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Sentí que estaba cayendo al vacío cuando desperté. Me sobresalté y me enderecé en mi asiento, con el sentimiento de vértigo persistiendo hasta que mi vista se acomodó al brillo natural de ese día.
Puse una mano en mi pecho, sintiendo el agujero como una herida; fresca, sangrante. Dolía. Hice una mueca. Volví a mirar sobre mi hombro para confirmar que el resto dormía. Aleu, Joe, Tony, Sam. Tomé aire. El auto se había detenido. Cuando giré mi cara, vi que Bash miraba al frente con una mirada indescifrable. Sus ojos demostraban que él estaba perdido en algún lugar de su mente, un lugar muy lejos de aquí.
—¿Por qué nos detuvimos? —murmuré, y mi tono de voz se arrastró entre el silencio como una especie de lamento. Lo odié. Me odié.
Pero estaba tan cansado, que pensé en volver y echarme a dormir al menos por un rato más. Aunque no creía que eso fuese a ayudar a que mi cuerpo dejara de sentirse como plomo. De lo único de lo que dormir me salvaba, era de pensar. Pensar en Elijah. En Jane. Elena.
Los ojos se me llenaron de lágrimas que limpié con mi hombro. Sorbí mi nariz.
—Lo logramos —dijo Bash tras un momento. Su voz casi me tomó de sorpresa. Había tardado tanto tiempo en responder que creí que simplemente no lo haría. Me quedé mirando cómo parpadeaba con parasomnia. Estábamos estacionados en una calle poco transitada, entre edificios que no permitían la entrada directa de la luz solar. No era un panorama muy diferente de cuando estábamos en Nueva York—. Hemos llegado.
¿Debería sentirme feliz? ¿Aliviado? Ya no estaba seguro.
¿Debería preocuparme porque no podía sentir nada?
Bash se inclinó y dejó caer su frente sobre el volante.
—¿Sabes dónde podríamos empezar a buscar el refugio? —dijo.
De hecho, no. No lo sabía. Y cuando se lo dije, Bash no pareció muy impresionado. Supongo que lo veía venir. Dejó salir un resoplido y ladeó ligeramente su cara para poder verme.
—Está bien —me dijo—. Pero no podemos ir preguntando a la gente si sabe algo de un refugio de metamorfos, ¿no? Sería poco discreto, sobre todo con ese hijo de puta pisandonos los talones. Podríamos recurrir a algo más simple, ¿tal vez Aleu podría darnos una mano? Tendríamos que seguir a pie, pero tal vez transformada podría dar con algún rastro que nos sea de ayuda. Además, ella sería la que menos llame la atención.
Aleu tenía un excelente olfato en su otra forma. Podría funcionar, así que no lo contradije.
Nos volvimos a quedar en silencio. Bash continuó mirando la ciudad a través del cristal delantero con las cejas hundidas en un gesto contrariado. Me pregunté, muy vagamente, qué cosa podría estar maquinando su cabeza.
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Corona de Oro
Fantasía1947. La carta a su nombre y de dudosa procedencia arribó en su vida al mismo tiempo que lo hizo la desgracia. A sus veinte años James Reagan no deseaba nada más allá de lo que cualquier ser humano podría querer alguna vez: seguridad y est...