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Fue por esa misma tarde cuando de repente James se levantó de su lugar, estiró los brazos por sobre su cabeza y anunció que iría a dar una caminata. Nadie pareció prestarle atención, solo Elena que hizo un sutil movimiento de cabeza para dar a entender que lo había escuchado, y Aleu, que saltó lejos de Samuel y corrió hasta tomarlo de la mano.—Yo te acompaño —dijo.
James hizo una mueca y Aleu ya se imaginó que se negaría, pero a último segundo él se detuvo.
—Claro —murmuró—, vamos.
Se aventuraron dentro de la profundidad del inmenso bosque. A ella, en parte, siempre le gustó el bosque. Le gustaba el color verde vibrante que tomaba durante la época de flores, y la numerosa cantidad de animales que albergaba. Le gustaba que los árboles eran tan altos que ver el cielo a veces era difícil, y también le gustaba el dosel de hojas por el cual, durante cierta hora del día, el sol se colaba iluminando la tierra en forma de pequeños charcos de luz.
Ella suspiró alegremente, percibiendo el sabor agridulce proveniente de un arbusto de bayas por el que estaban pasando. La fruta madura había empezado a caer al suelo y estaba en un proceso de descomposición avanzado. Aprovechó a ojear un poco el resto de bayas que todavía colgaban de las ramas, y consideró que era un buen lugar para pasar más tarde a recolectarlas. También había visto más atrás unos cuantos nogales, así que tal vez podrían guardar unas cuantas nueces para su viaje.
—Aleu.
Ella parpadeó rápidamente y volvió su mirada hasta él.
—¿Sí?
—Me he alejado porque en realidad me apetecía transformarme —dijo—. Si lo quieres, tú también puedes, no creo que corramos peligro por aquí. Lo sabes, ¿no?
Ella asintió con energía.
—No quiero, estoy bien.
Él asintió y ella lo miró con curiosidad. Ni Joe, ni Tony, ni Sam o Elena se alejaban del resto para poder transformarse, lo hacían sin ningún reparo. Elena se transformaba y jugaba con ella y con Samuel, o se echaba a tomar siestas al sol cada tanto. A Joe tampoco le gustaba transformarse mucho, decía que se sentía insignificante y pequeño, y era algo con lo que no estaba enteramente cómodo. Pero, cuando lo hacía, no se escondía. James, por el contrario, cada vez que tenía que hacerlo parecía casi que avergonzado. Se alejaba en silencio y no volvía hsta un par de horas más tarde.
—¿Por qué no te gusta transformarte? —preguntó Aleu.
James ladeó el rostro para verla con los ojos abiertos de par en par.
—¿Quién te dijo que no me gusta? —inquirió, mirándola con recelo.
—Te escondes siempre, no dejas que nadie te vea. ¿No te gusta que nadie te vea? ¿Te da vergüenza? ¿Es porque eres un bendecido?
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Corona de Oro
Fantasía1947. La carta a su nombre y de dudosa procedencia arribó en su vida al mismo tiempo que lo hizo la desgracia. A sus veinte años James Reagan no deseaba nada más allá de lo que cualquier ser humano podría querer alguna vez: seguridad y est...