-ˋˏ ༻ 20 ༺ ˎˊ-Guardaba la sospecha de que estábamos dentro del territorio del Yukón. Me preocupaba que muy pronto tendríamos que acercarnos a alguna ciudad para conseguir provisiones. Robar no era lo mío. Podía hacerlo, claro, pero volver a acercarme a la sociedad después de días enteros resguardados en lo salvaje era algo que me ponía muy nervioso y, sobre todo, paranoico. Pero la comida finalmente escaseaba y no todos podíamos alimentarnos en nuestra forma animal.
Yo podía vivir de plantas, raíces y hierbas por meses enteros. Aleu, por otro lado, apenas masticaba algunas moras si es que Joe no tenía suerte con la pesca o la caza. Además, la había visto sacarse su enorme anorak durante la tarde; estaba más delgada que antes.
Respiré el aire frío de primavera y contemplé el campamento. Había estado tratando de seguir nuestro recorrido en el mapa, y aunque no tenía ninguna referencia clara salvo mi intuición, me animaba a decir que estábamos en alguna parte de una larga extensión del río Yukón. Caminando por el Noroeste —calculaba que a un par de días a pie— estaría Dawson City. Cuando hice mi camino por Canadá con Harold, un par de años atrás, pasamos por Dawson City. Conocimos a un grupo pequeño de metamorfos a las afueras que al igual que nosotros, estaban de paso. Recuerdo que nos ofrecieron ir con ellos; estaban buscando un lugar para vivir, nos dijeron que por alrededor de la zona había muchas casas abandonadas que estaban interesados en ocupar. Harold y yo declinamos la oferta y le aseguramos que ya teníamos un destino previsto, pero la verdad era que esa enorme ciudad logró intimidarnos bastante; las ciudades implican personas, y las personas implica más posibilidades de ser descubiertos.
Ahora, Martha nos había dicho que eso de las ciudades era un mito y, de hecho, podría ser incluso más seguro, pero yo todavía prefería mantener mi escepticismo.
—Tenemos que seguir moviéndonos. —Les dije al resto cuando regresamos con Aleu—. Siguiendo río arriba, tendríamos que llegar a Dawson City en para el fin de la semana, pero hay que ser constantes.
Todos me miraron cuidadosamente como si fuera un ser de otro mundo. Creí que para entonces ya me habría acostumbrado a recibir estas miradas cada vez que se me ocurría abrir la boca, pero no.
Ninguno confiaba del todo en mí, no desde lo que ocurrió en Tok semanas atrás. Creían que era mi culpa, y lo era, no me pondría a discutir eso, yo ya lo sabía. La Rosa me buscaba a mi. Pero aún así, nadie se había animado a echarme del grupo todavía. Entendían el peligro que implicaba estar alrededor mío, y aún así...
—¿Dawson City? —dijo Elena, indiferente a la tensión tan tangible que surcaba el aire.
— Una ciudad —suspiró Bash, que mientras se recargaba contra un árbol, giraba entre sus dedos un revólver al igual que si fuera un juguete. Entonces él se detuvo, afianzó su agarre y levantó el arma, apuntando en mi dirección—. Muy lindo para morir —Y luego pretendió apretar el gatillo y disparar—. ¡Bum!
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Corona de Oro
Fantasy1947. La carta a su nombre y de dudosa procedencia arribó en su vida al mismo tiempo que lo hizo la desgracia. A sus veinte años James Reagan no deseaba nada más allá de lo que cualquier ser humano podría querer alguna vez: seguridad y est...