Breve interrupción antes de que puedan iniciar la lectura, y es que quería dejarles algunas canciones (si son como yo y les gusta leer con música) que utilicé para escribir este último capítulo.Aclaro por las dudas de que ninguno de los temas a continuación tienen un orden fijo con la lectura ni nada, ustedes pueden escucharlas en el orden que les plazca.
Cry — Cigarrets After Sex.
Gilded Lily — Cults
Introduction to Snow — Miracle Musical
We'll Meet Again — Vera Lynn
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Recuerdo la noche que Jane murió perfectamente. De inicio a fin. Lo recuerdo todo, hasta el momento en el que Raymond Pierce y su grupo me abandonó durante la mañana siguiente. Más de los días que siguieron de esa noche, no tanto.
El mundo se sentía borroso y difícil, y el hambre llevaba días en mi estómago. Todavía tenía presente el dolor dentro de mi pecho, un agujero de angustia que crecía y crecía hasta volverse mucho más grande que yo. Una angustia que me enfermaba y que, por los días que siguieron, borraron el hambre, la sed, el tiempo y el frío.
En ese entonces, creí que era más fácil quedarme en el mismo lugar en el que Raymond Pierce me había dejado. Estaba convencido de que él volvería y me mataría si no me hallaba. Después de todo, me lo prometió. Me prometió que volvería por mí.
Pero él no me encontró, y cuando eventualmente pude darme cuenta de que no regresaría próximamente, yo ya había perdido la capacidad de moverme. No tenía energías para ello.
Inhalé todo el aire que pude abarcar y miré al doctor Andrews a los ojos por un segundo. Me di cuenta que el miedo volvía a sacar lo peor de mí una vez más. Estaba ahí, a punto de desquitarme con alguien más en vez de estar afuera buscando a Aleu porque echar la culpa era mucho más fácil que juntar el valor para salir afuera a buscar a una niña perdida.
—Debo... Debo encontrarla.
Miré hacía arriba. El doctor Andrews tenía una mirada extremadamente cautelosa en su rostro, me atrevería a decir que casi lucía temeroso de mí, y logró deslizarse lejos de mis manos. Me quedé contemplando mi débil agarre por un instante, sintiéndome traicionado por mi falta de fuerza física.
—James.
Me limpié el sudor de la cara con un manotazo. La voz que me llamó era de Elena, pero no le hice mucho caso y en cambio me encaminé a la salida. Aleu no podría haber ido muy lejos, ¿verdad? Puede que ella se hubiera escondido, o en verdad estuviera vagando por todo el pueblo tratando de buscarnos. O tal vez realmente Dios había decidido que mi destino tenía que ser ese: perder estúpidamente a gente que me importaba en la nieve.
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Corona de Oro
Fantasy1947. La carta a su nombre y de dudosa procedencia arribó en su vida al mismo tiempo que lo hizo la desgracia. A sus veinte años James Reagan no deseaba nada más allá de lo que cualquier ser humano podría querer alguna vez: seguridad y est...