqueo muy grande, y después pasaron varias cosas externas que me retrasaron bastante con la escritura.

Peero, ahora estoy mejor y todo se va encaminando poco a poco ❤️‍🩹

En fin,

Este es un capítulo breve, pero me pareció correcto introducir esta nueva etapa de James así, además, me ayuda bastante a no caer en el bloqueo, así que lo más probable es que los próximos dos o tres capítulos sean cortos en comparación de otros, espero no les moleste!

No tengo mucho más para decir, solo espero que hayan disfrutado de este capítulo, y nos leemos muy pronto!

Cuídense 🫂💕

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